En abril, pocos días después de su muerte el Jueves Santo, ReL recogió los pensamientos de Anna Corry sobre la eutanasia. Anna, australiana de 50 años y madre de tres hijos (Michael, de 17, Dominic, de 14, y Andrew, de 11), murió en un hospital de Sidney tras experimentar unos dolores muy intensos como consecuencia de un cáncer de mama diagnosticado un año antes. No quiso irse de este mundo sin explicar por qué ese sufrimiento tiene un sentido y acabar artificialmente con la propia vida, sin embargo, no lo tiene.
Pero hizo algo más. Grabó un vídeo con reflexiones de índole espiritual que difundió semanas después el Opus Dei, cuya pertenencia completó pocas fechas antes de morir.
Sus palabras, expresadas con gran serenidad y sencillez, transmiten una completa conformidad con la voluntad de Dios y la confianza en Él para cuidar de su familia y para recibir su misericordia.
"Vivid en gracia de Dios. Así llegaréis al cielo"
Me dijeron que viviría como mucho 12 meses. Eso me impactó profundamente. Yo les dije…, bueno, creo que les grité: “¡No puedo decir adiós a mis hijos, no puedo hacerlo!” Recuerdo que algunas noches, en casa, decía a mi marido y a mis hijos: “No puedo pasar por esto. Simplemente, no puedo. Es demasiado doloroso, es demasiado… ¿cuál es la palabra? ¿inhumano?” Estaba preocupada porque estaba sufriendo tanto… ¿Qué sería lo siguiente?
Cuando llegué a este hospital, mi dolor se estabilizó inmediatamente. Me conectaron a una bomba de infusión que está 24 horas bombeando y que distribuye de manera uniforme el sedante o el opioide que se requiere. Y eso era exactamente lo que quería. De esa forma, medían los niveles de sufrimiento en función del dolor y de mis niveles neurológicos. Y yo estaba muy impresionada porque, cuando una persona no sufre el dolor, al menos en mi caso, pienso que la vida vale la pena, es bonita. Supongo que cuando sientes dolor puedes ser irracional, absurda, no te das cuenta de nada, estás como en tu propio mundo. Es una situación terrible.
Yo no creo que Dios quiera… ¿sabes? Sí, podemos ofrecer el dolor y ayuda mucho hacerlo, pero no creo que Él necesariamente quiera que suframos si ese dolor puede ser mitigado. Yo sé que Él nos envía cruces que nosotros podemos soportar. A veces son cruces emotivas –y las vas superando-, o espirituales, o morales… Esta cruz física que Él me dio parecía imposible de aguantar. Necesité recibir tratamiento. La diferencia fue increíble.
Yo pedía a Dios ser capaz de conformar mi voluntad con la suya. Esto era lo único que pedía. Pero no sabía cómo iba a ocurrir. Simplemente, no lo sabía. Yo no podía ver…
Martin [su marido] me ayudaba con consejos sabios… Me leía algunas páginas de la Biblia o me hablaba de Job; le pedía que me leyera a Job, lo que supongo que abrevió sus penas –¡pues tenía tantas!–. Lo que le ayudó, o al menos el mensaje que yo aprendí leyendo a Job, el mensaje que saqué, es que tienes que rezar por tus enemigos y seguir la voluntad de Dios, amar la voluntad de Dios.
Empecé a leer textos sobre algunos santos y, particularmente, sobre Santa Teresa, quien dice que cuando aceptamos la voluntad de Dios, esa aceptación es para Él algo más grato que nuestras oraciones, nuestras mortificaciones, etc. Eso no quiere decir que éstas no sean agradables, pues lo son, sino que a Dios le agrada aún más esto otro. Y empecé a pensar en la belleza de esta enseñanza.
Me gusta mucho la confianza, y no me di cuenta hasta qué punto esta enfermedad me ha ayudado a confiar. Confianza en que Él cuidará de los niños. La Santísima Virgen y yo –desde el cielo, o desde el purgatorio– cuidaremos de mis niños. Entre las dos, les ayudaremos a crecer. ¿Qué puede haber mejor que eso?
Así que me gustaría confiar [en Dios] mucho más, obtienes mucho cuando confías. He aprendido a confiar gracias a la lectura de un libro espiritual, y hablando con gente muy sabia, con sacerdotes que me acompañan espiritualmente, y con los que me confieso una vez a la semana. Han sido muy buenos, porque ellos están muy ocupados y me dedican mucho tiempo. He recibido la comunión a diario, lo cual me ha dado gracias enormes.
Cada vez ha venido más gente pidiendo que rezara por ellos. Venían muchas señoras con sus niños. Poder ayudarles ha sido algo muy bonito. Sí, diciéndoles algunas palabras, pero sobre todo rezando por ellos, porque tengo muchas horas libres, así que puedo rezar mucho.
También siento remordimientos, claro. Intento prepararme mejor con comuniones espirituales. Siento no haber acercado más gente a Dios, conectándoles con la fe. Debería haber sido más generosa con mi tiempo para los demás. Realmente lo deseo. También haber ido con más frecuencia ante un sagrario para rezar. Es una pena que tengo.
Pero también quisiera decir que el sacerdote me ha dado la unción de enfermos y ha sido increíble la gracia recibida… Recuerdo que esta habitación estaba llena de gente y yo había recibido la unción el domingo anterior y aquí había tanta gente… Ellos pudieron verme feliz, relajada.
Puedo contar también que el 4 de marzo, hice mi fidelidad [al Opus Dei]. Fue uno de los mejores días de mi vida, junto con mi boda, los días en los que di a luz a mis hijos… y otros. Pero algunos de los días que he estado aquí, algunos han sido también los mejores de mi vida, equivalentes a los anteriores. Y eso se debe a muchas de las cosas que he contado… Sé que suena de locos, porque aquí estoy, en un hospital, pero esa es la verdad, ¿sabes? Así es como me siento.
Si tuviera que dar un consejo, sería: vivid en gracia de Dios. Así llegaréis al cielo, si sabéis lo que es.
Artículo publicado en ReL el 15 de agosto de 2018.