Esta fue su infancia y adolescencia. Este joven francés era carne de prisión o del mundo criminal hasta que apareció Dios en su vida y sanó sus muchas heridas. Ocurrió cuando con 18 años empezó a trabajar en Peugeot. Allí un compañero suyo le habló de Dios y empezó a introducirse en la Iglesia gracias a varios sacerdotes que le fueron guiando en su camino.
Así fue como participó en el germen de lo que se convirtió en la Comunidad de San Juan, en 1975, y donde tras su fuerte conversión descubrió su vocación religiosa, siendo ordenado sacerdote en 1982.
En sus carnes había experimentado que pese a la vida que había tenido “la salvación todavía es posible” por lo que desde su ordenación siempre mostró un carisma especial hacia las personas heridas que creían que no había solución para ellas.
Este carisma lo afianzó aún más tras un viaje que realizó a África. Al volver fue trasladado a Boulogne Billancourt, una ciudad aledaña a París. Allí, una vez a la semana organizaba una comida con los pobres y empezó a ser capellán en una prisión.
Pero un día, estando en el enorme parque Bois de Boulogne encontró el que sería, sin duda, su gran apostolado al que dedicaría en el futuro su vida. “Mientras practicaba deporte me encontré con gente que se prostituía”, cuenta. Y se dio cuenta de que esas personas debían ser escuchadas, acogidas y queridas.
Desde entonces, este religioso de hábito gris ha dedicado su vida a los “parias” de la sociedad: drogadictos, personas sin hogar, presos y especialmente a las prostitutas.
Durante estos años, ha ayudado a numerosas prostitutas, bastantes de ellas transexuales, olvidadas de la sociedad. E incluso cada año organiza una peregrinación al santuario de Lourdes al que acude con ellas. De hecho, su lema es la frase que Bernadette dijo tras la tercera aparición de la Virgen: “Ella me miró como a una persona“.
De esta experiencia surgió la obra que Jean Philippe Chauveau creó con la ayuda de algunos laicos y de la que se siente más que orgulloso: la Asociación Magdalena. Reconocida por el obispo de Nanterre tiene como objetivo ayudar, rescatar y acompañar a los que viven en la calle o de ella y cuyo objetivo es hacerles ver que la “salvación es posible” y que pueden salir de esta vida.
La Asociación Magdalena trabaja principalmente en tres frentes, y que no son otra cosa que la experiencia que este monje ya había experimentado previamente:
- Las visitas del corazón. Todas las noches de la semana un grupo de voluntarios instalan una caravana en el parque Bois de Boulogne para conocer, saludar, hablar y ayudar aquellas personas que se prostituyen.
- Los miércoles del corazón. En esta iniciativa los voluntarios preparan todos los miércoles por la noche una comida caliente para más de 100 personas para personas de la calle, con la que comparten el rato y a las que escuchan sus problemas.
- Noches del corazón. En este caso, en pequeños grupos de dos o tres personas, los voluntarios recorren las calles de la ciudad para encontrarse con los pobres.
Pero Jean Phillipe quiere ayudar más a estas personas y con la ayuda de los voluntarios de la asociación ha creado la Casa Magdalena, un antiguo convento benedictino que le ha prestado el obispo de Meaux en el que este religioso ha convertido en un hogar para que las prostitutas puedan encontrar un refugio y puedan dejar atrás esta vida.
Esta casa se abrió el pasado mes de septiembre y en ella puedan permanecer seis meses y renovar su residencia una vez. Hay siete habitaciones y tendrán una vida comunitaria y gracias a las donaciones se las ayuda y forma para recuperar su independencia y conseguir un empleo fuera de la prostitución.
Recientemente, tres prostitutas que ejercían en el parque en el que empezó este apostolado se han unido. Y todo gracias a la caravana que todas las noches está cerca de donde se prostituían. “No buscamos el éxito, buscamos responder a la llamada de los pobres, el amor está antes que la eficiencia”, resume este sacerdote.
Él no quiere descuidar su vida religiosa y por ello pasa tres días a la semana con su comunidad en el monasterio y cuatro en la Casa Magdalena. Mientras tanto, una mujer de la asociación gestiona la casa y hace que se cumplan una serie de normas necesarias.
Y es que algunas de estas prostitutas vienen con muchos problemas además de las heridas de la prostitución pues suelen tener adicción al alcohol o a las drogas. El hecho de ser tratadas con dignidad y como personas, el encontrar un orden en su vida y el apoyo espiritual, y psicológico supone un enorme cambio para ellas.
Y en sus rescates aunque este religioso reconoce que no hacen proselitismo reconoce que “no ocultamos que somos católicos”. “No soy perfecto, mi Iglesia tampoco pero si me pide ayuda haré todo lo posible para ayudarle”, sentencia el “padre”, como le llaman las prostitutas.