Uno de estos miles es el joven Michael Davis, natural del estado de Massachusetts y que tras un largo proceso ha ingresado en uno de estos ordinariatos católicos que tanto criticó y atacó en el pasado. Su rencor hacia el catolicismo provenía ya de niño pero al final este años fue bautizado y recibió su primera comunión.
Este joven periodista relata este proceso de conversión al catolicismo en un interesante artículo en Catholic Herald remontándose incluso a su infancia, sin la cual no se entendería su situación actual.
Su infancia discurrió en Haverhill, una localidad al norte de Boston, donde la mayoría de sus habitantes eran de origen italiano e irlandés, y por tanto católicos. Él mismo iba también al colegio católico de los Sagrados Corazones.
“Me hacían burlas sin descanso por ser gordo, aficionado a los libros y presbiteriano”, cuenta. Tampoco guardaba muy buenos recuerdos del sacerdote del colegio pues “un día, durante la educación religiosa, me utilizó para demostrar el ‘adicional Ecclesiam nulla salus’ (fuera de la Iglesia no hay salvación). No había cielo para mí”.
Más tarde, en 2010, pasó a otro colegio católico sólo para varones, donde se hizo amigo de devotos católicos. Uno de ellos era polaco y tenía vocación al sacerdocio y le invitó a un grupo de rezo del Rosario. “Me gustaba, era un calmante”.
Un día ocurrió un hecho que le marcó sobremanera. “Mientras jugaba en el patío, llamó mi madre y me dijo que mi abuelo había sufrido un derrame cerebral. Los médicos no sabían si sobreviviría. Mi corazón se partió. Mi abuelo era mi héroe. Estaba más unido a él que a nadie en el mundo”, recuerda.
El ordinariato católico de Boston fue denostado por Michael pero fue ahí donde Cristo se encontró con él
Instintivamente, cuenta Michael, “sin decir una palabra a mis amigos, corrí a la gruta de María (…) Cuando llegué, me encontré agarrado a los píes de la Virgen. Pedí que intercediera por mi abuelo. Si vivía prometía rezar un Rosario todos los días durante una semana”. Finalmente, su abuelo sobrevivió.
Con un dinero que le dieron sus abuelos por Navidad se compró su propio Rosario pero no dijo nada a su familia pues era la típica familia WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant, es decir, blanco, anglosajón y protestante).
En 2014, se enamoró de las obras del escritor TS Eliot, que se convirtió de adulto al anglicanismo. “Devoré todo lo que había escrito, poesía, teatro, ensayos…”, cuenta, y uno de sus profesores le recomendó la Iglesia episcopaliana del Adviento de Boston. Pero a su vez se enamoró de la gran parroquia anglo-católica de Boston.
El siguiente paso en su proceso le llevó a Australia donde se trasladó a la Universidad de Sidney. Allí conoció a Barry Spurr, experto sobre Eliot y escritor de temas anglocatólicos. “Nos convertimos en amigos rápidamente y se ofreció a patrocinar mi entrada formal en la Iglesia Anglicana”, asegura.
Justo en ese momento, Davis empezó a escribir en un blog y uno de sus primeros artículos era un ataque frontal al ordinariato católico y un llamamiento a la unidad anglo-católica bajo la sede de Canterbury.
Una vez que acabó la carrera se empezó a dedicar al Periodismo y un amigo suyo católico le convenció para visitar la comunidad del ordinariato católico de Boston y acabó yendo aunque de mala gana.
Y allí se encontraba, en el último banco. “Durante las visitas a las iglesias católicas, siempre voy a recibir una bendición, más que nada por respeto al cura. A medida que el sacerdote se acercaba, se encendió algo dentro de mí.
Era una especia de sexto sentido, como lo que se siente en el aeropuerto cuando llega un ser querido y le ves aparecer a través de las puertas: se puede sentir antes de verlos. Esto es lo que sentía, de rodillas en el altar. Y de pronto me golpeó: ese pedazo de pan vivo era el Dios vivo”, explica.
Tras ser bautizado se fue a rezar a la Virgen
Siguiendo con su relato, Michael Davis prosigue que “apretando los ojos con fuerza agaché la cabeza, pero podía sentirlo más y más. Todos mis músculos se tensaron, como para evitar que mi alma salga del cuerpo. El cuerpo y el alma lucharon hasta que el sacerdote se detuvo sobre mí y me bendijo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Entonces, el alma ganó”.
“Al entregarme a ese anhelo total y desesperado por la carne y sangre de Cristo, todos mis músculos se relajaron”, asegura este joven estadounidense.
Pocos meses después, Michael Davis estaba en la iglesia dispuesto a ser bautizado como católico. “Era la Iglesia de Constantino, Carlomagno, Ricardo Corazón de León…y ahora de Michael Davis”, relata, que además explica que en su nombre de bautismo ha añadido el nombre de Tomás, por Santo Tomás Moro asegurando que “espero ser buen sirviente de la reina, pero primero de Dios”.
La comunión la define como algo indescriptible y tras la ceremonia tocaba ir a visitar a la Virgen y abrazarse a ella, al igual que hizo siendo niño.