Hablando de la oración, él, que ha tenido la experiencia de las plegarias de otras confesiones, explica que “nuestras peticiones a Santa María, a los Santos y Ángeles no caen en saco roto, sino que recibimos su ayuda, bendiciones e incesante protección. Esas oraciones son verdaderos milagros: los milagros de amor”. Pero en especial, el momento en el que verdaderamente encontró la paz fue cuando hizo su primera confesión después de tres décadas alejado de Cristo y los sacramentos.
A continuación, puedes leer con sus propias palabras el testimonio y el recorrido que hizo hasta llegar de nuevo a la fe:
Siendo un adolescente me rebelé contra la Iglesia Católica y el Cristianismo en general.
Fui hacia el lado oscuro del ocultismo, desde el cual no gane nada salvo depresión, miseria y oscuridad, las cuales penetraban profundamente mi corazón. Más tarde, me di cuenta cuán insano era seguir esas prácticas o incluso leer sobre ellas.
Encontré el Budismo. Pensé que había encontrado la verdad. Después de unos quince años de Budismo Chino (Tierra Pura y Ch’ang, Zen), a su vez, estudié intensamente y practiqué el Budismo Tibetano bajo dos Lamas (uno de la Secta Karma Kagyu, otro de la Secta Nyingma). Sin embargo, en vez de convertirme en una mejor persona, tenía sólo sentimientos casi compulsivos de separación de los demás, de un aplastante cansancio e, incluso, pensamientos de rechazar mi propia familia, abandonando a mi hijo y a mi esposa, etc. No había paz. Si había algo de paz, era solo momentánea.
No hay nada positivo que yo pueda recordar. Incluso, experimenté el Sanatana Dharma (Hinduismo) durante unos seis meses, y a pesar de que sus escritos son inspiradores en cierta medida, sus prácticas eran extrañas y totalmente inaceptables para mí.
Estaba vacío, insatisfecho, confundido. En ninguna de las religiones o filosofías Orientales pude encontrar paz, calidez, amor verdadero. Al practicar estas religiones, no se reducía la negatividad, el pesimismo, el enojo o el odio. Tan solo tenía una insensibilidad vacía, un alma que era fría.
Durante mucho tiempo resistí los siempre crecientes sentimientos de rezarle nuevamente a Cristo Nuestro Señor y a la Virgen María. Finalmente, me rendí, o me entregué… y empecé a recitar oraciones cristianas, fue la primera vez en treinta años. Lo que recibí en las semanas siguientes no lo puedo describir, pero, en una palabra, recibí la Gracia.
A raíz de lo sucedido, puedo verdadera y gozosamente admitir que desde mi retorno al Cristianismo mi corazón se ha inflamado, fui profundamente “tocado”, las palabras de Jesucristo tuvieron para mí un significado y un pleno cumplimiento. Justamente lo que buscaba en otros lugares: encontré sentimientos de amor, sabiduría y real compasión. Y las lágrimas del arrepentimiento estaban fluyendo de nuevo en mi rostro.
Me di cuenta que estuve buscando a Dios toda mi vida, que anduve por todo el camino dando vueltas buscándolo a Él, y que el Señor estuvo siempre enfrente a mí. Su amor nunca me abandonó, ni siquiera en los más oscuros, sin importarle cuán intensamente yo lo estaba rechazando. Ahora puedo decir que Nuestro Señor nunca se rindió, y que siempre estuvo listo para perdonarme, para recibirme de vuelta con los brazos abiertos dándome su ilimitado amor.
Más aún, volví a mi verdadero refugio: la Santa Iglesia Católica.
Para todos los que encuentran algo familiar en mi historia, aquellos que están pensando en volver a Jesucristo, o para aquellos que están envueltos en el Budismo o el Hinduísmo yo necesito decirles que el sacramento de la confesión es una herramienta mucho más efectiva que todos los medios de purificación orientales. El solo hecho de pensar en Cristo y aceptarlo da una paz que eclipsa toda meditación oriental.
Nuestras peticiones a Santa María, a los Santos y Ángeles no caen en saco roto, sino que recibimos su ayuda, bendiciones e incesante protección. Es necesario tan solo abrir los ojos y mirar cuidadosamente nuestra vida… Esas oraciones son verdaderos milagros: los milagros de amor. Amor de tan grande fuerza que los hombres jamás podremos comprender totalmente.
La paz descendió sobre mí. Nunca sospeché que las trampas de Satanás podían ir tan lejos: entramparme en el Budismo por tanto tiempo para alejarme de la Fuente de la Verdad.
Desde el tiempo en que recibí su santa absolución, mi espíritu sanó y yo pude reconocerme de nuevo. Estuve bajo el oscuro velo del olvido por 30 años, y sólo ahora puedo recordar el sentimiento de increíble luminosidad, mi alma regocijando, finalmente bañada en paz.
¿Cómo puede refutar el poder de la Confesión católica y de la absolución, el sentimiento de ser verdaderamente perdonado?
Las trampas del diablo están inteligentemente diseñadas, pues están disfrazadas bajo una ilusoria santidad de varios ministros no-católicos convencidos de la corrección de su enfoque, de su pureza y de su lógica concepción religiosa.
Lo que he escrito está basado en mi propia experiencia y tal y como dijo san Francisco de Asís: “He sido todas las cosas impías. Si Dios puede obrar a través de mí, Él puede obrar a través de cualquiera”.