es ahora una madre de cinco hijos y una incansable divulgadora católica pero su camino hasta aquí estuvo lleno de sufrimientos, de idas y venidas de la Iglesia así como una gran incomprensión hacia el catolicismo pese a pertenecer a él.
Pero fue la Virgen María la que le abrió las puertas de la Iglesia y de su interior, lo que provocó en ella un cambio radical en su vida pues todo cobró sentido y pudo reconciliarse con un pasado que no aceptaba.
Todo ello gracias a su consagración a la Virgen María que hizo según el método de San Luis María de Montfort que dura 33 días y así “llegar a Jesús a través de María”. En ese momento, había vuelto a la Iglesia Católica tras un paso por grupos evangélicos y tras una juventud marcada por el feminismo y la revolución sexual pero seguía llena de heridas sin curar.
Esta experiencia la cuenta Judy en su libro Mary´s Way. Una amiga suya llamada Peggy había hecho esta consagración a María y le contó entusiasmada el impacto que le había producido y cómo le había cambiado. Con más curiosidad que convicción, Judy decidió también realizarla a ver qué pasaba. Pero nunca se imaginó que le cambiara la vida.
Recuerda que “habiendo vivido mi juventud en los años sesenta y setenta, adquirí muchas ideas inculcadas en nuestra cultura por los movimientos e ideologías de aquella época tales como que los hombres eran ‘cerdos machistas chovinistas’, que la ‘igualdad’ como mujer significaba vencer al hombre o que la ‘liberación sexual’ era la clave para la libertad y la felicidad personal”.
Ese poso quedó en ella incluso cuando volvió a la Iglesia pues tenía una herida muy grande que le marcó su feminidad: en el pasado había sido víctima de abusos, motivo por el cual odiaba a los hombres.
Por ello, tampoco aceptaba la idea de ser “sierva” como María.
Pero lo primero que le pasó tras consagrarse a la Virgen fue experimentar “el perdón hacía los hombres que me habían dañado en mi vida, especialmente el que abusó de mí. Aunque había rezado durante años para perdonarle en obediencia a las palabras de Jesús todavía sentía ira hacia el agresor”.
Pero un día, recuerda, “me invadió de forma espontánea un sentido enorme de misericordia y perdón hacia él que me hizo caer de rodillas llorando, fue como si un río de dolor acumulado hubiera sido liberado de mi corazón”. Este hecho se produjo inmediatamente después de su consagración a María.
“Poco después comenzaron a darse en mí frutos inesperados y los bloqueos y distorsiones que había en mi mente y mi corazón comenzaron a caer como fichas de dominó”, cuenta Judy.
De este modo, esta estadounidense relata que “lo primero que desapareció fue mi fuerte resistencia a la autoridad de la Iglesia, y por extensión a los hombres que componen su jerarquía. Luego, la práctica de la anticoncepción, y con ella mis objeciones a estar abierta a la vida”. Y fue así como pudo ir aceptando de corazón los sacramentos y los dogmas.
“Casi milagrosamente, lo que antes me parecía ridículo comenzó a tener un perfecto sentido, y empecé a notar un cambio interior respecto a la consideración de mí misma como mujer, un cambio que conllevó una profunda sanación de mis heridas y mis pecados sexuales”, afirma Judy Landrieu.
A su vez, se produjo en ella otro cambio importante: “se modificó mi percepción de María, a la que comencé a ver no sólo como una formidable mujer de fe, esperanza y amor, sino también como la mujer a la que todas las mujeres estamos llamadas a imitar, el ideal de feminidad al que deberíamos adherirnos”.
Por último, Judy asegura que “necesitamos a María porque su amor y ejemplo nos humaniza, nos ablanda y nos hace acoger mejor a Cristo. Ella nos enseña en carne y hueso lo que significa ser un portador de Cristo”.
(Publicado originariamente en el portal de noticias marianas www.carifilii.es)