Dimitri Conejo es un diseñador gráfico de 27 años cuya vocación es poner sus talentos en manos de la nueva evangelización. Y así como el director del grupo Libres ha puesto en marcha, por ejemplo, proyectos como Cathopic, fotografías católicas en alta calidad. Pero antes de evangelizar tuvo un encuentro muy fuerte con Cristo en una infancia muy dura.

Llegó a España a los diez años junto a su hermana procedentes de Rusia tras ser adoptados. Pero su vida hasta esa fecha fue un infierno.


En una entrevista en Mater Mundi TV, Dimitri relata su historia y su encuentro con Dios en una infancia en la que sus padres “eran alcohólicos y nos dejaban abandonados para emborracharse”. Para poder comer, con apenas cinco años, pescaba y recogía setas cerca de la chabola en la que vivía.

Posteriormente nació su hermana, a la que desde bebé sus padres también dejaban abandonada, por lo que este niño decidió llevársela al mercado a mendigar con él para conseguir algo de comida.




Pero no sólo era hambre y abandono lo que sufría Dimitri. “Mis padres me maltrataban, sobre todo mi padre”, cuenta este joven, que recuerda que “una vez llegó borracho a casa” y agarrando a su madre exigió al hijo que la pegara. “Tenía cinco años, me puse a llorar y me fui. Pero él me siguió, me cogió del cuello y me dijo que o la pegaba o me mataba”.

Aún se acuerda de la mirada de su madre que gritando pedía a su hijo que la pegara. Tuvo que hacerlo. “Pude ver la mirada que transmitía, se me quedó grabada”, asegura durante la entrevista.


Su vida dio un giro el día en que una profesora le vio mendigando en el mercado con su hermana. “Al día siguiente fui a clase, me llevó al despacho del director y me dijeron si quería ir a un orfanato y dije que sí porque así podría comer todos los días”.

El día a día en el orfanato no era como imaginaba. Las palizas continuaban, ahora por parte de los mayores, así como las constantes humillaciones de las cuidadoras, que intentaban robar toda esperanza a los niños diciéndoles que no eran nadie y que no eran queridos.




Pero un día ocurrió algo que empezó a cambiar su vida, su conversión a los ocho años. Fue la visita de un pope, sacerdote ortodoxo, al orfanato para hablar de “un Dios padre que os quiere”. Esa frase le llamó la atención y decidió ir. Sólo tres niños fueron.

El religioso, cuenta Dimitri, empezó a hablar del amor de Dios y de cómo les cuidaba y sufría con ellos, algo incomprensible para un niño que sólo había sufrido palizas, odio y hambre. “Si tu Dios existe, de nosotros se ha olvidado”, le dijo este niño de tan sólo siete años.

Tras la charla, el pope habló con él y le regaló unas velas, un librito azul, cuatro iconos bizantinos con la figura de distintos santos, y que Dimitri aun conserva. Le dijo que rezara cada noche a Dios y que le pidiera lo que quisiera.

Hizo caso al sacerdote y cada noche en el baño, para que nadie le viera, encendía las velas y rezaba ante los iconos. Le decía siempre que si existía de verdad que le sacara de ahí. Así estuvo meses hasta que a los ocho años, justo el día de su cumpleaños “empecé a creer”. Y pudo sonreír y ver la vida de otro modo pese a que su día a día seguía siendo el mismo, con palizas y desprecios diarios.


Tras esto, detectaron a Dimitri una enfermedad pulmonar y fue enviado a Ucrania. Era la primera vez que le separaban de su hermana. Meses después apareció un responsable del orfanato ruso del que procedía. “Vengo a por ti, porque vais a ser adoptados”, le dijo ese hombre.

“Me derrumbé y las lágrimas no eran de tristeza sino que Dios estaba realmente ahí. Volví enamoradísimo de Dios”, recuerda este joven.



Y así fue como tras solucionar todos los trámites burocráticos y pasados unos meses llegó a España junto a su hermana. “Pasé de no tener nada a tenerlo todo en 24 horas. Una persona valía lo que tenía, decía el mundo al que llegué”, cuenta Dimitri, que sólo después se dio cuenta de que este pensamiento le acabaría haciendo mucho daño.


Se fue alejando de ese Dios que le acompañó en los momentos duros de su infancia y a los 19 años se escapó de casa aunque se encontró con una familia que le amaba, que era católica y también muy firme. Sus padres le dijeron que no cederían y que no podía hacer lo que quisiera. Esa actitud le ayudó luego a volver a casa. “Cristo estaba en nuestra familia, siempre he admirado esa unión tan potente de mis padres”.

A continuación, Dimitri ingresó en el Ejército, en la unidad de zapadores. Estuvo dos años pero ahí tocó fondo. Explica que “me separé de mi familia y creía que esto era la libertad, hacer lo que quería pero era un esclavo del mundo”.


Y un viernes por la tarde-noche todos sus compañeros se fueron del cuartel menos él. “Me quedé solo y empecé a llorar”, cuenta. Entonces cogió una navaja y se la puso en su muñeca con la intención de suicidarse. Justo en ese momento sonó el teléfono. Dimitri lo percibió como un signo. Lo cogió. Era una amiga que le invitaba a los Cursillos de Cristiandad. Y ahí empezó una nueva vida para Dimitri. Pasó de la muerte a la vida y a dedicar su vida a evangelizar con el talento que Dios le ha dado.