Pero esta historia trasciende ya a su parroquia romana pues el testimonio de Chiara ha quedado plasmado en un libro. No sólo aparece su historia de cómo se vive una enfermedad que lleva a la muerte cuando se está en plena juventud sino que también aparecen sus escritos más profundos, sus palabras a Dios. Miguel Cuartero Samperi ha traducido al castellano este testimonio publicado originariamente en la versión italiana de Aleteia y que le ofrecemos a continuación:
La mañana del 23 de abril de 2016 Dios llamó a Chiara Maria Bruno, una chica italiana de apenas 25 años. Al cabo de seis meses, el mismo día en que la Iglesia recuerda a los fieles difuntos, su padre Alfredo y su novio Stefano recuerdan, en un programa de televisión, aquellos días durante los cuales, con dolor y esperanza acompañaron a Chiara en su camino desde la cama del hospital Policlinico de Roma hasta el Paraíso.
Junto a ellos también habló el padre Domink, sacerdote dominico polaco que acompaña la comunidad neocatecumenal donde Chiara Maria, desde su adolescencia, caminaba junto con cincuenta hermanos en la fe, en la parroquia romana de santa Francesca Cabrini.
Tras cinco años de estudios y análisis sobre unas extrañas manchas que aparecieron en su cuerpo, a los 24 años a Chiara se le diagnosticó un cáncer en la piel; decide entonces llevar aquella cruz, pesada e inesperada, con la ayuda de Dios.
Comienza aquí una serie interminable de quimioterapias, precisamente el 14 de septiembre, día de la Exaltación de la Santa Cruz. Sus amigos, familiares y hermanos de comunidad la recuerdan como una chica que "ha descubierto tener metástasis en el cerebro y sonríe, reza, confía y lucha". Su funeral fue una fiesta, la celebración de una boda entre Chiara Maria y Dios; amigos y conocidos – llegados para despedirse de Chiara con cantos y oraciones – abarrotaron la iglesia y muchos quedaron fuera sin poder entrar.
Sobre esta historia se ha publicado un libro titulado Credere per Vedere ("Creer para ver". Editorial ArabaFenice 2016, pp. 123, € 13,00), escrito por su amigo Massimiliano Giglio a los pocos días del funeral con el fin de grabar en la memoria aquél acontecimiento extraordinario del que ha sido espectador privilegiado y en el que ha sido posible ver "el cielo abierto" en los ojos de una chica normal, en la fe de una comunidad cristiana, en las oraciones de unos padres y hermanos, donde se ha experimentado la esperanza de una vida sin fin, capaz de sobrepasar la muerte corporal.
Portada del libro que cuenta el testimonio de Chiara
El autor - así como aquellos que participaron en la edición del libro con sugerencias, consejos y correcciones - está convencido de que el testimonio de esta joven mujer podrá ayudar a muchas personas, como le ha sucedido a él: "Hace solo cinco meses - cuenta en el libro - me encontraba en el infierno. El testimonio de Chiara y su manera de vivir la fe me han abierto los ojos y me han devuelto a la vida. Todo esto me ha hecho ver cuáles son las cosas importantes y experimentar que sin Dios no podemos hacer nada y que junto a Él no hay nada que no podamos hacer".
El libro aparecen también algunas anotaciones escritas por Chiara Maria durante su última Pascua cuando, obligada a permanecer en el hospital y no pudiendo, por ello, celebrar la Vigilia Pascual con su comunidad, entregó al padre Domìnik unas breves reflexiones sobre cada lectura de la Vigilia, abriendo su corazón a la Palabra de Dios que ilumina la historia:
Comentando la carta de San Pablo a los Romanos, Chiara Maria escribe. "El miedo más grande que tengo, no es el de morir, sino el de morir alejada de Cristo".
¿Cómo es posible tener esta fe? ¿De donde puede venir la esperanza en la oscuridad que la muerte provoca? El apóstol san Pablo afirma que "si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también es nuestra fe; más todavía: resultamos unos falsos testigos de Dios..." (1Cor 15,1415). La resurrección de Jesucristo representa el punto de inflexón de la historia del hombre, un vuelco en la comprensión de su vida: solo en el acontecimiento de la resurrección de Jesús el hombre puede hallar una respuesta a las preguntas que le plantean el sufrimiento y la muerte. Si Cristo no ha resucitado todo es vano, todo se derrumba, ninguna respuesta dulce y consoladora se les puede ofrecer a quienes sufren y mueren.
Chiara, en el hospital acompañada por su familia y amigos
Solo la fe en la resurrección de los muertos puede lograr que un hecho trágico como una terrible enfermedad que se ceba en una joven llena de vida y de sueños, pueda ser vivido en la paz, en comunión con los demás (la "comunión de los santos") y con Dios, en la esperanza de la resurrección y de la Vida Eterna y no en la rebelión y en la exasperación. Sólo esto puede transformar el luto en una fiesta, la tristeza en alegría, la angustia en quietud: "A Chiara se le recordará por muchos y muchos años por esta razón: nunca nadie la ha escuchado maldecir a la historia, maldecir a Dios, maldecir el tumor, nunca nadie la ha visto intentar bajarse de la cruz".
Éste es el extraordinario testimonio que nos ha dejado Chiara Maria, que murió diciendo que habría cumplido la voluntad de Dios, cualquiera que fuese: "¡Lo que Dios quiera, eso haré!". Así - animando desde el lecho de su dolor a sus padres, familiares y amigos con la gracia que recibía del Cielo - nos ha mostrado de manera tangible que es posible subir a la cruz sin maldecir a Dios. Lo ha sido para ella, junto con su comunidad y también es posible para nosotros, si Dios nos lo pedirá y nos dará la fuerza.