Cada año varios países homenajea a las millones de personas que murieron en las cruentas guerras del siglo XX. Entre estos muchos caídos en estos conflictos hubo muchos capellanes que se comportaron de manera heroica arriesgando su vida para atender a los heridos o acompañarles antes de morir administrándoles los sacramentos.
Bastantes de ellos fallecieron junto al resto de soldados ya fuera por los disparos del enemigo o por el fuego amigo. Pero nunca dudaron en llevar a Dios incluso al propio ‘infierno’ de la guerra.
La publicación católica británica Catholic Herald ha querido hacer su peculiar homenaje en el recordando la figura de algunos capellanes militares que actuaron de manera heroica en la guerra encontrando. Estos son algunos de ellos a los que Religión en Libertad ha sumado alguno más.
William Doyle
Este sacerdote nacido en Irlanda sirvió como capellán en el Ejército británico durante la Primera Guerra Mundial. Todos los soldados, ya fueran católicos o protestantes, recordaban de él su total entrega por los heridos. Trató siempre de dar sepultura cristiana a todos los muertos y a administrar los sacramentos a todos los soldados. Ese 'todos' para él era clave.
En su correspondencia quedaba patente que estaba dispuesto a asumir cualquier riesgo para llevar los sacramentos a pesar de que le tildaran de imprudente. “La gente se muestra indecisa a la hora de decir si soy un héroe o un loco; creo que la segunda respuesta es la buena. Pero no pueden comprender lo que significa para un sacerdote la salvación de una sola alma”, escribía este sacerdote.
El jesuita William Doyle fue capellán en la I Guerra Mundial
En otro momento, afirmaba que “Dios me ha concedido al menos una gracia desde que estoy aquí. Me siento por completo en sus manos y alegre al pensar que, pase lo que pase, todo será para su mayor gloria. Aunque el día de Navidad haya resultado miserablemente mojado, el Niño divino ha llenado de gozo mi corazón ante la idea de que, ahora, mi vida se parecía al menos un poco a la suya. Cada día experimento más que no hay vida más feliz que la que se colma de penalidades soportadas por amor a Dios…”.
En el verano de 1917 durante la batalla de Ypres, este sacerdote jesuita seguía realizando su arriesgada labor cuando durante el asalto a la ciudad de Fresenburg le comunicaron que un oficial yacía herido en un lugar expuesto al fuego enemigo. No se lo pensó a la hora de acudir al lugar, administró la extremaunción al herido y lo arrastraba hacia las filas aliadas cuando un obús cayó allí mismo. Todos los que estaban con él murieron y su cuerpo reposa en ese mismo lugar.
Emil Kapaun
Este sacerdote estadounidense recibió en 2013 la Medalla de Honor, la más alta condecoración militar que otorga Estados Unidos. Y lo hizo a título póstumo recordando la memoria del que es considerado en su país un auténtico héroe por su papel en la Guerra de Corea, donde murió en un campo de concentración.
La historia de Kapaun también está marcada por su ‘locura’ a la hora de administrar los sacramentos a los heridos en el campo de batalla. En el libro El Milagro del Padre Kapaun, el autor Roy Wenzl, cuenta que los soldados recordaban al capellán corriendo “por el campo de batalla rescatando a los heridos…a veces se alejaba de 50 a 100 metros de las líneas americanas para arrastrar a alguien de vuelta”.
El padre Kapaun oficiando durante la Guerra de Corea antes de ser capturado
Y esta valentía fue también la que le costó la vida. Durante una de las batallas en las que los estadounidenses tuvieron que retroceder, el padre Kapaun decidió quedarse con los heridos aun sabiendo que sería capturado. En el campo al que fue llevado enseñó a los soldados encarcelados “a mantener su voluntad, enseñándoles a mantener sus creencias, el honor, la integridad y la armonía de su conciencia, su lealtad a su país y a Dios”. De hecho, se le adjudica que gracias a su labor la tasa mortalidad de los presos fuera diez veces menor que en otros campos cercanos.
Se dedicó tanto a los demás, ya fuera cuidándolos físicamente u oficiando misa y confesando, que se olvidó de su propia salud. Un coágulo de sangre en su pierna y una fuerte neumonía le provocaron la muerte después de que le negasen la asistencia médica. Los soldados aseguran que gracias al padre Kapaun pudieron sobrevivir a aquel ‘infierno’.
