En sus 30 años como misionera comboniana en Ecuador, Manuela Martín ha sido testigo de multitud de historias de fe y conversión marcadas por la superación y la alegría ante la adversidad. Con motivo del 150 aniversario de la congregación, ha relatado en OMPress las conclusiones de su larga vida misionera junto al pueblo esmeraldeño.
Originaria de Alfambra (Teruel), Manuela Martín llegó a Ecuador en 1973. Durante tres décadas ha entregado su vida a la evangelización y cuidado de los más necesitados hasta su regreso a España.
"La mitad de mi vida misionera la dediqué a la Animación Misionera en colaboración con las Obras Misionales Pontificias tanto a nivel nacional en Ecuador como en el Vicariato de Esmeraldas", relata.
Allí, junto con religiosas de otras congregaciones, Manuela organizó campañas locales y nacionales del Domund, Jóvenes sin fronteras o Infancia Misionera. "A nivel continental, cada cuatro años, colaboré en la preparación de los Congresos Misioneros de América Latina con el equipo de las Obras Misionales Pontificias", añade. Algo que valora como "una experiencia muy enriquecedora y valiosa" en su vida misionera.
El poder de la oración de un niño
Recuerda especialmente los años que pasó al servicio de los Animadores de los Niños de la Infancia Misionera.
"¡Ni se imaginan lo que los niños son capaces de hacer si se les motiva!", exclama.
Como ejemplo, recuerda el caso de una niña que le escuchó hablar sobre la Infancia Misionera: "Quedó tan impactada que pidió a su madre que le trajese la maleta porque ella quería ser misionera. Tenía 7 años".
Menciona también el caso de una niña cuyos padres estaban en proceso de separación. "Había oído hablar del poder de la oración y de cómo Jesús escucha la oración de los niños", explica la misionera.
Un día, en el colegio, la profesora advirtió que se quedaba dormida en clase y cuando le preguntó, la niña detalló la situación que vivía su familia. "Se levantaba por la noche para rezar por sus padres, lo que ahorraba de sus chucherías lo daba a los niños de la infancia misionera y le pedía a Jesús para que sus papás no se separaran", explica.
Tiempo después, la misionera supo que las oraciones de la niña habían "obrado el milagro": los padres se habían reconciliado y casado por la Iglesia y hoy forman parte del Movimiento Familiar Cristiano".
Serafín, el anciano que ofrecía su dolor "a Diosito"
Si hay un lugar y dedicación que ha marcado por completo su vida misionera, es la provincia de Esmeraldas, en Ecuador.
Se trata de un pueblo de afrodescendientes "con mucha gente joven, que saben vivir con poco y compartir con los que no tienen" y que destaca especialmente por la alegría y entusiasmo con el que celebran las fiestas y sacramentos.
Allí quedó impactada ante la historia de Serafín, un anciano al que llevaba cada día la comunión.
"En una ocasión su casa ardió y los vecinos lo sacaron de allí muy malherido", y explica que cuando llevaron al anciano al hospital no se quejaba durante las curas: "El doctor le dijo `quéjese Serafín, porque sé que le hacemos daño´. Él contestó `solo me hacen cosquillas´. Pero luego me dijo que lo que sufría se lo ofrecía a `Diosito´ por los jóvenes y los niños".
El caso de Serafín es solo uno de los muchos que ha presenciado en Esmeraldas. Concluida su etapa misionera en esta localidad, sintetiza "la alegría que este pueblo tiene y el afán de superación en todos los sentidos, en lo cultural, lo religioso y en el poder valerse con pocas cosas".
"Agradezco al Señor haber podido trabajar con ellos tanto tiempo, porque me han enseñado la austeridad, la alegría y también la celebración", concluye: "He aprendido mucho de ellos, y he recibido mucho más de lo que yo misma he podido dar".