Este pasado 10 de enero moría en Nueva York a los 59 años y el cardenal Dolan, su obispo y amigo, presidirá este viernes en la catedral de San Patricio por un hombre de fe que hizo de apóstol de la paz por todo el mundo pese a sus limitaciones físicas y que mostró a la que llaman la capital del mundo que el perdón existe y que es redentor.
La vida del joven detective de 29 años, Steven McDonald cambió para siempre el 12 de julio de 1986 cuando junto a su compañero patrullaba por Central Park y se acercaron a un grupo de tres adolescentes de 15 años. Rápidamente, Steven se percató de que uno de ellos tenía un bulto sospechoso en el calcetín por lo que le pidió que le mostrara que llevaba ahí. En ese instante el joven, Shavod Jones, sacó un arma y le disparó tres veces. La primera bala le dio justo encima del ojo, la segunda en la garganta, de ahí sus problemas para hablar y respirar, y la tercera le destrozó la columna vertebral y que fue la responsable de que no volviera a andar.
Milagrosamente sobrevivió aunque pasó muchos meses en el hospital antes de que pudiera volver a casa. McDonald llevaba menos de un año casado con su esposa Patricia, que estaba embarazada de su hijo Conor, que ha seguido los pasos de su padre y ya es detective de la Policía de Nueva York.
El caso conmocionó al país y el joven fue detenido y condenado a ocho años de cárcel por intento de asesinato. Pero fue aún más llamativo después de la reacción que tuvo el policía con su agresor, al que pudo perdonar e incluso visitar en prisión.
La Eucaristía, la oración y la ayuda de varios sacerdotes, entre ellos el cardenal O´Connor fueron clave para Steven
Y fue precisamente su fe, su catolicismo, lo que le permitió actuar así pese a que ese joven le había dejado en una silla de ruedas y con un respirador para toda la vida.
En una entrevista en 2014, McDonald recordaba el momento en el que tanto él como su mujer supieron que se quedaría tetrapléjico. “Patti se derrumbó en el suelo llorando y yo no podía moverme para consolarla o para pedir ayuda. Fue simplemente horrible”, contaba el policía.
Incluso, llegó a plantearse quitarse la vida. Cuando tuvo esos pensamientos su mujer decidió tomar cartas en el asunto y telefoneó al entonces arzobispo de Nueva York, el cardenal O´Connor, que rápidamente se presentó en el hospital junto a su secretario. “Pasaron todo el día conmigo. Me consolaron en mi depresión y hablaron con mi mujer”, contaba Steven.
Además, el arzobispo prometió al matrimonio que se aseguraría de que cada día se celebrase una misa junto a la cama de Steven en el hospital. Y así lo hizo. Cada día un sacerdote acudía al hospital para acompañar a la familia y celebrar con ellos la Eucaristía. Incluso, el cardenal se ofreció a bautizar al niño. Y también cumplió.
La Eucaristía, la oración y el acompañamiento de los sacerdotes transformaron la oscuridad de la vida de este agente tetrapléjico en luz. El bautizo se realizó en el hospital y allí él también sumergió el odio que pudiera tener y ante su dificultad para hablar su mujer leyó un comunicado escrito por él en el que hablaba de su agresor. “Yo le perdono”, decía la nota y “espero que pueda encontrar la paz en su vida”.
Sus palabras llegaron a todos los hogares de Nueva York a través de todos los medios de comunicación. Pero la cosa no quedó ahí sino que escribió al joven que le disparó y le envió una caja con sellos y papel para mantener correspondencia, algo que hicieron. Fue a verle a la cárcel y también visitó a la madre de este joven y juntos acudieron a la iglesia.
Para recorrer este camino de perdón recibió la ayuda de un franciscano, el padre Mike Judge, capellán del cuerpo de bomberos que fallecería el 11-S tras derrumbarse el World Trade Center. “El cardenal John O´Connor y el padre Mike fueron los que más me ayudaron a entender el mensaje del perdón. Su mensaje y homilías me ayudaron a amar a mis semejantes”.
Steven ha sido un referente para su hijo, que decidió ser policía ascendiendo recientemente a detective
McDonald no se quiso quedar lamentándose sino que se empeñó en hacer el bien. Siguió siendo Policía e incluso fue ascendido a detective de primer grado. Daba charlas a los más jóvenes y les aconsejaba para que siempre eligieran el camino correcto. Y también se volcó en iniciativas para ayudar a jóvenes problemáticos para que cambiasen de vida. Su labor provocó que muchos de ellos eligiesen finalmente un camino diferente al de la delincuencia.
Pero su labor sobrepasaba Nueva York y el perdón y la paz se convirtieron gracias a su fe en el motor de su vida por lo que se convirtió en un apóstol que le llevó por todo el mundo, especialmente a Irlanda del Norte pero también a Bosnia o Israel. Él tenía la experiencia de que la reconciliación y el poder perdonar le habían salvado la vida de un suicidio seguro.
Pero además de sus discursos y charlas en parroquias, Steven organizaba peregrinaciones por todo el mundo e incluso con el cardenal Dolan estaban ultimando ahora una a Lourdes para llevar “a los que estaban enfermos y heridos en mente y cuerpo, y orar por su curación”.
Ante los halagos que recibía en las charlas en las parroquias preguntaba si creían que él “siempre había estado cerca de Dios o llevado una vida perfecta”. Y respondía que simplemente su familia se dio cuenta de que “el único camino a seguir era el amor de Cristo. Esta forma de amar ha hecho tanto bien en nuestras vidas y en nuestro mundo. Una vez que te liberas de los errores realizados cambia todo. Podría haber seguido otro camino, podría haber sido superado por las emociones, la amargura o la ira. Podría haberme suicidado. Lo intenté. Dios siempre me encontró y con la ayuda de otros salí adelante”.
Steve McDonald y el cardenal Dolan eran muy amigos y realizaban varias iniciativas de manera conjunta
En un emotivo comunicado, el arzobispo de Nueva York definió a Steven McDonald como “un ícono de la misericordia y el perdón, un profeta de la dignidad de toda la vida humana, un brillante ejemplo de lo mejor que tiene el Departamento de Policía de Nueva York, un amoroso esposo y padre y un católico ferviente y fiel”.
El cardenal Dolan aseguraba que la tragedia que vivió habría sido “suficiente para convertir a alguien en un ser amargado, resentido, enojado con Dios y con el mundo. Pero no Steven McDonald. En lugar de eso, perdonó al joven que le disparó, e incluso testificó en su favor en su audiencia de libertad condicional. Se convirtió en un fuerte defensor de la paz y hablaba a menudo de la necesidad de mostrar misericordia a los demás”.
De este modo, el arzobispo añadía que aunque la gente pudiera pensar que personas como McDonald no pueden aportar nada a la sociedad, “éste demostró que nuestro valor nunca descansa en lo que podemos hacer, sino en quién somos, hijos e hijas de un Dios amoroso que da a cada uno de nosotros su imagen y semejanza”.
“Todo esto se reflejaba en la notable fe católica de Steven. Cuando lo visité en el hospital (el infarto lo sufrió el día 6 y murió el 10 n.d.a.), su habitación parecía la catedral de San Patricio, llena de gente –sacerdotes, policías, familiares, amigos- todos rezando por él cuando estaba cerca la muerte”, añadía Dolan.