Este sacerdote desnuda su alma en un testimonio contado en la página web de los jesuitas en África y Madagascar: no oculta el miedo y las lágrimas que vertió durante esos días pero también relata el íntimo encuentro con Cristo que experimentó durante el secuestro y cuando pensó que iba a morir. La oración le salvó y le liberó en su interior, la que hizo a Dios y la que tanta gente hizo para que pudiera salir sano.
El padre Samuel recuerda que aquel día era un martes y se disponía a hacer un largo viaje para realizar unos ejercicios espirituales para un grupo de hermanas del Inmaculado Corazón de María. Esa misma mañana antes de salir, el superior de los jesuitas le llamó y bromeó con él: “Asegúrate de no ir dónde te secuestren”. Pero la broma se acabó convirtiendo en realidad.
Ya en carretera, el padre Samuel oyó disparos, se alarmó mucho y un grupo de hombres armados con fusiles AK47 le obligó a salir del coche tanto a él como a los ocupantes de otro vehículo. “Si no sales del coche, te disparo”, le advirtieron mientras le apuntaban con sus armas.
El padre Samuel cuenta su experiencia del secuestro y del encuentro con Dios durante aquellos días
Durante horas les hicieron caminar por la selva hasta que oscureció. “Yo estaba afectado y entonces asumí que había sido secuestrado. Empecé a pedir a Dios, ¿por qué?, ¿por qué?, Dios, ¿por qué?
En el interrogatorio le hicieron numerosas preguntas y aunque iba con sotana los secuestradores no creían que fuera sacerdote temiendo que pudiera ser un policía encubierto. “Nos quitaron todas las pertenencias que teníamos, se llevaron mi reloj, mi anillo, una cadena, mi cartera y un rosario”.
Estos hombres armados la tomaron especialmente con el padre Samuel porque cuando le pidieron un teléfono al que poder llamar para pedir un rescate no recordaba ninguno. “Esto desencadenó una serie de golpes, me ataron las manos y los pies por la espalda como a una cabra antes de matarla. Me quitaron la sotana y la camisa, me tiraron al suelo y comenzaron a pegarme con la culata de sus armas. Me pegaron en los costados, en la cara, me zarandearon en el suelo. Luego acercaron parte de mi ropa a mi nariz. Olía a parafina. Y uno de ellos me dijo: ‘te vamos a quemar vivo’”.
En su testimonio, Samuel Okwuidegbe relata que pensaba realmente en que le quemarían y empezó a rezar en silencio: “Dios me comprometo contigo, te encomiendo mi espíritu y asumí el hecho de que iba a morir ese día”.
Finalmente, ese día no le maltaron e incluso le desataron. Empezó a llorar mientras tenía toda la cara ensangrentada. No sabía cuánto tiempo seguiría vivo pero “tenía la esperanza de un milagro”.
“Cada minuto recitaba todo tipo de oraciones. Recé a San Ignacio, recé el Rosario y la coronilla de la Divina Misericordia y en un momento me encontré cantando en mi interior una canción de Ghana que decía ‘Dios, háblame…¿Dios, dónde estás?’ La seguí tarareando en mi corazón y me dio esperanza”, cuenta este jesuita africano.
El segundo día su situación no varió especialmente y no le dieron ni comida ni agua. Supo además que los secuestradores querían negociar su rescate. “Me puse a pensar en la muerte, imaginar lo que significa y lo que es morir”, asegura este cura, pero a su vez le venían “pensamientos consoladores” al recordar que las religiosas ya sabrían que le había pasado algo al no llegar a su convento por lo que estarían rezando por él. “Esto me dio esperanza, para vivir, para sobrevivir”.
El tercer día las negociaciones seguían. Recuerda el padre Samuel que “estos secuestradores hacían llamadas desde la selva sin miedo, ni el gobierno ni nadie iba a rescatarnos. Ellos estaban relajados, no sentían ninguna presión y se tomaron su tiempo, y nunca sintieron que tuvieran que huir. Estaban muy tranquilos en la selva”.
Los secuestradores les amenazaron diciendo que como hubiera algún problema los matarían. “Intensifiqué mis oraciones y recé a Dios” volviendo a recuperar la paz.
Finalmente fue liberado y abandonado en plena selva hasta que pudo encontrar la casa de una familia que corrió a ayudarle al ver su sotana. Y así acabó estos días de violencia y miedo.
“En todo esto Dios me reveló que nunca me abandonó en la selva, incluso cuando estaba fuera de todo alcance. Dios oyó mis oraciones y estaba conmigo. Si no hubiera sido por todas estas oraciones, no habría sobrevivido a esto”, cuenta en su experiencia.
Además, no se considera un héroe ni un valiente, más bien lo contrario pues Dios apareció precisamente en su debilidad: “A veces lloro, y recibo consuelo cada vez que recuerdo las duras condiciones, después de haber tenido tanto miedo a las serpientes y escorpiones; sin embargo, Dios me dio la paz para dormir durante esas tres noches sin pensamientos de miedo…¡un milagro para mí!”.
“Yo estaba en el valle de la muerte y Dios intervino con todas las oraciones de gente de todo el mundo. Si no fuera por todas esas oraciones, yo no habría sobrevivido a esta terrible experiencia”, confiesa el padre Samuel Okwuidegbe.