Jesús Sánchez es un joven español de 36 años. Pero su vida se parece en poco, o más bien en nada, a la de cualquier persona de su edad en su Córdoba natal. Este sacerdote es párroco en uno de las barriadas más peligrosas del mundo, Petare, el suburbio más grande toda América Latina y también el de mayor tasa de homicidios.
Él era un joven electricista, había tenido novia y sus planes nunca pasaban por la vida religiosa. Pero su vida dio un giro en 2008 cuando fue a la Jornada Mundial de la Juventud en Australia. Allí Dios le llamó para dejarlo todo y él dijo sí.
Como miembro del Camino Neocatecumenal, en una convivencia celebrada en Italia, entró en el sorteo para ver a qué seminario sería enviado a estudiar. En esta realidad eclesial, los aspirantes al seminario pueden ir a cualquiera de los más de 120 seminarios Redemptoris Mater que hay en los cinco continentes.
A Jesús le tocó Caracas, en Venezuela. Y dejó sus alicates y cables en Córdoba para formarse y ser sacerdote en Venezuela. Han pasado 12 años desde que llegó a este país y ha podido ser testigo de la degradación de un país, de la pobreza y la injusticia.
Cuando va por la calle muchos le piden oraciones y bendiciones, porque creen que él está más cerca de Dios y les puede ayudar a sobrevivir. Sin embargo, este cura ve precisamente en esta gente a Jesucristo. “La fe de las personas, por los sufrimientos que tienen, me supera. Yo me siento pequeño ante esa realidad, sobre todo cuando veo esas experiencias desde cerca”, asegura.
Ahora es párroco en Petare, el suburbio más peligroso de América. Y es allí como párroco un ángel de la guarda para muchas personas. NIUS ha publicado un extenso reportaje realizado por Esther Yáñez sobre este sacerdote español, del que cuentan que vive perdido en mitad de su cerro volcado en anunciar el Evangelio y ayudar a los vecinos a poder simplemente sobrevivir.
Este joven vive en una pequeña casa de Campo Rico, dentro de Petare. Allí está con su gato tigre y las visitas esporádicas de algún seminarista con necesidades de alojamiento por el estudio. "La Venezuela que yo me encontré cuando llegué por primera vez no tiene nada que ver con la Venezuela superviviente de ahora. En aquel momento la situación de crisis económica y pobreza no era la que es hoy".
Su labor en este momento es imprescindible en la zona en la que vive. Decenas de familias dependen de su trabajo y energía para que puedan cubrir al menos las necesidades más básicas para sobrevivir, pues bajo la tiranía del gobierno de Maduro es casi imposible conseguir comida y medicamentos.
Jesús centraliza todas estas ayudas a sus vecinos a través del Colegio Corazón de Jesús, centro situado a tres manzanas de su casa, pegado a la iglesia de San Juan Evangelista en la que es párroco. El colegio está hermanado con la Academia Merici, escuela para niñas que llevan las hermanas ursulinas y situado en uno de los mejores barrios de Caracas. Desde allí llega al padre Jesús dinero, alimentos y medicinas para su parroquia en este suburbio.
También organizan, la denominada olla solidaria. Se trata de una gran sopa y almuerzo variado que voluntarias de la Academia hace una vez al mes en Campo Rico y de la que comen sobre todo ancianos y niños, pero también población de cualquier edad, estatus o clase. Últimamente suelen ser prácticamente todos.
Este sacerdote explica que "lo más difícil es ver cómo la gente se está muriendo por la falta de medicamentos; y lo peor es que lo saben, son conscientes de ello, es como una condena a muerte".
“Ellos me dicen: ‘padre, no tengo la pastilla para la tensión’, o el medicamento para la diabetes, o para cualquier enfermedad. Y dicen que mastican ajo o beben té de malojillo, pero saben que se están deteriorando. Hasta que se mueren”, afirma este joven cordobés.
El coronavirus ha venido a empeorar una situación ya de por sí límite. La falta de alimentos es lo que más ha notado el sacerdote: “gente que viene a pedir comida a diario y que antes no había tenido la necesidad de pedir”. También afirma que ha notado un aumento de fallecimientos en al barrio, de una media de dos o tres al día, pero que no saben si es por el virus o por otra cosa.