“Básicamente tenía todo lo que se dice que es necesario para la verdadera felicidad y la plenitud”, afirma este joven estadounidense. Pero sólo había un problema: pese a tener todo lo supuestamente necesario para ser feliz, “yo estaba totalmente deprimido”, confiesa.
El estilo de vida que vendían los medios, el cine, el mundo de la música y la cultura, que tanto él como millones de jóvenes imitaban se le vino abajo. No era más que una apariencia que no se sostenía pero no fue consciente de ello hasta que tocó fondo.
“Buscaba todo aquello en lo que crecí creyendo que me haría feliz: el placer, el disfrute, el estilo de vida rockstar de los iconos que como un joven adolescente vi en MTV y en las películas”, cuenta en su testimonio publicado en Ignitum Today.
Thomas era joven y vivía en Destin, junto al mar, volcado en la fiesta, el alcohol y las drogas
Movido por estos referentes culturales su lema era que “la gente debe ser capaz de hacer lo que quiera siempre y cuando no hagas daño a los demás”. Y por ello, Thomas hizo suyo este impulso de “haz lo que te apetezca” aunque su deseo estuviera por delante de las personas que le rodeaban y pudiera dañarlas. Y así vivía, fiestas, alcohol, drogas, “sin restricciones internas o externas, hice lo que quise, cuando quise”.
Esta vida, sin embargo, “no me llevaba a la felicidad y plenitud que se me había prometido”. Y es que como el mismo Thomas relata, “cuanto más elegía servirme a mí mismo, más deprimido estaba. Y cuanto más deprimido me volvía, más me servía a mí mismo”. Era en definitiva, “un círculo vicioso” formado por “vicios muy reales” del que no conseguía salir.
Este círculo comenzó poco a poco a resquebrajarse cuando dejó la casa en la que vivía para trasladarse a un apartamento en otra ciudad. En ese momento se dio cuenta de que “todo lo que intentaba en mi búsqueda de la felicidad me dejaba más vacío”.
Por ello, le dio una pequeña oportunidad a Jesucristo, del que le habían hablado de niño y en su adolescencia. Esa noche, recuerda, “sentí algo lo suficientemente grande como para poder traspasar las puertas de una iglesia católica y asistir a misa el domingo”.
Ese domingo fue a misa “y las cosas empezaron a ir hacia arriba”. Pero su conversión no fue inmediata, sino que fue un proceso largo en el que tuvo que ir liberándose de esos ídolos que le habían esclavizado durante años.
“Pensaba que yo podía seguir haciendo lo que quisiera mientras yo amara a Jesús. Mi incomprensión de Jesús y de lo que es el amor me llevaría por un camino que era sorprendentemente similar al que yo creía haber dejado atrás”, relata Thomas.
En definitiva, se había acercado a la Iglesia pero seguía siendo presa del relativismo pues pensaba que “estaba libre de las reglas que otros me imponían” pues en el fondo consideraba que lo que la Iglesia decía era para coartar su libertad. “Creía que sin estas reglas podría ser feliz, que conocía a Jesús y que Él no establecería reglas para mí que no fueran para ser feliz”.
Tardó en darse cuenta del error en el que vivía. Y el egoísmo siguió liderando su vida aunque la apariencia fuera diferente. Y tras problemas con los estudios acabó finalmente llegando a una universidad católica. Precisamente ahí empezó a entender que Dios era otra cosa y que la felicidad no era hacer lo que uno quería sino lo que Dios quería.
Thomas Clements recuerda feliz como en ese momento asistió "a una clase de Teología en la que aprendí que la Iglesia no era como lo que mucha gente dice que es. Además, al rezar el Rosario todos los días, asistir a la misa diaria, tener conversaciones filosóficas y teológicas con los demás, y leer las palabras de los santos, aprendí que Dios quería que lo amara y mostrara mi amor por él a través de la obediencia”.
De este modo, este joven empezó a sacrificar esa “libertad” mal entendida y la vida que llevaba por la obediencia a la Iglesia. “Fui siguiendo estas instrucciones y finalmente encontré lo que siempre había deseado: Jesús. No sólo una idea de él, sino una relación personal, una verdadera amistad. Mis días estaban llenos de milagros, mi vida estaba siendo puesta de nuevo ante mis ojos”.
En la actualidad, además de su profesión como docente, Thomas también hace apostolado a través de la música cristiana
La conversión se había producido pero no hacia un dios hecho a medida sino hacía el Dios que realmente da la felicidad. La fecha la tiene marcada a fuego en su memoria: 24 de abril de 2007. “Con la ayuda del Espíritu Santo, finalmente renuncié a mi mortífero círculo vicioso”, afirma, y desde entonces “dejé de beber y drogarme”.
Mirando su historia, Thomas Clements confiesa que “pensé que tenía todo en la playa, pero en realidad no tenía nada. Al renunciar a lo que yo pensaba que era todo, realmente gané todo. Todavía vuelvo a la playa de Destin de vacaciones, pero nunca volveré a una vida sin Jesús. Nada podría ser peor que una vida sin Jesús. Lo sé por experiencia”.
Thomas acabó estudiando Teología en el Southern Catholic College, y los completó en la Universidad Franciscana de Steubenville, considerada como la más católica del mundo. Y actualmente es profesor de Religión y Teología en un instituto. Está casado y es padre de tres hijos, mostrando a los jóvenes su experiencia de que la verdadera libertad pasa por la obediencia.