Richard Malamut es diácono permanente de la diócesis de Filadelfia en Estados Unidos. Nunca lo habría imaginado, ni él ni su familia, cuando era niño en un hogar judío observante.
De niño, su madre le enseñó que nunca debía hablar de Jesús. Acudían al culto a la comunidad judía del Oxford Circle del noreste de Filadelfia. Él estudiaba en la escuela hebrea local, celebraban los rituales de casa y celebró también su Bar Mitzvah, la ceremonia de entrada en la mayoría de edad religiosa. A los 13 años era un muchacho devoto, y su familia y amigos pensaban que podía llegar a ser rabino. No se equivocaban del todo, pero su servicio al Señor como clérigo llegaría de formas inesperadas muchos años después.
El sentido de las normas y rituales... y Dios
Al ir creciendo, Richard se hizo muchas preguntas sobre el sentido de las normas de la tradición judía, tomadas de la Biblia hebrea. Algunas las seguía a rajatabla: por ejemplo, no juntar en una misma comida leche y carne (una variante del mandato en Éxodo 24,19 y Deuteronomio 14,21: 'no cocerás el cabrito en la leche de su madre'). Otras le parecían cada vez más absurdas, por ejemplo, algunas aplicaciones del mandamiento de no trabajar en el Día del Señor. "Yo podía entender lo de no conducir un vehículo, quizá, pero ¿no activar el interruptor de la luz? ¿De verdad? ¿De dónde sacaban eso?"
Se declaró en rebeldía y en búsqueda espiritual. Dios existía pero ¿qué leyes eran suyas y cuáles eran meras construcciones humanas o culturales?
Una novia católica... pero nunca le impulsó al cristianismo
Conoció a Kathy, que era católica practicante, y se casaron, en una ceremonia con un sacerdote y un rabino. Ella nunca le impulsó a acercarse a la fe, excepto con su ejemplo de católica practicante y educando en la fe a sus tres hijos. Ella explica que rezaba por él y lo dejaba todo en manos del Espíritu Santo.
Ya de novios, en una Navidad, él había dicho: "Me gusta esta canción, 'Noche de paz'". "¿Ya sabes de qué trata?", le preguntó ella. "Sí, claro, pero me gusta".
Una canción del Niño que es Dios. De Dios, que viene a salvar.
Jesús es el Mesías... ¿y la Iglesia?
Unos amigos le invitaron a participar en encuentros de judíos mesiánicos a finales de los años 60. Eran personas de origen judío, pero que reconocían a Jesús como el salvador profetizado y esperado por los profetas, el Mesías. Le gustó y se fue familiarizando con la idea: Jesús, el Mesías profetizado, es también el Señor y Salvador de todos los hombres que le acogen como tal, sean gentiles o judíos. Podía aceptar al Mesías y mantener sus costumbres y tradiciones judías, y profundizar en las Escrituras.
A Richard no le molestaba que los niños fueran bautizados como católicos, y sus padres judíos venían a los bautizos y lo aceptaban. En parte, ayudaba el hecho de que en la tradición judía la pertenencia viene dada por la madre y ella una madre gentil, no judía.
Tener cultura y poder responder a los niños
Pero llegó el momento, en 1995, en que entendió que los niños, que iban al colegio católico, le harían preguntas sobre religión. "Yo no quería ser de esos padres de 'vete y pregúntale a tu madre'", recuerda. Para explorar la fe católica y adquirir cultura general, se dijo, se apuntó a los cursos de iniciación cristiana para adultos que se imparten en muchas parroquias de EEUU, sobre todo para gente que viene de la increencia o de otras denominaciones.
"En diciembre, entendí que lo que aprendía en esas clases se estaba moviendo de la cabeza al corazón. Me iba a hacer católico".
Él ya amaba a Jesús el Mesías... ahora iba a amar la Iglesia que Él fundó.
¿La autoridad del Papa? Fue el mismo Jesús quién entregó sus llaves, símbolo del poder en la casa davídica, a un senescal, mayordomo o vicario, Pedro, que las pasó a sus sucesores.
¿Y la transustanciación, que el pan y el vino se conviertan realmente -aunque no visiblemente- en el Cuerpo y la Sangre de Cristo? "Yo ya creía en los milagros del Antiguo Testamento", responde él. No le costó aceptar la liturgia y el poder celestial que conduce.
Cuando se hizo católico en la Vigilia Pascual de 1996, casi toda su familia judía, excepto por un primo, lo aceptó con naturalidad. Fue bautizado y confirmado y tomó su Primera Comunión esa noche tan especial.
Un terapeuta de familia al que habían acudido para resolver un problema familiar dijo a Richard que debería pensar en hacerse diácono. "Yo no sabía ni qué era eso y empecé a investigar". Un tiempo después, en misa en su parroquia, otros dos amigos se lo propusieron. "Hay un dicho judío: si tres personas te dicen que estás borracho, vete a casa y tírate al suelo". Parecía una confirmación: empezó a estudiar para el diaconado y fue ordenado en 2011. Ha servido 7 años en una parroquia de la diócesis de Filadelfia, y recientemente se le ha destinado a otra.
Lo que hace un diácono permanente
Como diácono permanente a menudo le toca predicar, bautizar, oficiar bodas, proclamar el Evangelio en la misa, ayudar a obispos y sacerdotes, presidir funerales y entierros y otras liturgias devocionales. Los diáconos no pueden confesar ni consagrar en misa.
Como tantos diáconos permanentes, mantiene un pie en la vida parroquial y el ministerio y otro en un trabajo civil, en su caso, de informático programador para una gran empresa de helados. "El ministerio me permite el privilegio de hablar de Aquel a quien amo a los que amo", afirma, satisfecho, al CatholicPhilly.com, el periódico de la diócesis.