El filme, estrenado en octubre y que va llegando a distintas salas de cine en España y el extranjero, ha sido dirigido por Pablo Moreno, director de las premiadas Un Dios Prohibido (2013) y Poveda (2016). Cuenta la historia de un hombre irascible y agrio, convaleciente y enfermo, que es atendido por una religiosa Sierva de María con la que no quiere hablar. Esa relación será el hilo conductor que lleva a exponer la vida y el contexto de Santa Soledad y su fundación.
María Soledad Torres Acosta, cuyo nombre de nacimiento era Bibiana Antonia Manuela, nació y se crió en Madrid. Hija de lecheros, asistía a una escuela gratuita y ya de niña quería ayudar a otros, por ejemplo, impartiendo catequesis. A los veinticinco años entró en las Siervas de María, congregación que estaba poniendo en marcha el padre Miguel Martínez Sanz con la misión de acompañar y cuidar a los enfermos solos, especialmente pobres, y viviendo solo de donativos.
Después el padre Miguel se fue en 1856 a la isla de Fernando Poo, en Guinea Ecuatorial, con varias de las religiosas, por lo que Soledad, con 30 años, quedó como superiora de las 12 hermanas que quedaban en tres ciudades: Madrid, Getafe y Ciudad Rodrigo. Hubo un tiempo en que pareció que la congregación, con conflictos internos, podía desaparecer, pero en 1857, con un nuevo director espiritual, nuevos estatutos y hasta el apoyo de la reina Isabel II las Ministras de los Enfermos se consolidaron y extendieron por España. Cuando en 1915, por primera vez en la historia de España, el Gobierno estableció un plan de estudios oficial para obtener el título de enfermera, 36 Siervas de María fueron las primeras enfermeras tituladas en España.
Hoy las Siervas de María (www.siervasdemaria.es) son unas 1.600 religiosas en más de 110 casas, con presencia en Argentina, Bolivia, Brasil, Camerún, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, España, Estados Unidos, Filipinas, Francia, Italia, México, Panamá, Perú, Portugal, Puerto Rico, Reino Unido, República Dominicana y Uruguay. Soledad Torres Acosta fue canonizada en 1970 por Pablo VI.
Tal y como recoge Cari Filii, en la vida de Santa Soledad Torres Acosta la devoción mariana fue clave, incluso desde niña, cuando ya demostraba una gran devoción a la Virgen de los Dolores, fomentada quizá porque ayudaba a una tía a cuidar y arreglar un lienzo de esta advocación que había en la portería del convento de las Dominicas Reales, en la Plaza de Santo Domingo, muy cerca de su casa.
Manuela pronunció sus votos el día de la Asunción, 15 de agosto, de 1851, en el madrileño barrio de Chamberí y tomando el nombre religioso de María Soledad. Sus biógrafos coiciden en considerarla una contempladora de la Virgen para imitarla en la oración, disponibilidad, entrega y servicio. "Tengo puesta en María mi confianza", repetirá muchas veces.
Santa Soledad no dejó escritos discursos ni textos largos, pero sí se recuerdan muchas de sus expresiones marianas, anotadas por sus discípulas, o tomadas de sus cartas.
"Hijas mías, todo lo que hagamos por nuestra Madre querida es poco", escribía. Y también: "María es mi querida Madre". En momentos de problemas, rezaba suspirando: "¡Madre mía!, ya ves cómo estamos".
La obediencia para ella iba relacionada con el ejemplo obediente de María. Por eso afirmaba: "Espero en el Señor y su Santísima Madre, estarán prontas a cumplir con sus santos deberes de caridad y unión fraterna como base de la observancia de las Reglas.Nuestra querida Madre de la Salud está sin cesar pidiendo a su Santísimo Hijo por sus queridas Siervas, siendo esta Señora la Enfermera Mayor por excelencia”.
A una hermana le exhortaba: “Haga Hija mía, por darle gusto a nuestra amada Madre de la Salud, que tanto nos ama y desea que la amemos y nos ofrece hacer cuanto le pidamos, si en ello damos gusto a nuestro amado Jesús”.
Y decía a las hermanas también: “Espero que concluyamos este mes con la gran victoria de presentar, a nuestra querida Madre de la Salud, un excelente ramo de preciosas flores de virtudes y entre todas que sobresalgan las de humildad y obediencia”.
En una congregación abrumada de trabajo en el servicio a los enfermos, señalaba: “Todo viene de Dios Nuestro Señor y de su Santísima Madre como medianera y protectora nuestra, que siempre mira y mirará por estas ingratas Siervas suyas”.
Y, de fondo, siempre una convicción que compartía con sus religiosas: “Ánimo, sean buenas Siervas, que la Santísima Virgen cuidará de ustedes”.