El obispo auxiliar de Valladolid, Luis Argüello, fue una de las voces de la Iglesia que intervinieron en el intenso debate social sobre la transexualidad provocado por el autobús de Hazteoír la semana pasada. Argüello es un hombre culto, de pensamiento claro, exposición pacífica y tono calmado. Se esfuerza con éxito en conciliar la claridad en la presentación de su verdad, con el empeño en evitar confrontaciones innecesarias o palabras hirientes que dificulten el entendimiento. Antes de ordenarse sacerdote fue uno de los promotores de Justicia y Paz en Valladolid y es un firme defensor del valor del diálogo sincero y honesto. Pero ve alarmado cómo cada vez es más difícil.

Y advierte de que la libertad de opinión está en peligro.
 

- Lo que más me ha sorprendido ha sido que en las reacciones que han surgido se haya subrayado tanto la palabra odio. La coincidencia ha sido tan grande que casi parecía responder a un manual. Todos han ido más allá de lo que el autobús dice. Al tratarse de una campaña que responde a otra campaña (la de Navarra), la han interpretado desde ahí, desde esa respuesta, y en clave de odio, lo que evidentemente me parece muy excesivo.


- Se pone encima de la mesa un asunto que nos preocupa, más allá de los autobuses, que es todo aquello que tiene que ver con el debate sobre lo humano. Percibo que la dinámica es siempre la misma. Se parte de situaciones de dolor, o discriminación, con las que nadie puede estar de acuerdo. Y, desde luego, nosotros debemos comprometernos en la lucha contra la discriminación. Pero a partir de ahí se revisa la concepción antropológica del hombre y de la mujer, el significado de la diferencia sexual… Esto es lo preocupante. Las leyes que están surgiendo en muchas autonomías, que tienen el encabezamiento de ir contra la discriminación, enseguida lo que plantean es la cuestión de la identidad de género. En el deseo de normalizar la situación de estas personas se da un salto a la normalización de un planteamiento antropológico que desmiente los datos de la propia corporalidad.


- Sí, pero es comprensible de alguna manera. Estamos viviendo en los últimos decenios una propuesta, que no es sólo española, sino universal, que coloca las referencias sobre lo humano en el campo de las opciones personales. Creo que este debate sobre la transexualidad tiene bastante que ver con que el año próximo la Asociación Americana de Psiquiatría, que define el catálogo de las enfermedades mentales, tiene sobre la mesa la revisión de la visión médica de este campo. Ya hace unos años, dejaron de hablar de trastornos de género para hablar de disforia, que es un malestar ante el propio cuerpo y sus manifestaciones. Y ahora hay una presión para que, en la próxima edición de su manual diagnóstico, ni siquiera se considere como un problema, sino como una expresión del territorio de la libertad.
 
En el terreno educativo eso se traduce en que a los niños no se les deben plantear referencias demasiado rígidas, porque este campo de la orientación sexual debe presentarse como un terreno en el que hacer ensayos y experimentar. Sé que esto no lo comparten todas las personas que quieren que los que padecen estos problemas en su mundo afectivo o sexual no sufran discriminación, abusos o burlas. Y yo comprendo estas situaciones. Pero el problema es que, desde situaciones límite, se pretenda realizar un juicio general sobre el significado de la vida humana, sobre el significado de la sexualidad o de la muerte. 


- Ese es un problema bien serio, el del subjetivismo, que lleva consigo un relativismo que, en principio, parece hacernos sentir más cómodos. Pero el problema es que luego hay que convivir y buscar un bien común. Y esto exige unas referencias objetivas que se puedan compartir. Después de siglos de iluminismo de la Ilustración, y del triunfo de las ideologías, la situación en la que nos encontramos pide volver a mirar lo real. Y aceptar que lo real nos ofrece unos datos desde los cuales poder construir. Uno de los datos fundantes que se nos ofrecen es el dato de nuestra corporalidad. No como algo que tenemos, sino como algo que somos. En el propio cuerpo se da una reconciliación entre el tiempo moderno que ha puesto en pie el sujeto, la conciencia, las ideas… y el propio dato corporal que es una referencia de realidad y de naturaleza para que las ideas, sentimientos y emociones del sujeto, al emanciparse, no se despisten.


Luis Argüello, obispo auxiliar de Valladolid, junto al cardenal Ricardo Blázquez


- Y desde ahí surge una nueva intolerancia, que es la de ser intolerantes con aquellos que salimos a la plaza pública ofreciendo un modelo, que es lo que ha pasado estos días. Solo el hecho de presentar una referencia provoca una reacción desmedida de rechazo. Al margen de las actuaciones administrativas, y de la posibilidad de que el Ayuntamiento se haya excedido en la interpretación de la legalidad, lo verdaderamente sorprendente de todo lo ocurrido es que la presentación de esta referencia se haya considerado como algo intolerable, bajo capa de decir que genera odio. Y se dice que esas ideas deben ser retiradas de la vida pública. Y eso es grave porque tiene muchas repercusiones. Como hemos visto con un colegio de Madrid al que se amenaza con retirarle el concierto y al que se le imponen sanciones.


