Son muchos los sacerdotes que sirven en las misiones internacionales de sus respectivos ejércitos acompañando, atendiendo y sirviendo tanto  a los militares como a todo aquel que está con ellos.

Uno de ellos es el padre Alberto Gatón, que estuvo a bordo de la Fragata Navarra en la llamada Operación Sophia y en la que en casi cinco meses rescató del mar a más de 3.000 personas.  En un reportaje de Blanca Ruiz en ACI Prensa, este capellán afirma que de los rescatados, “el 70% de ellos eran cristianos que huían de la persecución en sus países” pues “huyen de Boko Haram en Nigeria, de los grupos terroristas, de la situación de sus países”.

La misión de la fragata, que contaba con una tripulación de 208 marineros, colaboraba también en los rescates de personas que “las mafias abandonan a su suerte en alta mar” y que estaban en precarias lanchas de goma o madera. “Si no estamos allí sin duda hubieran muerto”, cuenta el padre Gatón.


El capellán recuerda perfectamente su primer rescate en alta mar, donde “una vez dentro de la fragata comenzaron a bailar, fue un día feliz porque nadie murió. Fue maravilloso ver a los rescatados sanos y salvos bailando”.

Sin embargo, no siempre había buenas noticias y habla de la profunda tristeza de ver “hasta qué punto llega en este mundo la maldad del corazón, que al olvidarse de Dios es capaz de enviar niños pequeños, a madres embarazadas y a bebés en lanchas neumáticas que son como cajas de zapatos, ataúdes flotantes, sin más destino que rescatarlos o perderlos”.




A pesar de que solía estar en uniforme militar, como impone el reglamento, muchos de los rescatados reconocían en él un “abouna”, es decir, un hombre sagrado, un sacerdote. Recuerda bien cómo una anciana que había sido rescatada le pidió que la bendijera a ella y a la niña que llevaba consigo. “Los padres de la pequeña habían desaparecido antes del rescate y ahora era la anciana la que se hacía cargo de ella. Tan sólo me pidió que las bendijera. Rezamos juntos en la enfermería”.

Su misión no ha sido fácil, tal y como él mismo admite, ya que “te enfrentas con la muerte, con el dolor, la violencia. Se está lejos de casa y el sacerdote se presenta como un compañero más para los creyentes y no creyentes con el que desahogarse, pueden hablar y compartir como no pueden hacerlo con los mandos”.

La tarea, en definitiva, es “estar con los feligreses sin olvidar que eres militar, pero dándolo todo como sacerdote”. Así, el padre Gatón relata a ACI Prensa que todos los días oficiaba misa en la fragata, y en ella no había capilla por  lo que se celebraba en la cubierta del barco y si el tiempo no lo permitía en algún lugar adaptado.


El capellán destaca que otro momento especialmente emotivo es una oración que se reza todas las tardes “en el momento del ocaso, al Señor de la calma y la tempestad”. “Hasta lo ateos suelen rezarla a veces cuando hay temporal, o tienen a algún familiar enfermo”, narra.

En los casi cinco meses que ha pasado en el mar, en la Fragata Navarra se ha celebrado una Primera Comunión, además de que varios marineros se han preparado con cursillos matrimoniales o de confirmación.“Siempre digo que en la mar, los ateos se vuelven agnósticos; los agnósticos, católicos no practicantes; y los no practicantes, al menos por un tiempo practican. Esa es mi experiencia”, afirma.