Aunque se sabía que era católica, pues tras los Juegos de Londres en 2012 ofreció sus dos medallas a la Virgen de Montserrat, ahora en esta entrevista con José Antonio Méndez en la Revista Misión, esta nadadora profesional habla de la importancia de la fe en su vida y del papel que juega en su familia:
La noche del 25 de noviembre, su entrenador Fred Vergnoux colgaba en Twitter la frase “¿Es que una medalla de oro caerá de los árboles?”.
El vídeo que acompañaba el tuit mostraba el gimnasio del Centro de Alto Rendimiento de Sierra Nevada totalmente vacío… salvo en una esquina: entrenando en un banco de pesas se adivinaba la silueta de Mireia Belmonte. En agosto de 2016, después de que ganase una medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, Vergnoux había dado descanso a Mireia hasta enero de 2017, pero en octubre ella había decidido suspender sus vacaciones para preparar el Mundial de natación que se celebrará en julio en Budapest. El genio de la campeona quedaba sintetizado en un vídeo de 20 segundos.
Nacida en Badalona hace 26 años, Belmonte comenzó a ir a la piscina con seis años porque en su colegio le habían detectado escoliosis. Hoy su palmarés la ha convertido en la mejor nadadora de la historia de España, y algunas voces del deporte la ven como candidata a mejor deportista española de todos los tiempos: trece campeonatos europeos; siete mundiales de piscina corta; un oro, dos platas y un bronce olímpicos; ha batido cuatro récords mundiales y nueve de España…
Su carácter sencillo, su trabajo tenaz y la jovialidad y cercanía con que se presenta en sus contadas apariciones en los medios le han permitido ganarse la simpatía de miles de personas dentro y fuera de España, y su nombre figura incluso en libros de texto como referente para los jóvenes.
Mireia Belmonte lo ha ganado casi todo en el mundo de la natación. Incluso ha sido la primera mujer en bajar de los ocho minutos en 800 metros. Solo le falta una victoria en un Mundial de piscina larga. Y ese es el reto que se ha fijado para el Mundial de Budapest el próximo mes de julio, al que va con una clave: “La persistencia y constancia, no rendirme nunca y luchar siempre hasta el último segundo”.
Fuera de competición no suele atender a los medios más allá de los compromisos con sus patrocinadores. Sin embargo, ha querido hacer una excepción para Misión, a quien confiesa que “el pilar sobre el que se sostiene mi historia personal y deportiva es mi familia: entre todos –mi padre, mi madre y mi hermano– formamos parte del resultado de mi trayectoria”.
De ahí que el poco tiempo libre que le dejan los entrenamientos los dedique “a estar con mi familia, a disfrutar con mis amigos, y a estudiar, pues formarme es clave para consolidarme como persona y como profesional”. Una formación en lo que también han influido sus padres, que la respaldaron para que cursara Relaciones Públicas y Publicidad en la Universidad Católica de Murcia (UCAM).
Y junto con los suyos, Mireia se apoya en la fe en Dios que ha vivido desde pequeña, y que “forma parte de mi esfera más personal e íntima”, como afirma para Misión. La nadadora ha llegado a cursar una asignatura optativa de Teología dentro de su formación universitaria, y mantiene contacto con el capellán de la UCAM, a quien envió un mensaje antes de los Juegos de Río para expresarle su confianza en que “Dios me dará fuerza para que todo vaya bien”.
Aunque reconoce que en las competiciones “no siempre es fácil compatibilizar horarios para poder ir a misa”, poco después los Juegos de Londres de 2012, en los que ganó dos platas, Mireia pidió recibir la confirmación. Finalmente se confirmó en 2015, apadrinada por el rector de la UCAM, porque vivir este sacramento “forma parte de mis valores de vida”, explica.
Unos valores que la llevan, por ejemplo, a decir que lo mejor de ganar un oro es “la felicidad inmensa de ver a tantas personas de mi país alegrarse con mis éxitos”, que sus ídolos son “los que día a día se levantan por la mañana para comprometerse con su trabajo y hacer que este país sea mejor”, y a reconocer que las lecciones que el deporte le ha enseñado son “la constancia, el compromiso, el esfuerzo, la responsabilidad, y sobre todo, disfrutar con el sabor de la victoria como con la ejemplaridad que da un no buen resultado”. Una campeona que nada a fondo en la piscina, y en la vida.