A Priscille sus padres la educaron "en las enseñanzas del Señor": "Conocía bien todos los textos", dice, "pero no significaban nada para mí. Lo seguía solo porque me lo habían enseñado, pero no como cosa propia".
Las consecuencias de un accidente
Algo empezó a cambiar a raíz de un accidente de una de sus hermanas pequeñas, que pudo perecer ahogada: "Pasaron veinte minutos durante los cuales estaba convencida de que se había muerto".
En el testimonio prestado a Découvrir Dieu no especifica detalles, pero sí que los bomberos consiguieron reanimarla: "Pero los médicos nos decían que se quedaría ciega y como un vegetal toda su vida. Rezamos mucho, fuimos a Lourdes para pedir por su vista. Recobró la vista, lo fue recuperando todo, y ahora está bien, aunque con mucho esfuerzo".
Esa recuperación le hizo pensar: "Yo sabía que había algo más detrás. Era demasiado extraordinario para que fuese producto solamente de la ciencia. En aquel momento, por primera vez me dije que tal vez mis padres tenían razón en creer en Dios".
Un retiro y una bendición
Seguía faltándole, sin embargo, una determinación personal e intransferible: "¿Dios existía o no existía? Era yo quien tenía que buscar la respuesta. Iba a misa, pero no pensaba que aquello tuviese una influencia en mi vida ni que yo tuviese necesidad de seguirlo".
Al cumplir los 18 años, sus padres la enviaron a un retiro para jóvenes en Paray-le-Monial: "Fui pensando que podría ser divertido, pero no pensando en que podría servir para mi fe", confiesa.
Paray-le-Monial es el lugar de las apariciones del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), un lugar de irradiación de la renovación católica en Francia frente al jansenismo. A partir de los años 70 del siglo XX el lugar está muy vinculado a la Comunidad del Emmanuel de la Renovación Carismática francesa, y son frecuentes los encuentros espirituales y abundantes las conversiones.
Durante un tiempo de oración en los ejercicios, uno de los sacerdotes pasó por los pasillos bendiciendo con el Santísimo a los jóvenes que oraban en sus celdas. Priscille cuenta así lo que le sucedió: "Estábamos todos de rodillas. Yo no sabía muy bien qué hacer, porque no me sentía a gusto en esos momentos. Él pasó con el Cuerpo de Cristo y hacía con él la señal de Cruz delante de cada fila. Cuando pasó delante de mi fila me sentí sumergida, abrumada en el Señor. Para mí era el Señor, era una sensación y un amor increíbles, extraordinariamente difícil de describir. Una sensación de plenitud: todo era perfecto, yo estaba perfectamente en mi lugar, era amada incondicionalmente".
"Fue mi encuentro con el Señor", sintetiza, "y eso cambió muchas cosas para mí después. Todo cambió sin haber cambiado, en el sentido de que todo cobraba sentido: todo lo que mis padres me habían enseñado, la misa, todos esos momentos pasaron a ser importantes, querían decir algo". Comprendió "lo que la Iglesia nos enseña, y hasta qué punto es verdad".
Vida transformada
"Darse cuenta de ello transforma tu vida: es maravilloso", concluye.
¿Qué es Cristo para ella ahora? "Él es toda mi vida. Está en cada paso que doy, en los paisajes hermosos que contemplo, en las personas que me encuentro... Y está también ahí en los malos momentos, cuando las cosas no van bien: Él me sostiene, está ahí para llevarme, está todo el tiempo, y siempre estará ahí para mí".