- Lo que se nos dice es: la disforia no está provocada por la propia situación de malestar con la corporalidad, sino por la reacción social. Si no existiera, no habría malestar. Esto se nos ha dicho ya antes. Hasta el año 68 se afirmaba: Hay mucha represión sexual, y porque hay represión hay prostitución; porque hay represión hay violencia; y porque hay represión hay infidelidades. Cuando desaparezca la represión, eso desaparecerá. En este tiempo hemos dado un giro radical y hemos pasado a un planteamiento de nada de represión, e incluso a la euforia en la vivencia de la sexualidad, y la prostitución no ha desaparecido, ni la violencia en el seno de la pareja, ni las infidelidades. Es evidente que el cuerpo social influye en nuestra vida personal, pero no podemos decir que toda la culpa la tienen las estructuras y que, si solucionamos lo estructural, lo personal se soluciona automáticamente. No es verdad. Sí es verdad que a veces la situación de las personas pide cambios estructurales, pero esos cambios por sí mismos no resuelven los malestares personales.


- Cuando ves que esto ocurre en tantos lugares de la Tierra de forma simultánea, y que incluso desde las agencias de Naciones Unidas se insiste en esto, empiezas a pensar que obedece a algún plan. Creo que lo que se hace es realizar una propuesta sobre lo humano que haga juego con una determinada manera de entender la globalización. A uno le extraña que desde el pensamiento de izquierda no se vea la relación que existe entre la antropología, la economía y las propuestas políticas globales. Yo sí creo que existe esa relación.


- Hay varios motivos para pensar esto. El primero de ellos sería el elogio cultural que se hace del sujeto como productor-consumidor, un individuo que tiene cada vez menos vínculos y relaciones fuera de los mundos del trabajo y del consumo. Estos ciudadanos, desvinculados, tienen una menor capacidad de conciencia, de resistencia y de propuesta. Tienden a moverse más por emociones, por intereses, o por gustos, que por un discernimiento, y resultan más fácilmente manipulables.

Pero el otro aspecto clave de esta nueva propuesta antropológica es que está marcadamente separada de la vida, de la generación de la vida. Separada de una visión de la sexualidad y de las relaciones sexuales que no las vea sólo como un elemento de comunicación de la pareja, sino que entienda que el valor esencial de la diferencia sexual (no sólo en los seres humanos, sino también en otras muchas especies animales) tiene que ver con la transmisión de la vida. Percibo que en el mundo en el que vivimos hay una convicción de que, para poder gestionar el planeta, incluso para cuidarlo, es preferible reducir el número de comensales a la mesa, en vez de buscar una mayor justicia en el reparto de los bienes.

Esto se constata al ver cómo instituciones como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, u otras agencias de Naciones Unidas, casi siempre exigen a los países empobrecidos, como una de las condiciones para poder recibir ayudas económicas, que pongan en marcha políticas antinatalistas. Me parece que eso revela una propuesta antropológica que busca, si no suprimir la generación de la vida, sí al menos que quede muy disminuida.

Luego surgen situaciones paradójicas, porque como, a pesar de todo, el deseo de los hijos es algo evidente, aparecen cuestiones nuevas como la gestación subrogada. Antes esto uno se plantea si no sería mejor buscar el modo de asignar alguno de esos muchos niños que no se desean, y que se abortan, a todos esos padres que sí quieren acoger una vida, en vez de recurrir a los vientres del alquiler.


Monseñor Argüello se ha mostrado muy duro con la posibiliad de que se aprueben los vientres de alquiler


- Con lo cual lo que se desea es un producto, cuando algo genuino de nuestra concepción de la génesis de la vida es que lo hemos llamado procreación. Es un acto creativo, con todos los riesgos de lo creativo, no un producto de diseño en el que incluso puedo descartar el resultado si no se corresponde con la solicitud. En el concepto de procreación, la apertura a la vida hace que se la acoja como un don. Un don que puede conllevar también una carga, en esos casos en los que los hijos vienen a la vida con problemas, pero que incluso entonces puede terminar siendo una carga gozosa, como atestigua la experiencia de tantos padres y madres.


