Antes de nada cabe recordar que el celibato sigue siendo obligatorio para los sacerdotes católicos aunque hay algunas pequeñas pero muy concretas excepciones. En algunas iglesias católicas de rito oriental permiten la ordenación de personas ya casadas pero todo aquel célibe que quiera ser sacerdote deberá seguir manteniendo el celibato.
Por otro lado, la Santa Sede ha permitido la ordenación de algunas personas casadas provenientes del anglicanismo o del episcopalismo y que ya ejercían este ministerio anteriormente. Se hizo tras la Provision Pastoral de Juan Pablo II en 1980 y la Constitución apostólica Anglicanorum Coetibus de Benedicto XVI de 2009, que establecía el retorno de comunidades de estas confesiones al catolicismo y que preveía que algunos de estos ministros fueran ordenados sacerdotes. Incluso los obispos que retornaron al catolicismo y estaban casados tuvieron que dejar el ministerio episcopal para ejercer únicamente como sacerdotes.
Precisamente, el padre Whitfield regresó al catolicismo gracias al Papa santo polaco. Pero ante las dudas que pueda generar su situación ha publicado en Dallas News que titula: “Soy un sacerdote católico casado que piensa que los sacerdotes no deberían casarse”.
El envejecimiento del clero occidental, la falta de sacerdotes en muchas partes del planeta y la escasez de vocaciones provoca que de manera recurrente se repita desde ambitos muy diversos que el celibato opcional sería la solución a estos problemas. El Papa Francisco ya ha dicho que no en varias ocasiones y este sacerdote estadounidense desde su propia experiencia considera que el problema se resolverá con la fidelidad a la Iglesia y no cambiando las reglas del juego.
El ahora patriarca emérito de Antioquía de los Maronitas, el cardenal Sfeir, en cuyo rito sí existen sacerdotes que han sido ordenados casados, explica que esta no es la solución para la falta de clero. En unas declaraciones pasadas aseguraba que “hay que reconocer que si el matrimonio de los sacerdotes resuelve un problema, también crea otros graves”.
El cardenal explicaba que “un sacerdote casado tiene el deber de ocuparse de su esposa y de sus hijos, de asegurarles una buena educación, de garantizarles el porvenir”. “Otra dificultad para un sacerdote casado puede ser la de no entenderse con sus parroquianos. A pesar de ello, su obispo no puede trasladarlo debido a la imposibilidad de que su familia se desplace con él”.
Y esta es la experiencia que vive Joshua J. Whitfield. Lleva una parroquia y a la vez “una casa de gritos y de mocos, que es también una casa de amor y que ha crecido en pocos años”.
El punto clave para entender su posición es que las excepciones para la ordenación de hombres casados están hechas “en aras de la unidad de los cristianos, a causa de la oración final de Jesús de que sus discípulos sean uno, no una señal del cambio en la antigua disciplina del celibato en la Iglesia Católica”.
Este sacerdote que ejerce su ministerio en la Parroquia de Santa Rita en Dallas (Texas) entiende que haya gente que se sorprenda al “saber que los sacerdotes católicos casados son los más firmes defensores del celibato. Yo, por ejemplo, no creo que la Iglesia deba cambiar su disciplina aquí. De hecho, creo que sería una muy mala idea”.
Es más, este sacerdote cuenta que intentan utilizar casos como el suyo para acabar con el celibato, algo que a él no le hace gracia. “La mayor parte del tiempo la gente me ve como una especie de agente del cambio, como el presagio de una Iglesia más moderna. Al ser sacerdote casado, asumen que estoy a favor de abrir el sacerdocio a los hombres y a favor de todo tipo de cambios e innovaciones”, cuenta resignado.
Y dirigiéndose a los que así le ven, el padre Whitfield afirma: “los laicos que no tienen una idea real de lo que el sacerdocio implica e incluso algunos sacerdotes que no tienen una idea real de lo que la vida familiar y conyugal implica tratan de normalizar la idea de que los sacerdotes casados traerían un nuevo y mejor tiempo para la Iglesia Católica. Pero es una suposición con poca evidencia de apoyo. Basta con mirar la escasez de clérigos en muchas iglesias protestantes para ver que la apertura de las filas clericales no necesariamente provoca un renacimiento espiritual o algún crecimiento en absoluto”.
De este modo, este sacerdote y padre de cuatro hijos cree que lo más importante es que los que piden acabar con el celibato olvidan o desconocen lo que la Iglesia llama el “fruto espiritual” que conlleva esta elección de vida, “algo incomprensible en esta época libertina, pero que sigue siendo cierto y esencial para el trabajo de la Iglesia”.
Yendo más allá de los intentos por acabar con el celibato, este cura asegura que en realidad lo que se pasa por alto son las razones reales de por qué gente como él vuelven al catolicismo. “Cuando veas a un sacerdote casado, piensa en los sacrificios que hizo por lo que cree ser la verdad. Piensa en la unidad de los cristianos, no en el cambio. Eso es lo que me gustaría que la gente pensara cuando me vean a mí y mi familia. Nos convertimos en católicos porque mi esposa y yo creemos que el catolicismo es la verdad, la plenitud del cristianismo. Y respondimos a esa verdad y lo que significaba (como sacerdote episcopal en ese momento) abandonar mi sustento y casi todo lo que sabía y mientras mi esposa estaba embarazada de nuestro primer hijo”, relata.
Joshua J. Whitfield reconoce que es más que complicado compaginar la parroquia y la familia. Considera que es “una vida de sacrificio, que afecta a toda mi familia, a mi esposa probablemente más que a nadie”. Según cuenta, “nunca hemos estado más ocupados, nunca más agotados, pero nunca hemos sido más felices”.
De hecho, explica este sacerdote, “incluso mis hijos hacen sacrificios todos los días por la Iglesia. Es difícil a veces, pero lo hacemos, y alegremente: uno, porque tenemos una gran parroquia que lo consigue, y dos, porque estamos en una Iglesia en la que amamos y creemos, no una Iglesia que queremos cambiar”.