Charles Watters
Este capellán es otro de los galardonados de manera póstuma con la Medalla de Honor del Congreso tras haber servido en Vietnam, donde perdió la vida. Watters acompañaba a la 173ª División Aerotransportada. Participó en el único combate con lanzamiento de paracaidistas que hubo en todo el conflicto, saltando desde el avión como uno más y ganando una medalla al valor.
Su historia está marcada también por el infortunio que se produce en las guerras pues murió a causa del fuego amigo. En noviembre de 1967 el regimiento en el que se encontraba el padre Watters participaba en intensos combates en la batalla de Dak To.
Él, como siempre, se movía en el frente e incluso se salía de él para dar confortar y dar ánimo a los paracaidistas, dar los primeros auxilios a los heridos y administrar los sacramentos. Testigos presenciales de aquel momento relataron que este sacerdote se encontraba arrodillado junto a un soldado moribundo cuando un bombardero estadounidense dejó caer por error un proyectil cayendo donde él estaba. Murió en el acto.
Recorte de un periódico en el que aparece Watters oficiando misa en el frente
“Por su notable gallardía e intrepidez en la acción poniendo en riesgo de su vida más allá de la llamada del deber". Bajo este argumento el padre Watters recibió la más alta condecoración ante la emoción de los soldados que sirvieron junto él años antes.
Joseph O´Callahan
Este jesuita sirvió en la Marina de los Estados Unidos durante la II Guerra Mundial y al igual que sus compañeros su país le reconoció con la Medalla de Honor por sus acciones heroicas aunque él no muriera finalmente en el campo de batalla.
El padre O´Callahan iba a bordo del USS Franklin cerca de Japón cuando un piloto japonés atacó el buque provocando la muerte de mil hombres. El papel de este capellán fue clave para que no hubiera más muertos. Se dedicó en cuerpo y alma a rescatar a los que estaban atrapados y ayudó a controlar el fuego que había a bordo.
O´Callahan murió en el buque USS Franklin cerca de Japón
Durante más de tres días y tres noches quiso quedarse en el barco mientras se hundía para seguir evacuando a los heridos. Acabada la guerra, en 1946, recibió esta condecoración en la que se describía su valiente actuación: “Con calma y desafiando las peligrosas llamas y el metal retorcido para ayudar a sus hombres y a su nave, el comandante O´Callahan iba a tientas por los corredores llenos de humo hasta la cubierta en medio de las bombas que estallaban con violencia”.
Michael Quaely
Michael Quaely murió en Vietnam tras haber salvado ese mismo día la vida uno a uno a cinco soldados a los que llevó a las trincheras. Fue cuando a volvía a por más cuando las balas del enemigo acabaron con su vida. Puede leer también su historia en este enlace de ReL.
Michael Quaely también oficiaba misa junto a los helicópteros antes de que partir a la batalla
Aloysius Schmitt
Otro ejemplo es el de Aloysius Schmitt, capellán del USS Oklahoma que tras haber oficiado misa en el buque en Pearl Harbor, éste fue atacado por los japoneses. Mientras el buque se hundía, un grupo de hombres quedaron atrapados en un compartimento del que sólo se podía huir por un pequeño agujero. Ayudó a salir a todos hasta quedar el último, y cuando estaban ayudando a sacarle desde fuera, llegó por detrás otro grupo de marineros. El teniente Schmitt ordenó que le dejasen caer de nuevo para ayudar a los que venían: "Soltadme y que Dios os bendiga".
Tras protestar porque sabían que eso le condenaba a muerte, obedecieron. El capellán del Oklahoma regresó, ayudó a salir a los que venían y, efectivamente, a los escasos minutos murió ahogado, sin tiempo ya para huir del agua que lo ocupaba todo. Doce miembros de la tripulación salvaron su vida gracias al páter.
Como ellos son miles los que ya sea en la guerra civil española, en el norte de África o en otras guerras dieron su vida por los demás. Y como dice el Apocalipsis, “por la palabras del testimonio que dieron, y no amaron su vida que temieran la muerte”.
Publicado originariamente en ReL el 14 de noviembre de 2016