El padre Hanna Kildani es un sacerdote católico jordano, sesentón, con mucha guasa y que denota una gran fortaleza interior.



Está a cargo de la parroquia de los Mártires de Jordania, una de las doce iglesias católicas de  Ammán.


Imagen de la Virgen en la entrada de la iglesia de los Mártires de Ammán.

Su trabajo como párroco a cargo de 400 familias cristianas se vio colapsado hace unos años por la llegada masiva de cristianos iraquíes y sirios a los cuales lleva ayudando desde entonces buscándoles trabajo, casa o ayudándoles a emigrar a países como Estados Unidos, Canadá o Australia.
 
El padre Hanna no vive solo. Ha habilitado tres apartamentos en su parroquia donde viven los hermanos Banno con sus esposas e hijos. También un joven sirio llamado Yousef. Los primeros pudieron huir de Qaraqosh cuando las yihadistas de Estado Islámico entraron en esa bella ciudad de mayoría cristiana situada en las llanuras de Nínive. Tras muchas fatigas llegaron a Erbil y de allí, tras cuatro meses caminando y subsistiendo malamente, Cáritas pudo trasladarlos a Jordania y dejarlos en las manos del padre Hanna en enero de 2015.


Dos familias iraquíes acogidas por el padre Hanna desde hace dos años.

La historia de estos cristianos iraquíes muestra el futuro de esa zona de Irak donde habitaban 1,5 millones de cristianos: “No pensamos volver. A quienes no pudieron huir les dieron la posibilidad de convertirse al islam si no querían morir. Muy pocos lo hicieron. El resto, sin importar su edad o sexo, fue asesinado de las maneras más terribles. Han destruido y quemado todo. Comenzar de cero en Irak es mucho peor que comenzar de cero en Australia”.

El padre Hanna escucha y asiente. Sabe perfectamente que las llanuras de Nínive con su fe y tradiciones cristianas de veinte siglos ha llegado a su fin. Aunque sonríe, su mirada denota tristeza y le pide al joven Yousef que cuente su historia.



“Llegue a la edad en la que tenía que enrolarme en el ejército de Bashar al-Asad y tenía muchas posibilidades de morir o, peor aun, ser capturado por el Estado Islámico. El padre Hanna me conoce desde que soy un niño y consiguió sacarme del país por avión. Estoy con él desde entonces, ayudándole en la parroquia y confiando en poder emigrar a un país donde no me maten por creer en Cristo”.
 
Este cura incansable recibe ayuda de Cáritas Jordania y alguna otra institución de la Iglesia pero, sobre todo, de los cristianos jordanos. Él mismo nos dice “somos un pueblo generoso con los más necesitados”.


El autor de este artículo, con el padre Hanna en el momento de la despedida.

En Anjara, al norte de Jordania y no lejos de la frontera con Siria, se encuentra el Santuario de Nuestra Señora de la Montaña a cargo de los misioneros y hermanas del Instituto del Verbo Encarnado (IVE) desde el año 2004. Lo más especial que tiene el santuario es que la imagen de Nuestra Señora lloró sangre el 6 de mayo del 2010, poco antes del comienzo de la Primavera Árabe.


Arriba, imagen de Nuestra Señora de la Montaña, en Anjara. Abajo, misa en el santuario de Nuestra Señora de la Montaña.


Además del santuario, el enclave cuenta con un colegio para doscientos niños de ambos sexos entre los 8 y 16 años. La mitad cristianos y la otra mitad musulmanes. También tienen un orfanato para niños abandonados o huérfanos y una iglesia más grande. Todo ello llevado por dos sacerdotes y tres hermanas.
 
Uno de estos sacerdotes, el padre Iusuf Francis, es egipcio y copto. Sus grandes ojos verdes se entrecierran mientras nos cuenta la historia del santuario y de la labor que realizan, una labor dificilísima en un entorno hostil muchas veces.



Ejemplo de ello son los restos de disparos que hay en una puerta interior y en su marco. Antes de llegar ellos, estaba a cargo del santuario un sacerdote. Un día alguien del pueblo levantó el falso testimonio de que el cura tenía relaciones con una joven menor de edad. Una turba armada se dirigió al santuario con el fin de matarlo allí mismo. El cura salvó la vida milagrosamente y huyó. Después se comprobó que la acusación era falsa. “Hemos dejado aposta los restos de las balas para no olvidar dónde estamos y lo que nos puede suceder también a nosotros”.


Arriba, restos de disparos sobre el dintel y la puerta. Abajo, detalle de la imagen con los impactos de bala.



Nos acompaña, enseñándonos los distintos edificios. Subimos unas escaleras y nos encontramos con dos hermanas del IVE que charlan con una joven de unos 15 años. El padre Iusuf nos cuenta delante de ella el porqué está allí: “Su padre se convirtió al Islam. Creemos que porque le pagaron. Y ha intentado obligar a su esposa y a sus hijos convertirse como él a lo que ellos se han negado. El padre entonces les amenazó con matarles y por eso sus hijas están viven protegidas aquí”.


El padre Iusuf responde en el templo a diversas preguntas sobre la situación de los cristianos refugiados en Jordania, y de los mismos cristianos jordanos.

La conversación prosigue ya en una salita donde nos ofrecen té y dulces. En un momento dado hablamos sobre si se sienten apoyados y comprendidos por las autoridades de la Iglesia de Occidente. Sonríe y niega con la cabeza suavemente mientras nos dice lacónicamente: “Invito a quienes viven en el Vaticano y en otros lugares de Europa y América a instalarse con nosotros un mes. Así conocerán de primera mano lo que es el islam”.
 
Mientras espero en el patio intentándome comunicar en inglés con unos niños pequeños, se me acercan tres chavales de unos quince años, alumnos musulmanes del centro cristiano. Uno de ellos se pone frente a mi a menos de un palmo y comienza a gritarme en árabe. Tras varios segundos aguantando sus gritos le contesto en inglés que aprenda inglés y hablaremos. Me giro para seguir mi conversación con los pequeños cuando noto un dolor punzante en el hombro. Me giro y veo en el suelo una piedra de forma puntiaguda mientras los chavales, con las capuchas cubriendo sus cabezas, intentan perderse entre la chiquillería. Con ganas de salir corriendo y darle una bofetada me freno al recordar la historia que nos acaba de contar el padre. Estoy seguro que esa bofetada –por justa que fuese-, por ser de un cristiano a un musulmán, podría desencadenar una violentísima respuesta no solo para mi sino para toda la comunidad cristiana.


Una ofrenda en Anjara.

Tengo muy claro que no solamente pasan por una Pasión los cristianos perseguidos que deben huir de sus países. También los religiosos que les acogen y acompañan quienes, llevando hasta el extremo el perdón y la misericordia enseñados por Jesucristo, desgastan sus vidas acogiendo y abrazando también a los musulmanes quienes muchas veces les desprecian y odian.

Fotos: © Gonzalo de Alvear