Vijaya Bodach, madre de dos hijos, nació en India y era la pequeña de cuatro hermanos. Y de niña iba a una iglesia metodista donde ya desde pequeña se enamoró de Cristo. “No tengo memoria de no estar en conversación con Él. Siempre estaba presente en mi mente y recuerdo haberme caído de sillas y mesas porque le estaba haciendo un hueco”, cuenta.
Esta relación con Dios tan pura se alimentaba con las historias bíblicas que su madre le contaba. Siempre tenía presente a su ángel de la guarda. “Vivía sin ningún tipo de miedo”.
Pero una serie de acontecimientos hicieron tambalear su infancia y su amor a Jesús. Los relata en su blog. Primero su padre se fue a Alemania a estudiar y después se fue a Estados Unidos. Un año después, toda la familia se reunió en aquel país. Pero no duró demasiado su estancia allí puesto que el matrimonio de sus padres se rompió y la familia se dividió. Ella volvió con su madre y dos hermanos a India mientras que su padre se quedó en Estados Unidos con uno de ellos.
“Sólo sabía que después de regresar a la India, no sólo había perdido a la mitad de mi familia sino que también había perdido a mi mejor amigo, Jesús”, cuenta.
A los 10 años leyó el Diario de Ana Frank y siguió sin entender por qué tanto sufrimiento. “¡No podía creer que Dios permitiera semejante carnicería, y encima a su pueblo elegido! Este problema de sufrimiento era algo que mi madre no podía responder. Ella me dijo que tuviera fe, pero yo la estaba perdiendo”.
Ya en la adolescencia se dijo que quería aliviar el sufrimiento de la gente cuando fuera mayor ya que Dios no lo hacía y dejó de orar porque era “inútil”. Ese día lloró por su amigo perdido pero poco dejó de pensar en Dios hasta olvidarse completamente de Él.
Iba a la iglesia para no entristecer aún más a su madre y en ese tiempo conoció al que hoy es su marido, pero entonces era una relación basada, tal y como ella define, en la “lujuria”.
“Cuando mi madre murió ya no había razón para ir a la iglesia después del funeral”, recuerda Vijaya. En ese momento, empezó una década de “decadencia” centrada en vivir única y exclusivamente para sí misma. “Agradezco a mi ángel de la guarda por protegerme porque seguramente si hubiera muerto a los 20 años estaría en el infierno. Habría rechazado la misericordia de Dios porque francamente, no creía que la necesitara. Había perdido todo sentido del pecado”.
Tras diez años de noviazgo con Michael, en el que cada uno se ponía por delante del otro, finalmente decidieron casarse aunque sólo después de cinco años decidieron ampliar la familia. Nacieron Max y Dagny y rápidamente se cerraron a la vida tras realizarse su marido la vasectomía.
En un curso de lectura y escritura, Vijaya conoció a personas creyentes de las que se hizo amiga. “Molly y yo nos quedábamos hasta tarde hablando de libros y fe y ella fue quien me dijo que yo era la peor atea del mundo. Podía ver la pequeña llama de Dios dentro de mí aunque yo no fuera consciente”, recuerda en su testimonio.
Pero al igual que una serie de acontecimientos le alejaron de Dios, otros sucesos de la vida les fueron llevando de nuevo hacia Él. Esta mujer confiesa que “mi camino de fe está ligado a Michael. Había crecido sin fe y a veces pienso que mi pérdida de la fe era necesaria para que estuviéramos juntos. La tragedia sacudió suelo americano el 11-S y a Michal le llegó hasta el tuétano”.
En ese momento él también empezó a replantearse su vida y sus principios. A la vez los niños comenzaban la escuela y ambos sufrían por la respuesta que debían dar ante la cultura permisiva y contra la ley natural que enseñaban a sus hijos. Por primera vez en muchos años ella empezó a pensar Jesús y en su infancia feliz junto a Él.
Por su cuenta, Michael compró una biblia para toda la familia y como si volviera a su niñez, Vijaya vio como en familia leían las historias que aparecían en el libro sagrado. Así fue como se convencieron de que debían acudir a la iglesia pero no sabían a cuál.
De hecho, se percataron de que muchas de estas iglesias habían hecho propia la ideología de la que ellos huían hasta que un día vieron una iglesia en la que se anunciaba: “ninguna doctrina extraña”. Era la Iglesia Católica.
El domingo fueron a misa todos juntos y ella se derrumbó. “Lloré y lloré porque estaba en casa. Mis hijos nunca me habían visto llorar así, así que tuve que insistirles en que era porque estaba feliz. Michael me dijo que para él todo aquello era muy extraño porque lo único que sabía de la misa católica era de películas como El Padrino”.
Se encontró con una Iglesia abierta pero firme, lo cual le gustó a este matrimonio. Y pronto les invitaron a un catecumenado de adultos antes de ser todos bautizados. Aunque antes Vijaya tuvo que ir derribando, a veces con dolor, prejuicios y muros que le alejaban de Dios desde la infancia.
“Oigo que es muy raro que familias enteras entren en la Iglesia Católica pero Dios no ha concedido todas las gracias. Nuestros domingos se reservaron automáticamente para ir a la Iglesia”, afirma ella.
Y es que su vida es otra: “No somos los mismos. Somos nuevas creaciones de Cristo. Podríamos tener el mismo aspecto, mantener el mismo trabajo, tener las mismas aficiones, pero ya no somos las mismas personas y ya no podemos seguir viviendo de la forma en que solíamos hacerlo. Michael y yo abrimos de nuevo nuestro matrimonio a la vida”.