Lo explicábamos en ReL en julio: Sohrab Ahmari, un periodista nacido en Teherán pero que desde los 13 años se educó en Estados Unidos, especializado en información política internacional y autor de un libro sobre disidentes en la Primavera Árabe, anunciaba por Twitter, poco después de que unos jóvenes yihadistas degollaran al padre Jacques Hamel, con el hashtag  #IAmJacquesHames (#YosoyJacquesHamel), que "este es el momento correcto para anunciar que me estoy convirtiendo al catolicismo bajo formación en @LondonOrat". 

Es ahora, con un artículo del 29 de septiembre en el Catholic Herald inglés, cuando Sohrab Ahmari cuenta con detalle el camino que le llevó de Teherán al ateísmo, al marxismo, el materialismo... y luego el respeto al pensamiento cristiano, la liturgia, Benedicto XVI, Cristo como Dios encarnado y finalmente el bautismo. 

Cuando anunció su bautismo, llevaba dos meses de intensos estudios con un sacerdote católico, preparándose para ello. El asesinato de Hamel provocó su anuncio de forma impulsiva. "En 48 horas miles de personas me retuitearon y cientos contactaron conmigo en las redes".

Pero su viaje en la fe no fue impulsivo, sino largo y meditado. 


"A los doce años, decidí que Dios no existía", escribe. Fue una noche de vacaciones veraniegas en 1997, junto al mar Caspio, en casa de unos amigos de sus padres. Su familia no era musulmana devota aunque fingía serlo en público, como muchas otras en Irán. Ser musulmán devoto era, en sus ambientes, estar atrasado, ser anticuado. Su familia bebía alcohol, no usaba playas que separaban hombres y mujeres y los guardias, si les pillaban, se dejaban sobornar. Con sus doce años, esa noche, Sohrab decidió que la religión era una gran hipocresía, un montón de normas que quitaban libertad sin ninguna realidad detrás y obligaba a una doble vida. 

En el colegio ya no le convencía la clase de religión "que era una mezcla de ideología del régimen, chovinismo chíita, antiamericanismo y odio a los judíos". En casa escuchaba Pink Floyd y leía El Guardián en el Centeno, de Salinger, obras occidentales nada recomendadas en Irán. 


Entonces su madre -que en realidad llevaba años separada de su padre- emigró con Sohrab a Utah, Estados Unidos, donde tenía parientes. 

Con trece años, Sohrab decidió que la religión en EEUU era como en Irán: los cristianos y mormones (abundantes en Utah) hablaban de cosas espirituales pero todo el mundo era consumista. Para intentar entender su nuevo entorno, aplicó las viejas reglas: la religión es hipocresía, etc...

Antes de empezar la universidad, leyó a Nietzsche. Hoy no recomienda que ningún chico tan joven lea grandes libros, "cuando tu capacidad de crítica está formada solo a medias". "Si pudiera volver atrás, intentaría leer los grandes libros en un orden coherente, de forma crítica, a ser posible con un buen maestro", dice. 

Nietzsche proclamaba que Dios había muerto y que la moral cristiana era una mentalidad servil, de esclavos. Que había que dejar atrás la idea del bien y del mal. Sohrab no sabía nada del Dios cristiano, sólo una vez había leído un resumen adaptado de la Pasión de Cristo para un trabajo estudiantil, pero la muerte de Dios le sonaba bien. 


Se licenció en Filosofía leyendo a Sartre, Camus, Bataille, Hesse, Kafka, Dostoyevsky, todo en clave "existencialistoide". Escribía frases como esta: "la posibilidad misma de hacer metafísica queda impedida después de Auschwitz e Hiroshima"; o bien, "estamos condenados a la responsabilidad en un mundo carente de significado" y sacaba así buenas notas.

"Mi confianza  nacía del hecho de que no tenía un sentido real de las cosas de las que escribía, de la gravedad de la vida real. Yo vivía por completo en mi cabeza, así que el mundo no tenía sentido", dice hoy. Tenía un título de Filosofía, era un intelectual, sin haber leído la Biblia, excepto aquel resumen de la Pasión y una versión simplificada del Pentateuco.

Entre Camus y Sartre le gustaba más Sartre, que encontraba cierto sentido vital en la lucha de clases. Eso le llevó al marxismo, y más en concreto la versión trostkista, "una versión más romántica de la ideología totalitaria". Hoy piensa que su marxismo era un fruto tardío del antiamericanismo que le inculcaron en el colegio: ¡una forma de atacar América sin ser chíita!


Se apuntó a un grupo trotskista alternativo, repartía folletos, acudía a huelgas con piquetes, se acostaba con chicas, bebía exageradamente y probaba drogas. Sollozaba emocionado con "El Profeta", la hagiografía en tres volúmenes de Trotsky, por Isaac Deutscher.



