Salvador es enfermero geriátrico e hizo su propio camino de conversión, experimentando el amor de Dios, para poder luego comunicar esta buena noticia. Durante muchos años, su vida parecía un puzle cuyas piezas no encajaban. Un referente era su abuela, quien le había enseñado a rezar. Otro, el momento en que por su bajo rendimiento académico fue expulsado del seminario… Luego se rebeló contra Dios y solo deseaba denostar a la Iglesia, por haberle dado con la puerta en las narices.
Una experiencia espiritual con la Santísima Virgen María en la advocación de la Reina de la Paz, que se manifiesta en Medujorge, iniciaría su retorno a la vida de fe…
Era el más pequeño de diez hermanos y fue la abuela quien los instruyó en lo religioso. Todos disfrutaban los veranos en el rancho con ella, recuerda Salvador… “A mí me encantaba todo de mi abuela. Lo único que no me gustaba de mi abuela es que era muy rezandera, para todo rezaba ella”.
El año 1984 la abuela llegó un día con un libro sobre las apariciones de la Virgen en Medjugorge y con nueve años Salvador fue encomendado para leer un trozo del texto cada tarde, antes del Rosario. "En el libro se describía que la Santísima Virgen se estaba apareciendo en un pueblo de Yugoslavia. Hablaba de mensajes, de la persecución a los chicos que la veían... Y la Virgen hacía un fuerte llamado a la conversión, a la paz, a penitencia. Había muchos términos que yo no entendía, pero mi abuela me los explicaba. Empezamos ella y yo a ayunar…”.
Fue un gran dolor en su adolescencia la muerte de la abuela e incluso, recuerda, sentía cierto resentimiento por la pérdida, que sólo se calmaba rezando el rosario. Lo hacía de camino a la escuela, hasta que sus compañeros le descubrieron y dejó de hacerlo, dice, por vergüenza.
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No lograba enfrentar del todo bien Salvador las emociones que experimentaba ante las pérdidas. Por ello cuando fue expulsado del Seminario por sus malas calificaciones en química se refugió en la rabia…
“Y eso me llevó a vivir años en una depresión, alejado de la Iglesia y de los sacramentos por más de quince años. Además con un propósito bien definido en mi vida: hablar siempre mal de la Iglesia, hablar pestes de los sacerdotes. ¡Todo lo que puedas, y entre más te escuchen mejor! En el fondo, era como un desahogo en mi vida, pero no había una paz porque no había una sanación…”
Pasado el tiempo se trasladó a vivir a Guadalajara para estudiar en la Universidad arrastrando su frustración. “Yo soy enfermero geriátrico. Tengo muchos diplomados, trataba de especializarme… Pero por el dinero, no por servir a las personas. Eso para mí no existía. Yo quería hacer un trabajo de calidad -creo que lo logré-, pero sin calidez, porque para mí las personas eran solo un medio para lograr un fin… Yo viví en esa cultura del descarte, yo la vivía”.
Tiempo después cuando comenzaba a disfrutar la relación de afecto que tenía con una chica, nuevamente enfrentó la pérdida. Ella le llamó inquieta, “tengo algo importante que decirte”, dijo. Él pensó que le pediría formalizar el noviazgo y casi temía imaginarse en un pronto matrimonio. Pero no, ella lo dejaba todo, también a él, porque estaba enamorada de Cristo y se iba a un convento. Salvador quedó devastado…
“Eso fue para mí ¡Imagínate! Con todo lo que yo traía… Se generó un odio, pero ya más directo hacia Dios. ¡Yo quería ser sacerdote, Tú me sacaste de ahí! Yo quiero hacer una vida normal y Tú me la estás quitando. Tú, Tú. ¡Tienes un problema grande conmigo, Dios!”.
Días, semanas y meses oscuros transcurrieron. Su alma no tenía paz. Pero Dios estaba con él modelando a quien sería su apóstol. Recuerda bien Salvador cuando la madre de un amigo -que acababa de llegar desde una peregrinación al Santuario de Medjugorje- lo sorprendió con un particular regalo, que le incomodó…
“Llegó ella con un rosario enredado en la mano, y me dice: 'Acabo de llegar de Medgujorge, estuve en una aparición con la Virgen'. Y pensé: 'Está loca esta señora, por Dios'. Así como me dio el rosario, así lo tiré en la mochila. 'Muchas gracias por su rosario -le dije-, pero yo no necesito ni a Dios, ni a la Virgen, ni sus oraciones. Podemos hablar usted y yo, pero no rece por mí, yo no necesito eso'. Pasó el tiempo, y yo no sabía qué había sido de ese bendito rosario”.
El santuario de Medjugorje se encuentra en la actual Bosnia
Mucho tiempo después, llegó el día en que Salvador abriría sus ojos y allí también estaría con él la Santísima Virgen María y Dios. Todo comenzó con un hecho aparentemente fortuito:
“Ya trabajaba en un hospital. Recuerdo que era un miércoles… En ese tiempo, empezaban a salir los teléfonos móviles, que podías poner música. Yo ya tenía el mío… y me gustaba que la gente supiera que yo lo tenía. Subo al autobús, saliendo de trabajar, y quiero escuchar música, pero no tanto por escuchar, más bien por llamar la atención con el teléfono… Entonces empiezo a sacar los auriculares de la mochila, y no salían. Cuando tiro fuerte, el cable salió enredado un rosario… simple... Cuando giro la cruz y paso la mirada por el maderito horizontal, me doy cuenta que tiene unas palabras que dicen: Medgujorge”.