- Me ha resultado más sorprendente esto último. La polémica era esperable a la vista de lo ocurrido en España en los últimos meses. Pero es la naturaleza de las reacciones la que más me sorprende y preocupa, porque me hace ver cuán extendida está esta concepción de la antropología individualista, tan marcada por los propios gustos, sensaciones e intereses. Por otra parte, pone de manifiesto las dificultades que tenemos para enfrentarnos a lo que se va gestando como políticamente correcto. Pero lo que más me ha sorprendido es el diagnóstico de odio. Que no solo se haya coincidido en el rechazo sino en la interpretación de la campaña como una expresión de odio es para mí un timbre de alarma. 


- Claro, claro. Es que la reacción ha sido tan grosera… en el sentido de no tener en cuenta la libertad de expresión. No conviene olvidar que en esta polémica ha habido una cuestión de fondo, que es la antropológica. Pero también ha habido otra importante, que es la cuestión de la libertad.


-Creo que sí. Y esto tiene que ver con la evolución de nuestro modelo social. Con esa idea del individuo aislado y regido por sus emociones e impulsos, de la que hablábamos antes. Es la cultura del ‘me gusta / no me gusta’. Hoy a la gente se le pide que opine a favor o en contra de algo que está viendo en ese momento en la televisión, con lo que la opinión se convierte en una cuestión de poder. Por este camino, el diálogo ya no es verdadero diálogo, es una forma de guerra, de ver quién gana. Desde ese punto de vista, la libertad está amenazada, sí.


- Ya he dicho que es muy importante que sobre estas cuestiones se pueda dialogar, sin hacer del diálogo un combate, con disposición a escucharnos. Yo estoy seguro de que lo que se quiere decir desde otros ámbitos subraya con fuerza la cuestión de la no discriminación. Y yo eso lo quiero acoger. Lo que pasa es que algunos piensan que se discrimina cuando se hace una propuesta positiva de un criterio firme. Es ahí donde tendríamos que hacer un esfuerzo de diálogo. Estamos de acuerdo en algo: la dignidad de la persona. Y que por eso mismo no se puede discriminar a nadie. Pero una vez dicho eso, aceptémonos unos a otros. Porque si no, se produce la discriminación de los que queremos hacer una propuesta sobre lo humano.


- Exacto. Entremos en eso. Lo que yo lamento justamente es que se haya criminalizado a aquellos con los que no se está de acuerdo.



- La urgencia de poder dialogar de las cosas importantes es cada vez mayor porque el propio desarrollo o expansión de las cuestiones de las que estamos hablando hace que ese humus donde sea posible realizar una propuesta disminuya cada vez más.

Conviene recordar que en la misma lógica de verdad y misericordia forma parte de la verdad que anunciamos la misericordia, y forma parte de la misericordia que ofrecemos, el ofrecer la verdad. Es un acto de amor el decirnos la verdad, o, en definitiva, lo que uno cree que es la verdad. Si no, al final son palmaditas en el hombro. La acogida, o la no discriminación, tienen que basarse en el reconocimiento de lo que nos separa. Y a partir de ahí entender que es más importante lo que nos une, que es nuestra condición de humanos. Reconstruir un ámbito donde sea posible el diálogo es fundamental. Algo parecido ocurre en la situación política española, en la que ahora se habla de la necesidad de un pacto educativo. Si no se da esta aceptación del otro sin las barreras que las ideologías imponen, es imposible llegar a nada, porque entonces el otro será siempre un contrincante, o algo peor, un enemigo.


-Es que la cuestión antropológica y la de la familia son la cara y cruz de la misma moneda, porque el origen de la vida, el crecimiento de la vida, la educación de la nueva vida, se realiza en el ámbito familiar. Por ello, al mismo tiempo que se cuestiona la antropología se cuestiona la familia. No solamente por la irrupción de nuevos modelos, que es lo que hemos vivido hasta aquí, sino que empieza a cuestionarse la familia como tal. La lógica individualista lleva consigo la incomodidad ante los vínculos fundantes (padre, madre, hijo, hermano), que no se negocian, sino que vienen dados. Ahora se plantea que los hijos, puedan ser educados por la tribu o por el Estado.
Pero yo creo que hay un modelo familiar que es el que responde a la antropología adecuada.
Y es que la posibilidad de generar vida la tiene el encuentro entre un hombre y una mujer. Aquellos que son padres de un hijo, aunque luego se divorcien y dejen de ser esposos, no dejan de ser padres. Con lo que también ahí hay un dato de la realidad que reclama un apoyo institucional. Si ser padre o madre es algo que no se puede romper, el ideal social a proponer debe ser un hogar que permanezca. Lo cual no quiere decir que no haya situaciones en las que, por la violencia o el desamor, no exista la posibilidad de separación de las personas. Yo no estoy diciendo que no tengamos ley del divorcio. Lo que digo es que consideremos la familia como un bien a proteger, y, por tanto, que se promueva, y que no se den facilidades a la ruptura. Aunque algunas de ellas sean inevitables.