Este domingo 11 de septiembre es beatificado en Karagandá (Kazajstán) un cura inasequible al desaliento y admirado por Juan Pablo II: sobrevivió a nazis y comunistas, a un fusilamiento, a los trabajos forzados en las minas de cobre y a las cárceles soviéticas y nunca dejó de evangelizar, por muy vigilado que estuviese.
Sus restos descansan en la catedral de Karagandá, fue el primer cura activo (clandestino) en el Kazajstán post-Guerra Mundial y es un modelo para los 250.000 católicos de este país centroasiático de mayoría musulmana, casi todos ellos descendientes de polacos, alemanes y lituanos deportados al lugar durante el siglo XX.
Wladislaw (o Ladislao) Bukowinski nació en 1904 en Berdichev, ciudad que entonces pertenecía a Polonia y hoy a Ucrania.
El lugar tenía mucha población judía, además de rusos, polacos y ucranianos, y protagoniza el relato “En la ciudad de Berdichev”, del popular escritor Vasili Grossman, que inspiró la película La Comisaria de Aleksandr Askoldov.
Siendo él adolescente, y habiendo ya muerto su madre, la familia huyó de Berdichev escapando de la invasión bolchevique. Se establecieron en un pueblecito entre Cracovia y Lublin llamado Swiecica. Él participaba en círculos estudiantiles de apoyo a jóvenes refugiados llegados de Polonia oriental.
En 1926 entró en el seminario de Cracovia y fue ordenado en 1931 por el cardenal Sapieha, el mismo que ordenaría quince años después a Karol Wojtyla.
En 1936 pidió volver a la zona oriental de Polonia, la de sus orígenes. En la ciudad de Lucka enseñó catequesis en escuelas y sociología en el Seminario y fue uno de los responsables de Acción Católica en 1938.
Un Wladyslaw Bukowinski más joven
Entonces, en 1939, llegó la Segunda Guerra Mundial. Los nazis y los soviéticos invadieron Polonia al unísono y se repartieron el país. En Brest el general alemán Heinz Guderian y el brigadier soviético Semión Krivoshein se fotografiaron en un desfile conjunto. (ReL contó más sobre esto aquí)
La URSS se anexionó una zona de 13,5 millones de habitantes, entre ellos los de la región de Lucka.
Como Bukowinski hablaba bien ruso y tenía capacidades de negociación, el obispo lo nombró párroco de la catedral.
Durante un año, desde ese cargo, se esforzó por ayudar a los enfermos y ancianos que sufrían penurias por la guerra y la ocupación, y trataba de consolar y dar fuerzas a los prisioneros polacos que iban siendo deportados, en oleadas, a los campos de Siberia y Kazajstán.
El 22 de agosto de 1940 él mismo se convirtió en un prisionero: los bolcheviques le condenaron a una sentencia de 8 meses en un campo de trabajo cercano.
Pero permaneció allí menos de un año, porque los nazis empezaron el 22 de junio de 1941 la Operación Barbarroja, su ataque sorpresa contra la URSS. Lo primero que decidieron las autoridades de la NKVD soviética en la zona fue fusilar a sus prisioneros.
En ese fusilamiento masivo del 23 de junio, en el patio de la prisión, las balas, de forma quizá milagrosa, no tocaron al padre Bukowinski. Tendido en el suelo del patio ensangrentado, confesó y absolvió a los moribundos.
Los nazis tomaron rápidamente la región. Hoy los historiadores calculan que en esos dos años de dominio soviético la URSS deportó entre 350.000 y 1.500.000 de habitantes de Polonia oriental, de los cuales entre 250.000 y 1.000.000 murieron.
Durante la dominación nazi Bukowinski se mantuvo como párroco en la catedral. Él, que había jugado de niño en una ciudad de gran presencia judía como Berdichev, escondió durante estos años numerosos niños judíos de la persecución nazi. Ocultaba también a otros muchos fugitivos y prisioneros de guerra, les distribuía alimentos y les preparaba para los sacramentos.
Finalmente los nazis se retiraron ante el empuje del Ejército Rojo, y los soviéticos volvieron a conquistar Lucka.
El 3 de enero de 1945 fue arrestado con los otros curas de la diócesis y su obispo, Adolf Szelazek. La región quedó anexionada a la Ucrania soviética. Tras un año de cárcel llegó la sentencia tras la estereotipada acusación de ser espías del Vaticano y de realizar “actividades religiosas ilegales”, con su consabido juicio-farsa: 10 años en campos de trabajos forzados.
Estuvo en varios campos. En 1950 llegó a las minas de cobre de Zezkazgan, en Kazajstán. Pero en todos los campos donde estuvo se dedicó a evangelizar a escondidas.
