En su número de diciembre, la revista católica italiana Tempi, vinculada a Comunión y Liberación, recoge algunos Te Deum laudamus, artículos en los que personas significativas agradecen a Dios los beneficios recibidos durante el año que concluye.

Entre los publicados en 2024, destaca el de Shagufta Kausar, una cristiana condenada a muerte en Pakistán por "blasfemia", que da gracias a Dios porque "a nadie le desearía" sus ocho años de persecución: "Si estoy viva, es sólo gracias a Su fuerza".

Porque sabía que me liberarías

Era el 20 de julio de 2013 cuando una gran multitud llegó a mi casa gritando mi nombre: "¡Shagufta, Shagufta!". Estaba aterrorizada y ni siquiera podía responder a sus amonestaciones. La turba, junto con religiosos islámicos y policías, irrumpió en mi casa tirándolo todo por los aires y utilizando un lenguaje obsceno delante de mis cuatro hijos pequeños. Mi hija menor, de sólo cinco años, gritaba, y los demás lloraban, llamándome a mí y a su padre, Emmanuel, que estaba en silla de ruedas. En el caos, alguien me reconoció, y los agentes empezaron a empujarme mientras los demás gritaban que me mataran.

Aquel debería haber sido el cumpleaños de mi hijo Joshua, un día de celebración, pero se convirtió en una pesadilla.

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Todo ocurrió por una falsa acusación de blasfemia, según la cual envié un mensaje blasfemo contra el profeta Mahoma al presidente del colegio de abogados local y a un destacado imán. No conocía a esas personas ni tenía un teléfono para enviar mensajes. Pero, a pesar de mi inocencia, mi marido y yo fuimos acusados de blasfemia, delito castigado con la pena de muerte en Pakistán. Mi marido, mis hijos y yo fuimos detenidos.

En la comisaría de Gojra nos humillaron ante la multitud islámica que nos miraba como si ya hubiésemos sido condenados. La policía torturó a mi marido, colgándolo boca abajo y golpeándolo, mientras a nosotros nos obligaban a mirar. Nos presionaron para que confesáramos un delito que no habíamos cometido.

Un reportaje de ADF Internacional sobre el caso de Shagufta y su esposo, quienes tras ser absueltos en 2021 tuvieron que huir de Pakistán. Ahora viven en un país europeo.

Las consecuencias de estas falsas acusaciones no sólo nos afectaron a nosotros, sino a toda mi familia. Mis hermanos, que ni siquiera vivían cerca de nosotros, fueron perseguidos. Uno de ellos, Joseph, que vive a mil kilómetros de nuestra casa, fue amenazado con ser detenido. Otro hermano estaba tan asustado que declaró públicamente que ya no estaba vinculado a mí para protegerse de la turba. Entonces comprendí que simplemente sufríamos a causa de nuestra fe cristiana, como ovejas entre lobos.

Una visita milagrosa

La experiencia de ser falsamente acusada de blasfemia y encerrada en una prisión paquistaní no se la desearía ni a mi peor enemigo. Estar recluida en régimen de aislamiento era como vivir en otro infierno. Durante ese tiempo, Asia Bibi estaba en la celda contigua a la mía y a veces podíamos hablar. Hoy las dos estamos libres, pero otra mujer, Shagufta Kiran, sigue en el corredor de la muerte.

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Uno de los días más oscuros fue cuando comencé a sentirme completamente desesperanzada, convencida de que moriría en esa celda. Estaba sola, con mis lágrimas y la oscuridad. Recé a Jesús, suplicando que me dejara vivir para poder volver a ver a mis hijos, abrazarlos y reunirme con mi familia. En ese momento vi una imagen de Jesús en la cruz, que me recordó la esperanza. Milagrosamente, un médico vino a visitar a otro preso y también lo llamaron para que me visitara. Creo que fue un milagro: mi oración por la esperanza y la vida fue atendida en ese momento.

Cada semana, un grupo de mujeres musulmanas venía a visitarme a mi celda. Eran amables, me ofrecían comida y me preguntaban si necesitaba algo. Pero sus conversaciones siempre terminaban con la misma proposición: me decían que si me convertía al islam, me ayudarían a conseguir la libertad. Lloré y me negué todas las veces. En mi corazón rezaba, creyendo que Jesús me liberaría algún día.

Las oraciones y el apoyo de la Iglesia

Cuando el Tribunal Superior de Lahore me declaró inocente, un agente de policía me informó de que pronto me pondrían en libertad. No podía creerlo y me arrodillé para dar gracias a Dios, pero seguía dudando. Incluso después de que el tribunal declarara mi inocencia, tardé otro mes en salir de la cárcel. Mi hijo y el gobierno pakistaní vinieron por fin a buscarme. Fue un momento surrealista, y sentí una profunda gratitud y emoción al reunirme por fin con mi familia.

Mi sufrimiento ha sido una verdadera persecución a causa de mi fe cristiana y sé que no estoy sola. Hay muchos otros –mis hermanos y hermanas– que han sido humillados, condenados a muerte y viven aislados por el mero hecho de ser cristianos. Personas como Shagufta Kiran y Anwar Kenneth, un hombre cristiano, siguen en el corredor de la muerte.

Mi hermano Joseph Jansen me dijo que la Iglesia católica contribuyó a mi liberación con sus oraciones y su apoyo y estoy profundamente agradecida. Insto a todo el mundo a que rece y apoye a quienes siguen sufriendo para que, como yo, ellos también puedan experimentar un milagro y ser liberados. 

Estoy increíblemente agradecida a Dios por darme otra oportunidad en la vida. Ahora tengo la libertad de rezar, alabarle y agradecerle la fuerza que me dio para soportar y superar aquellos años oscuros.

Traducción de Verbum Caro.