Las letras adquirieron sentido trascendente. Salvador experimentó como si tiempo y espacio se detuviera. Era de nuevo el niño, junto a su abuela leyendo el libro de las apariciones marianas: "yo podía ver claro los renglones de ese libro con los mensajes de la Virgen. También hubo una conciencia clara del dolor de Dios, por no haber valorado los Sacramentos, principalmente el Sacerdocio, la Eucaristía y la Confesión. Pude sentir el dolor de las personas, al escucharme hablar mal de los sacerdotes, al escucharme hablar mal de la Iglesia. Y experimenté un profundo dolor en mi corazón, por las ocasiones que yo pude comulgar y no lo hice. Había una amargura mezclada con un sentimiento de paz en mi corazón. Yo sentía que mi pecho iba a estallar. Y me sentí abrazado por alguien, o por algo, no sabía por quién, ni por qué. Yo ahora digo que fue el abrazo de la Virgen. Empecé a llorar. Tuve que bajarme del autobús y empecé a llorar en la calle, no podía contener el llanto”.
Subió a un nuevo autobús pero continuaba sin poder serenarse y volvió a descender. Avanzó a tropezones y al ver que dos monjitas ya mayores ingresaban a una edificación, sin pensarlo las siguió y les pidió permiso para entrar en la capilla. Le sonrieron y le dijeron que ningún problema en que “entres al Santísimo".
“A mí no me interesaba el Santísimo –recuerda Salvador-, lo que quería era estar solo. Me abrieron por atrás y me dejaron entrar”.
Al ingresar lo primero que vio, como si hubiera estado esperándole fue a ella, la Reina de la Paz. “Ahí estaba una imagen de la Virgen de la Paz de Medgujorge, de un metro ochenta de alto, grande, como la que está en Tijalina, con los brazos abiertos. Caí de rodillas ante esa imagen. Fue fuerte, porque yo no rezaba el rosario en años, y ahí lo que hice fue rezar el rosario”.
Salvador no es fue consciente de cuánto tiempo estuvo allí, pero por primera vez en su vida, rezó con el corazón. Luego alguien se le acercó y le pidió ayuda para llevar laimagen hasta el altar principal y su sorpresa fue inmensa al ver que la capilla estaba repleta de feligreses.
Tras dejar la imagen situada decidió retirarse y en ese instante su mirada se cruzó con la de un sacerdote anciano que estaba en el confesionario. El padre le hizo una señal llamándole. Salvador no se movía. Tal vez no era para él aquella invitación. Pero el sacerdote inistió: “Ven”, le dijo. "Me acerco y me dice: '¿Cómo te ha ido en la vida?' …Y yo pensé, este cura está loco, quiere platicar conmigo y tiene un mundo de gente para confesarles”.
Pero el sacerdote sereno, le hizo una pregunta que descolocó a Salvador: “¿Tu confesión es en calidad de laico o de consagrado?", señaló, a lo que respondió bruscamente: "Yo no soy religioso, soy enfermero, ¿qué no me ha visto? (llevaba puesta la bata blanca)”.
Sin detenerse por la bravata de Salvador el cura anciano le respondió: “No lo eres, pero lo fuiste. Y tu corazón está herido y lastimado por esto, y por esto, y por esto otro". Y empezó a describirle todo, y le dijo: "Y has caído en este tipo de vicios y pecados".
Salvador estupefacto, recuerda que entonces solo podía asentir y hoy reconoce cuánta verdad decía aquel hombre de Dios. “Sí, caí en vicios, en pecados, sobre todo de la pureza, por esa soledad, por tantas cosas… Y, a veces, tú sabes el nombre de tus pecados, y vas a confesarte, pero no quieres decir el nombre… Entonces el Padre empieza a decirlos, todos mis pecados, y yo empiezo a llorar… Llegó una parte donde yo tuve que detenerlo. Él me dijo: «No te preocupes, tú necesitas un guía espiritual y yo te voy a guiar». Y escribió su nombre en un papel que guardé en el bolsillo…”.
Luego le dio la absolución invitándole además a quedarse y comulgar agregando. “Hoy es aniversario de las apariciones de la Virgen en Medgujorge”.
Salvador no lograba asimilar todo lo que estaba ocurriendo, pero obedecio. Al terminar la Misa, regresó a su casa y se acostó. A la mañana siguiente, le esperaba todavía una última sorpresa: “Al día siguiente desperté. Yo tenía el uniforme de enfermero puesto. Rápido me baño, me cambio, voy a botar el uniforme sucio, y cae un papel en la cama. Lo abro y cuando veo el nombre del sacerdote y la dirección… Era el nombre del sacerdote que escribió el libro que yo le leía a mi abuela cuando tenía nueve años”.
Desde aquellos eventos que le mostraron el amor de Dios Salvador se rindió ante su Señor, confiado en la protección mediadora de la Santísima Virgen María en el seno de la Iglesia.Tiempo después vendría la etapa de su apostolado, bien narrada en la película Tierra de María.