Cuando tenía un lecho, lo usaba como altar para celebrar la misa mientras todos aún dormían. Visitaba a los enfermos en la enfermería del gulag, impartía los sacramentos, les hablaba de Dios en varios idiomas…
Quien lea sus “Memorias” verá que no se queja de los abusos, sólo los describe. Cuenta que una vez los guardias le pegaron un bofetón por ir por la noche a otra barraca a confesar a un joven, pero que luego reflexionó que la normativa permitía castigarle con aislamiento y los guardias de hecho fueron suaves al contentarse con ese golpe.
Después de 9 años y siete meses de trabajos forzados y evangelización clandestina, se le dio libertad parcial. Tenía que cumplir 3 años de exilio en Karagandá, la cuarta ciudad de Kazajstán, donde tradicionalmente había habido bastantes alemanes, incluyendo católicos. Allí trabajaba de conserje en una obra de construcción. Y, en secreto, evangelizaba.
Era el primer cura actuando en Kazajstán desde la Segunda Guerra Mundial. En las casas, a escondidas, bautizaba, confesaba, casaba a polacos, alemanes, grecocatólicos… Había personas que recorrían con dificultades 300 kilómetros para participar en sus misas, para confesarse. Como era un deportado, tenía que presentar informes cada mes a las autoridades explicando a qué se dedicaba. Él escribía siempre: “Wladislaw Bukowinski, sacerdote, servicios sacerdotales”.
En junio de 1955 le llegó la libertad. Podía ir a Polonia, la nueva Polonia comunista. Pero él dijo que prefería quedarse en Kazajstán y ser, oficialmente, ciudadano de la Unión Soviética. Y, siendo ya ciudadano de la URSS en 1956, pudo dedicarse a viajar con libertad, por todo Kazajstán, con un solo objetivo: continuar la evangelización clandestina.
A las afueras de Karagandá compró una casa y la convirtió en una capilla para polacos. Duro un año: las autoridades la cerraron.
En 1957, cuando llevaba 3 años de libertad, volvieron a detener al “camarada ciudadano Bukowinski”. Se le acusaba de construir una iglesia y de hacer propaganda religiosa entre niños y jóvenes. Era un gravísimo delito: para el régimen sólo los padres podían hablar de Dios a los hijos y si se veía un niño en una iglesia se confiscaba el templo.
Bukowinski no quiso tener abogado sino que se defendió él mismo: su discurso al parecer convenció a los jueces, que en vez de los 10 años habituales de trabajos forzados le impusieron solo tres. Lo liberaron en diciembre de 1961 y volvió a Karagandá, donde siguió evangelizando a escondidas, como había hecho toda la vida.
El padre Bukowinski, ya mayor
En los años siguientes tuvo ocasión de visitar la Polonia comunista en tres ocasiones entre 1963 y 1973, y se entrevistó personalmente con el arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla. Por supuesto, los servicios secretos comunistas lo sabían porque ambos estaban bajo vigilancia.
En esos años realizó 8 viajes misioneros por Kazajstán y llegó más de una vez al remoto Tayikistán, siempre siguiendo la estela de los católicos deportados.
En 25 de noviembre de 1974 celebró su última misa, recibió la Unción de los Enfermos y fue trasladado al hospital. Murió en Karagandá el 3 de diciembre de 1974.
Desde que lo fusilaron en 1940 había pasado 34 años evangelizando bajo regímenes anticlericales, en campos, prisiones y deportaciones, bajo el poder político que prohibía a Dios.
Desde 2008 sus restos descansan en la catedral de Karagandá. Hoy en esta diócesis viven unos 30.000 católicos. Juan Pablo II mencionó tres veces a Bukowinski cuando visitó Kazajstán en 2001: cuando visitó el Palacio presidencial (“mi primera fuente de información sobre Kazajstán fue el padre Bukowinski”, dijo), en el Ángelus (“…el inolvidable padre Bukowinski, me encontré con él muchas veces, y siempre lo he admirado por su fidelidad sacerdotal y su empuje”) y en la misa con el clero (“…durante los difíciles años de comunismo siguió ejerciendo su ministerio en esa ciudad; yo mismo tuve la suerte de conocer y apreciar su profunda fe, la palabra sabia, la inquebrantable confianza en el poder de Dios”).
Muchos a los que Bukowinski bautizó de bebés, de forma clandestina, o a los que dio la primera comunión, en misas prohibidas, lo recuerdan y visitan hoy en la catedral de Karagandá.
Reportaje en polaco sobre el beato Bukowinski; habla gente que lo conoció y lo recuerda
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(RTVE tiene un interesante reportaje sobre españoles de ambos bandos, el republicano y el nacional, en el gulag de Karagandá, reconciliados para sobrevivir en pésimas condiciones: aquí)