Con motivo de este caso, utilizado por el lobby pro-eutanasia en favor de su legalización, el escritor y periodista Antonio Socci escribió en su blog personal una reflexión en forma de carta dirigida a su hija Caterina, quien desde hace ocho años lucha por sobrevivir tras resucitar de una crisis cardiaca y quedar dañados algunos de sus órganos.
Caterina Socci estaba a punto de terminar la carrera cuando tuvo un incidente cardiaco normalmente mortal.
"El poder que dirige los medios hace propaganda de la muerte, no de la vida por la cual tú estás luchando. Pero jamás nos rendiremos", titulaba Socci su escrito.
El 12 de septiembre de 2009, Caterina, que tenía entonces 24 años y se iba a licenciar en Arquitectura doce días después, se desplomó en su piso de estudiante en Florencia poco antes de cenar. El corazón se paró y dejó de respirar. Mientras sus padres, Antonio y Alessandra, llegaban a la carrera desde Siena, los servicios de emergencia intentaron reanimar a la joven. Sin éxito. Posteriormente se descubriría que no padecía malformación congénita alguna, ni medió causa vírica o toxicológica.
Pero el corazón había dejado de latir, y Caterina llevaba hora y media muerta cuando llegó hasta su lado el sacerdote Andrea Bellandi, asistente espiritual de los universitarios de Comunión y Liberación en la capital de la Toscana.
Andrea Bellandi, testigo directísimo de lo que le pasó a Caterina hora y media después de morir.
Aunque los médicos le dijeron que por su vida ya no cabía rezar, él lo hizo. Y a la tercera avemaría del rosario, surgió lo que Socci no duda en calificar de "milagro": "El corazón empezó de repente a latir de nuevo. Un latido fuerte, regular, no signos débiles como suele suceder tras una desfibrilación. La tensión arterial se normalizó súbitamente. Dos hechos científicamente inexplicables. Porque mi hija estaba muerta. Muerta".
Le quedaron secuelas. Pero hoy Caterina camina por sí sola, razona, escucha y comprende, se conmueve, ríe, llama a sus padres por su nombre y pelea cada jornada para cumplir su programa de rehabilitación y alcanzar un día el mayor grado de normalidad que le permitan sus lesiones.
Antonio Socci, periodista, vaticanista, escritor (en España ha publicado El secreto del Padre Pío), no ha podido dejar de plasmar esta experiencia en dos libros sobre su hija: Caterina. Diario di un padre nella tempesta [Catalina. Diario de un padre en la tempestad] y Lettera a mia figlia. Sull'amore e la vita nel tempo del dolore [Carta a mi hija. Sobre el amor y la vida en el tiempo del dolor].
Y ahora retoma esos duros momentos para iluminar ante la opinión pública el caso de DJ Fabo, entenebrecido por los partidarios de la cultura de la muerte.
"Querida Caterina", le dice: "Hace unos días escribiste en tu página de Facebook, bajo tu sonriente foto: La vida siempre es bellísima. Y después las palabras del Salmo 138: Te doy gracias porque me has plasmado portentosamente… Sé que estás triste por Fabiano, este hermano nuestro por el que rezamos y del que todos hablan. Rezar por él es un modo de amarle; pero nadie invita a rezar por él, porque se piensa que ya todo ha terminado y sólo se trata de pedir leyes que permitan en Italia lo que ya se hace en otras partes".
Pero, "¿acaso hay alguien que pida leyes e intervenciones públicas en favor de quien desea vivir y curarse?", se pregunta tras reproducir titulares de diversos medios urgiendo a legalizar la eutanasia: "Por desgracia, la vida de muchos que como tú, Caterina, luchan por vivir y sanar no sacude nuestro país".
"Y, sin embargo, tu fuerza, tu fe y tu valentía son una luz que ilumina a todos los que te conocen. Cuántos jóvenes como tú hemos conocido durante esta aventura nuestra… ¿Quién pide leyes para sostener su lucha? ¿Y quién defiende a los más pequeños e indefensos que no tienen voz?", lamenta.
Héroes desconocidos de la cultura de la vida: Paola Bonzi ha salvado diecisiete mil niños de morir abortados.
Socci recuerda a personajes como "esa gran mujer que es Paola Bonzi, del Centro de Ayuda a la Vida de la Clínica Mangiagalli, que ha salvado a más de diecisiete mil niños (y diecisiete mil madres) del aborto?".
O a "los muchos médicos, rehabilitadores o voluntarios que luchan para arrancar estos ámbitos dramáticos de la existencia del sufrimiento, la enfermedad o la muerte. Nosotros conocemos a muchos y sabemos que es precisamente este 'no rendirse' lo que ha hecho avanzar la medicina a lo largo de los siglos".