Pero, ¿qué hay en el alma del hombre, en su mente? Exploró algo de psicoanálisis lacaniano, de la escuela de Frankfurt, de post-estructuralismo, otras filosofías de moda... nada le encajaba. 

Tenía claro que el hombre era simplemente un barro moldeado por las circunstancias históricas, por el poder... Moldeado significa moldeable, muy moldeable. Es decir, el hombre es mero barro para el poder. 


Pero nada más acabar la universidad, realizando un voluntariado como profesor de niños en Texas, en un barrio pobre de la frontera con México, los niños rompieron su materialismo. El manual marxista materialista decía que en malas circunstancias materiales, a los niños les irá mal. Punto. 

Pero él veía que buenos profesores, estableciendo en los niños trabajo duro, honestidad y disciplina firme (todo ello características anímicas, de personalidad) lograban que incluso en condiciones materiales muy duras los niños aprendiesen, mejorasen, creciesen bien.

No todo era materia: el carácter, la voluntad... todo eso era importante.

Y, además, pensó, eso implicaba que decir "esto es bueno" (por ejemplo, que los niños se esfuercen y sean recompensados) requería un criterio, un estándar universal. 

Sohrab notó que en su interior había una vocecita, "un susurro", que le decía que cosas que hacía no estaban bien. Una "voz" interna y misteriosa, un sentido interior, -no una decisión del Partido- le decía qué cosas eran buenas y cuales no. Y le parecía sospechoso que las ideologías que él defendía, en cambio, eran muy cómodas: nada está mal, todo es fruto de circunstancias materiales, etc...


Al pasar los años, en un par de ocasiones en que el alcohol le hundió, se encontró acudiendo a un templo católico, bsucando paz, serenidad, sentándose en la iglesia silenciosa en el banco del final. O incluso en misa, sin entender nada de lo que sucedía en el rito. "Me sentaba y sentía olas de paz que me lavaban".

Y en algunos momentos duros había rezado algunos versículos del Corán, o se había dirigido a "un Dios interdenominacional". Se olvidaba enseguida, y volvía entonces al mundo del hedonismo y el materialismo. 


Pero ahora estaba pensando en ello en serio. ¿De dónde sale esa idea occidental de que cada hombre tiene una dignidad inherente, que el Faraón, el poder, no puede hacer lo que quiera con los hombres? Tenía que reconocer que esa base moral venía del cristianismo. 

En esta etapa decía: "yo no tengo fe, pero respeto a la gente de fe, y su contribución a un mundo más justo". 


En 2008 Benedicto XVI visitó Estados Unidos. La prensa le criticaba mucho, pero Sohrab quedó impresionado con el anciano Pontífice. "Recuerdo haber pensado que era un hombre muy santo. Tomé su libro Jesús de Nazaret. No entendía gran cosa, porque no conocía casi nada de la Escritura. No puedes entender mucho Jesús de Nazaret sin conocer la Biblia".

Pero había una idea que leyó allí y le asombró: que Dios Todopoderoso se había encarnado y había entrado en nuestra historia. El misterio central del Cristianismo: Dios se ha hecho hombre, una idea escandalosa para el judaísmo y el Islam.


 La Negación de Pedro, de Caravaggio

Sohrab ya tenía una pintura favorita, La Negación de San Pedro, de Caravaggio. Sabía todo de esta obra que le emocionaba. Pero ahora entendía lo que Pedro hacía: "no sólo negaba a su amigo y maestro, negaba al Mismísimo Dios, al Dios de Dios, que ha entrado en nuestro mundo caído, que sufre humillación, al que escupen, crucifican y niegan incluso sus amigos".


Sohrab hablaba de algunas de estas cosas con sus amigos, como teorías. "No creo que esto sea verdad, claro, pero... es hermoso, ¿verdad? Ha sido una fuerza civilizadora, ¿no?", decía a los compañeros.

Pero eso no bastaba. Había que dar un sí. Notaba que necesitaba la Misa, los misterios de la liturgia. No le bastaba con decir "sí" y proclamarse salvado por Dios, como proponían algunos protestantes. Su teología no le convencía. Necesitaba el Cuerpo de Cristo, cuerpo sacrificado y torturado. Necesitaba saber que Su Madre estaba allí también. 

Y la Iglesia Católica, pensó, con sus dos mil años de historia, después de ver todo tipo de herejías llevadas por la corriente del tiempo, no se iba a dejar engañar por las modas actuales.

Finalmente fue a la puerta de un sacerdote y le dijo que quería hacerse católico. "OK", dijo él sencillamente. "Yo te instruiré". "Ahora puedo orar, sin hipocresía, Salve, María, de Gracia... y añadir con confianza: Padre Hamel, ora por nosotros".