Es de lo más normal que el Vaticano, por ser la sede de Pedro, sea el lugar que más reliquias de santos guarde en un mismo lugar. Ni tampoco que el segundo emplazamiento sea el Monasterio del Escorial que ordenó construir el poderoso Felipe II cuando gobernaba el católico imperio español, que abarcaba buena parte de la cristiandad, y creó un gran espacio para las reliquias de miles de santos.
Sin embargo, más sorprendente es el lugar en el que se encuentra el tercer lugar del planeta con más reliquias. Se trata de un lugar en el que catolicismo llegó muchísimos siglos más tarde que a España o a Roma y en el que la Iglesia era minoría. No es otro que Pittsburgh, ciudad estadounidense perteneciente al estado de Pensilvania.
En esta ciudad se encuentra la capilla de San Antonio de Padua que guarda en su interior más de 5.000 reliquias. En ella se encuentra por ejemplo un diente de San Antonio de Padua, el esqueleto completo de San Demetrio, el cráneo de San Macario o una espina de la Corona de Espinas que según la tradición se guardaba en la Sainte Chapelle de París, entre otras muchas.
Que restos de santos del inicio cristianismo y de todas las épocas de la Iglesia estén en Pittsburgh se debe exclusivamente al empeño y al amor por las reliquias de un sacerdote muy carismático, el padre Suitbert Mollinger, que vivió una vida de aventura y lo que comenzó salvando reliquias que iban a ser destruidas o a desaparecer se acabó convirtiendo en un megarelicario.
Suitbert Mollinger era sacerdote y médico y fue muy famoso en su época por ambas actividades
Suitbert Mollinger nació en Bélgica y era hijo de una familia muy adinerada. Estudió Medicina en Nápoles y Génova y más tarde ingresó en el seminario de Gante. Pero en 1854 conoció a un obispo estadounidense que buscaba misioneros para ir a Estados Unidos y ni se lo pensó. Llegó a las costas americanas en 1854 y en 1857 fue ordenado sacerdote.
Pese a su labor pastoral, él siguió ejerciendo la medicina y fue ganando mucha fama pues además desarrolló una serie de remedios que todavía se utilizan hoy en día. Al padre Mollinger ya le atraían las reliquias y en su parroquia, donde atendía además a sus pacientes, tenía su pequeña colección.
Su buen hacer como médico, con tratamientos nuevos, y el hecho de que los pacientes estuvieran junto a las reliquias le empezó a granjear una gran fama de sanador y cada vez más pacientes acudían a él. De hecho, acudían a cientos.
Este sacerdote era conocido en Estados Unidos pero también en Europa debido a la influencia de su familia. En aquellos momentos Europa vivía momentos convulsos con la conformación de nuevas fronteras, desamortizaciones, la pérdida de poder de la Iglesia y la nobleza y la expulsión de órdenes religiosas. Todo ello provocó que nobles que conocía y sacerdotes le pidieron que custodiara él las reliquias para que no fueran destruidas o expropiadas.
La capilla, que fue varias ampliada guarda más de 5.000 reliquias y es un foco de peregrinación en en la zona
Es lo que ocurrió en Alemania por ejemplo durante Kulturkampf que propugnó Bismarck y que tenía un espíritu anticlerical que acabó con la expulsión de jesuitas, franciscanos o dominicos. Como consecuencia muchos monasterios cerraron y quedaron abandonados e incluso tener reliquias podía ser un delito. En otros países como Francia con la Tercera República y sus leyes laicistas, con la conocida como Desamortización de Mendizábal en España o la ley Ratazzi en Italia, las reliquias corrían en muchas ocasiones peligro.
Así empezó a fraguarse lo que hoy es la capilla de San Antonio, que lleva este nombre debido a que el padre Mollinger era un gran devoto suyo.
El propio sacerdote viajó varias veces a Europa donde recibió más reliquias por parte de otros religiosos y donde él mismo las adquirió de montes de piedad o anticuarios, siempre y cuando estuviesen autentificadas para salvarlas de peores destinos. Y así lo hizo tanto en Bélgica, como en Países Bajos, Italia y otros países europeos.
Hasta entonces guardaba las reliquias en su rectoría donde atendía a sus pacientes, que acudían en muchas ocasiones también para venerar las reliquias. Sin embargo, el padre Mollinger pensó que lo mejor que podía hacer era construir una gran capilla en la que estuviesen todas las reliquias juntas y así los católicos pudiesen acudir allí a verlas.
En la capilla de San Antonio de Pittsburgh hay reliquias de los primeros santos cristianos y también contemporáneos
Con su propio dinero financió la construcción mientras la colección no paraba de crecer. Y es que este sacerdote estaba dispuesto a salvar todas las reliquias posibles que corrían peligro en Europa y tenía agentes por los principales países de Europa buscando estos objetos que seguían alimentando esta capilla.
La fama tanto del padre Mollinger como de la capilla de san Antonio no paraban de crecer y en 1892 se volvió a consagrar tras varias ampliaciones realizaras para que pudieran albergar tanto las reliquias como a los fieles que allí acudían.
Y el momento más importante se producía cuando se impulsó de la misa de sanación que se celebraba en las fiestas del Corpus Christi y de San Antonio de Padua y en la que llegaban a participar más de 15.000 personas provenientes de distintos lugares. Allí muchos pedían gracias para su curación a algunos de los santos cuyas reliquias estaban custodiadas en la capilla o incluso al padre Mollinger, este cura-médico, al que también atribuyen distintas gracias.
Las reliquias no pararon de llegar tras la muerte del sacerdote belga sino que en la actualidad sigue recibiendo restos y objetos de santos actuales. Las de Santa Teresa de Calcuta serán las siguientes en llegar a este “pedacito de cielo”, que es como definen a esta capilla los católicos de Pensilvania.