Cuando María llegó a España, no sabía lo que era una iglesia y nunca había oído hablar de la fe o los sacramentos. Educada en la China comunista, le enseñaron que todo acaba con la muerte y que la vida dependía por entero del trabajo. La noche de Halloween, paseaba por Madrid cuando entró por primera vez en una catedral: sin saber por qué, cayó arrodillada ante la cruz.
Nacida en la China de los años 90, María explica en Cambio de Agujas que la política del hijo único le negó la posibilidad de tener más hermanos. También recuerda las continuas clases "de política y marxismo" que recibía en los primeros años de escuela.
"Cuando era pequeña tenía muchas preguntas sobre el alma y mucho miedo a la muerte. Siempre pensaba dónde iban a ir mis padres o yo al morir, y no encontraba ninguna respuesta", relata. Al preguntar por ello en la escuela, la única respuesta fue que no existía el alma y que al ser "todo material", no podía haber vida después de la muerte.
Rezaba sin saber a quién se dirigía
María se sintió aterrada por esa posibilidad y decidió buscar la solución en los libros: "Me encantaba leer, y empecé a estudiar literatura para buscar una respuesta al sentido de nuestras vidas. Solo veía que podíamos hacer lo que nos diese la gana, pero nada me satisfacía".
Desde pequeños, los niños de China reciben una profunda instrucción marxista en la escuela, alejada de toda idea de alma, Dios o la fe.
Incluso sin haber oído hablar nunca de Dios, recuerda que de pequeña rezaba cada noche y pedía cosas "sin saber a quién" lo hacía: "No era a mis amigos, ni a mis padres, ni a mis compañeros… mi madre se extrañaba y me preguntaba con quién hablaba, y le respondía que con Dios o con una persona que debía conocerme más que mis padres", relata.
Después de acabar sus estudios, tenía 23 años cuando viajó a España para estudiar un máster.
Un camino de luz le guio a la Iglesia
Tan solo un mes después de llegar, paseaba por Madrid de camino a una fiesta de Halloween "rodeada de gente disfrazada de monstruos y vampiros".
Entonces vio "el lugar más bonito" que recuerda. "Me sentí muy rara y tenía un poco de miedo. Había una catedral, nunca había visto un lugar tan bonito" y en medio de una calle "llena de monstruos", había un camino de velas hacia ella.
María, que nunca había entrado a una iglesia, quedó impactada por la luz y la música que rodeaba el edificio. "Nadie me habló, pero todo me pareció muy bonito y entré", explica.
"Me puse de rodillas como todo el mundo. No sabía qué era el Santísimo ni nada de Jesús, y sin saber qué era, lo miraba y me parecía muy bonito", relata.
"El Señor me habló en mi corazón"
María no comprendía nada de lo que veía: "Miraba la cruz y no entendía que hubiese un hombre clavado. ¿Quién es ese hombre que está en la cruz? Nunca había visto algo así, y quería saber quién era esa persona".
Entonces "el Señor me habló en mi corazón y supe que si en este mundo existía Dios, estaba en la cruz y en ningún otro lugar: no encontré a Dios, el me encontró a mí".
Aquel momento marcó un punto de inflexión radical en la vida de la estudiante de filología: "Venía de un mundo en el que todos decían que Dios no existía y que llegásemos a nuestras metas con nuestro propio esfuerzo, pero entonces una voz interior me dijo que sí existía, y que está en la misma cruz".
Así viven los católicos perseguidos en China.
Una confesión "de película"
María se marchaba de la iglesia cuando vio un confesionario vacío, y solo sabía "por películas" que "dices lo que te cuesta y tus cosas malas y otra persona te consuela".
María recuerda que empezó a contar todo lo que le costaba y le entristecía y cuando se iba a ir, el sacerdote abrió la ventana y le miró: "No me conocía de nada, pero me miraba como un padre y me dijo que me iba a presentar a una familia".
Aquella "familia" eran las siervas del Hogar de la Madre, que estaban en el exterior del templo.
Quedó impresionada por que "parecían muy felices, como si tuviesen una luz interior que brillaba".
El bautismo le cambió la vida
Entonces una de ellas le preguntó si quería bautizarse. "Yo no tenía ni idea de qué era eso, y ella me dijo que era ser hija de Dios", como lo eran las hermanas. María no entendía nada ni sabía que significaba eso, pero si sabía que "quería ser como ellas". Y aceptó la propuesta.
Casi de inmediato, la joven empezó a recibir catequesis y conocer a Dios y la fe.
Recuerda que al principio le resultó difícil, especialmente cuando todo el mundo le decía lo contrario a lo que escuchaba de las religiosas, incluso de sus padres: "Les dije muchas veces a las hermanas que no podía ver a Dios, pero que sus ojos, palabras y gestos me ayudaban a ver reflejado el rostro de Dios. Y eso me ayudo".
La joven estudiante concluyó su catequesis tres años después y recibió el bautismo en 2019. "Fui muy feliz y me cambió totalmente la vida", admite.
Desde entonces vive su fe y anima a otros en su situación a continuar su propio camino de fe." No importa lo que te digan los demás o cómo te engañen: busca siempre la conciencia y sigue el deseo de conocer a Dios, de ser mejor y de ser hija de Dios", concluye.