La II Guerra Mundial dejó millones de muertos y otros muchos más de damnificados. Las ideologías totalitarias mostraron en esos años la peor cara del ser humano. Pero en medio de estas situaciones también aparece la luz de Dios a través de personas concretas. Una de ellas fue el monje premostratense holandés Werenfried van Straaten, que acabaría creando en aquel momento lo que hoy conocemos como Ayuda a la Iglesia Necesitada.
Tras la guerra y los acuerdos suscritos por las potencias vencedoras más de 14 millones de alemanes fueron expulsados de los territorios orientales, entre ellos más de seis millones de católicos. Estas personas tuvieron que vivir en condiciones infrahumanas en campos de refugiados.
Werenfried van Straaten, el "Padre Tocino"
A este monje la situación de estas personas le recordó a la Sagrada Familia cuando no encontraba sitio en la posada. Intuyó el peligro que entrañaba una Europa que siguiera dividida por el odio por lo que dedicó su vida a la caridad.
En 1947, el padre Van Straaten publicó un artículo titulado No hay lugar en la posada en la revista de su abadía en Bélgica donde pedía a los habitantes del país un gesto de reconciliación, justo en un momento en el que todavía muchos belgas lloraban la muerte de sus familiares a manos de los alemanes.
Sin embargo, la respuesta fue sorprendente pues una ola de solidaridad se produjo entre la comunidad flamenca. Los sacerdotes que vivían en los campos de refugiados se encargaron de organizar toda esta ayuda.
Un año después, este monje organizó una colecta de tocino entre los campesinos que fue un auténtico éxito y desde ese momento conocieron a este sacerdote como el “padre Tocino”.
El milagro de Vinkt
Pero hubo otros milagros inimaginables en ese momento. Precisamente, este miércoles se cumplieron 70 años del “milagro de Vinkt”, cuando el amor pudo al odio de una manera sobrenatural.
Ayuda a la Iglesia Necesitada conmemora esta fecha poniendo en antecedentes. En 1950, se cumplían diez años de la masacre de Vinkt. El 27 de mayo de 1940, este pueblo belga cercano a Gante se convirtió en el escenario de una tremenda matanza cometida por las tropas alemanas. 86 civiles fueron asesinados a sangre fría.
Para ese décimo aniversario el padre Werenfried estuvo en aquella localidad belga y fue testigo de este milagro. En sus memorias, este monje confesaba: “Nunca en mi vida he sido dado a sentir miedo fácilmente, pero en ese momento lo tuve”.
Aquella matanza había marcado a los habitantes de Vinkt. Entre las víctimas había personas de todas las edades, desde niños de 13 años a ancianos de 89. Prácticamente todos en el pueblo habían perdido un ser querido. Predicar el amor y la reconciliación no sería una tarea sencilla.
“Viajé a Vinkt el día anterior, a fin de explorar el terreno. Llegué a la vicaría el sábado por la noche. Desesperado, el párroco levantó las manos y gritó: ‘No va a funcionar padre; la gente no quiere. Dicen: ‘¿Cómo? ¿Este padre viene a pedir ayuda para los alemanes? ¿Para los malnacidos que mataron a nuestros hombres y niños? ¡Nunca! No vendrá ni un alma viviente a oírle. Puede predicar a las sillas vacías si quiere. Y tiene suerte de ser religioso. ¡Si no, le daríamos una paliza!’”.
"La predicación más difícil de mi vida"
¿Qué podía hacer?, se preguntaba el padre Werenfried. Decidió seguir adelante y predicar el domingo en todas las misas. Así fue como subió al púlpito para predicar durante cuarto de hora sobre el amor. Él mismo reconocía que “fue la predicación más difícil de mi vida, pero dio resultado”.
Este monje recuerda que “cuando estaba dando gracias después de la Misa en la iglesia completamente vacía — ¡porque la gente se avergüenza de mostrar lo buena que es!— se me acercó tímidamente una mujer. Sin decir nada, me dio mil francos y se fue antes de que pudiera preguntarle nada. Afortunadamente, el sacerdote salía en ese momento de la sacristía y la vio irse; me comentó: ‘Es una sencilla campesina; su marido, su hijo y su hermano fueron asesinados por los alemanes en 1940’. Ella fue la primera”.
Después por la tarde la sala estaba llena. El Padre Werenfried informaba que “hablé durante dos horas sobre la situación de los sacerdotes de la mochila y el abandono que sufrían sus fieles. No pedí tocino ni dinero ni ropa. Sólo pedí amor, y al final pregunté si querían rezar conmigo por sus hermanos necesitados de Alemania. Rezaron con lágrimas en los ojos. A las once de la noche, cuando se había hecho de noche y nadie podía reconocerlos, vino uno tras otro a la casa parroquial para entregar un sobre con cien francos, con quinientos francos, con una carta. A la mañana siguiente, antes de irme, volvía a acudir gente a la casa parroquial (…) Recibí diecisiete sobres con dinero. Transfirieron dinero a mi cuenta. Recolectaron tocino. Adoptaron a un sacerdote alemán. ¡Eso fue Vinkt! El ser humano es mejor de lo que pensamos”.
“Ni la bomba atómica ni el Plan Marshall nos salvarán, solo la verdadera fe cristiana. Solo a través del amor, el sello del cristiano, puede restaurarse el orden”, afirmaba este sacerdote que creó Ayuda a la Iglesia Necesitada, una fundación pontificia que realiza una labor fundamental de ayuda a cristianos de todo el mundo.