Más adelante, en su carta Antonio recuerda un hecho histórico olvidado: "Esta mañana tu madre te ha leído un artículo en el que se explica cómo surgieron los hospitales: literalmente, fueron inventados por los cristianos. Es un bien recordarlo en estas horas en las que, en los periódicos, los cristianos son presentados como sádicos que quieren que las personas sufran".
Así, "fue un Papa que se llamaba como Fabiano, en los años de la persecución, alrededor del año 240, quien instituyó los primeros servicios de acogida. Y el Concilio de Nicea del año 325, el primero después del Edicto de Constantino, obligó a las iglesias a tener xenodoquios, los primeros hospitales donde su curaba a todo tipo de enfermos. A partir de entonces florecieron los hospitales que, durante la Edad Media, fueron construidos como catedrales. Ya no se abandonó a los enfermos, como se hacia en la Antigüedad, sino que fueron considerados carne de Cristo".
De hecho, el Anuario Estadístico de la Iglesia recoge en 2014 la existencia de 116.060 estructuras sanitarias católicas en el mundo, entre ellas uno de los hospitales más grandes del sur de Italia: la Casa Alivio del Sufrimiento, fundada por el Padre Pío.
Socci se queja de que incluso los pastores de la Iglesia hayan dejado de hablar del carácter pasajero, pero decisivo para la vida eterna, de nuestra vida terrenal.
O como dos ejemplos más que cita Antonio: "¿Quién habla de los cientos de religiosas y misioneros que están viviendo en leproserías -nosotros tenemos amigos así- para cuidar a los más olvidados en los lazaretos del mundo? No son sólo las religiosas de Madre Teresa, hay muchos otros. ¿O quien habla -por referirnos a un caso de nuestro país- de la historia que hemos descubierto en Bolonia hace unos años (la Bolonia del siglo XX) en la que decenas y decenas de religiosas jóvenes, después de la Primera Guerra Mundial, se ocuparon voluntariamente de los enfermos de tuberculosis en un hospital a las afueras de la ciudad, contrayendo la enfermedad que causó la muerte de un gran número de ellas?".
"Precisamente quien ha abrazado la cruz y ha exaltado el valor infinito del sufrimiento humano es quien más ha buscado aliviar el sufrimiento de sus hermanos", continúa Socci: "Porque es desde la piedad y la compasión de Jesús, que curaba a todos, como los cristianos han aprendido a abrazar y a ocuparse de sus hermanos que sufren. Fue en los hospitales inventados por los cristianos (como las universidades) donde nació esta medicina que ha derrotado a tantas enfermedades. El cristianismo ha sido la verdadera Ilustración".
Una "ley para la muerte", sostiene Socci, es solo "un atajo que hace ahorrar dinero". Y se queja de que los "quince minutos al año que los medios se ocupan de la muerte" sea "para reivindicar del Estado una ley para la muerte".
"Nadie se pregunta nunca sobre el sentido de la vida y sobre el misterio de nuestro destino eterno. No obstante", continúa, "esto es lo que caracteriza la condición humana. Lo atestiguan tanto la literatura como el arte. Todos deseamos ser felices, pero sin olvidar nada, ni siquiera la enfermedad y la muerte. Tenemos hambre y sed de significado, el deseo de una felicidad que sea para siempre. Pero hay una terrible censura sobre la gran promesa que el Evangelio nos ha hecho: 'El céntuplo aquí y la vida eterna'. Como si el Rey de los Cielos no hubiera venido nunca a estar entre nosotros, en la tierra. Como si no hubiera muerto y resucitado por nosotros, venciendo así a la muerte".
Socci incluye en su carta en términos de una fe vivida y sentida: "Tu madre y yo siempre nos conmovemos cuando, a quien te pregunta si eres feliz, tú respondes en tu lenguaje: '¡Sí!'. Y sabemos por qué respondes así. Porque eres muy amada. Porque Jesús está aquí, con nosotros. Y no nos abandona nunca. Es nuestra fuerza y nuestro consuelo. Es Él quien nos sostiene en esta lucha. Y es con Él con quien estaremos en la eternidad, junto a muchos otros amigos. Para la gran Fiesta".
El escrito concluye con una invitación a comprender el sentido de la vida en esta tierra, "preparación a la verdadera Vida... Cada instante de nuestra existencia es precioso. Cada instante se asoma a la eternidad. Aquí abajo nos jugamos nuestro destino eterno: o una alegría ilimitada o un sufrimiento ilimitado. O el Paraíso o el Infierno. Los eclesiásticos pusilánimes ya no tienen la valentía de decirlo porque se avergüenzan de Cristo, pero como dice el Evangelio, lo gritan las piedras de nuestras catedrales que, no es casualidad, a menudo tienen anexos los hospitales medievales, como sucede en Siena. Así, el dolor humano y la belleza, abrazados a la caridad y la liturgia, miran el rostro del Salvador gritando: ¡Ven a salvarnos!”.
Los extractos de la carta de Antonio Socci son traducción de Helena Faccia Serrano (diócesis de Alcalá de Henares).