A continuación reproducimos el mensaje íntegro recogido en AsiaNews por su interés.
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Nuestra Madre vivió y obró sobre sólidas convicciones. El don del “buen sentido común” le fue donado en medida increíble. Aquello que la Madre reconoció como voluntad de Dios en favor de ella, lo abrazó libremente y con todo el corazón, sin ninguna dilación.
El día que entré en las Misioneras de la Caridad todo estaba listo para que yo y otra candidata fuésemos a Londres para unirnos a las “aspirantes”. Poco después de haber partido llegó una llamada telefónica con las instrucciones de la madre: “No vayan a Londres. La Madre las espera en Essen”.
Recién llegadas fuimos guiadas por ella a la capilla para una pequeña y simple ceremonia. La Madre besó con reverencia un pequeño crucifijo, me lo dio para besarlo y lo puso cerca de mi corazón. Con su voz baja y firme, la Madre pronunció las palabras que contienen el programa de nuestra vida como Misioneras de la Caridad.
En aquella primera mañana no lo comprendí en su sentido pleno, pero estas palabras entraron en lo profundo de mi corazón: “Hija mía, recibe el símbolo de nuestro Esposo crucificado. Sigue sus Huellas, en busca de almas. Lleva a Él y a Su luz a las casas de los pobres, en modo particular en aquellas de las almas más necesitadas. Difunde la caridad de Su corazón donde vayas y así calma Su sed de almas".
La Madre era devota en guiarnos en el camino de la santidad. Veía en nuestras dos pequeñas almas, ansias de dejar todo para seguir a Jesús.
Cada día a las cinco de la mañana, antes de entrar a la capilla renovamos nuestras intenciones: “Te di mi libertad, amado Jesús, yo te seguiré. Adonde Tú quieras iré en busca de almas, a toda costa, sobre la base del puro amor en Tus encuentros”.
Hasta en su edad avanzada y con la salud cada vez más débil, la Madre era la primera en la capilla para confirmar su amor por Él.
Desde su tierna edad la Madre Teresa fue formada por el Sagrado Corazón de Jesús, que fue su primer amor. Su amor por Jesús creció a través de los años y el Amor la empujó a confiarse y a rendirse a Él en modo tan completo que Cristo ha podido llevarla a la obscuridad de nuestro mundo para ser Su presencia, Su amor y Su compasión.
La Madre era un instrumento dócil en las manos de Dios. Perseveró en el permanecer totalmente a disposición de Jesús, para poder ser usada por Él sin preguntar.
La Madre enfrentó situaciones que habrían podido repeler a su naturaleza humana con la misma firme convicción con la que enfrentó enormes dolores y persecuciones.
Citando sus palabras: “de mi elección, mi Dios y llena de amor por ti estoy lista -aunque tuviera que sufrir aún más- para seguirte y cumplir tu Santa Voluntad”. La Madre tenía sus ojos fijos en Jesús, que seguía con el ardiente deseo de amarlo como Él no había sido amado antes. Esta voluntad suya se expresaba con la gran sonrisa que tenía para cada uno.
Un día vio a una hermana saliendo hacia el apostolado con cara triste. La llamó a su habitación y le preguntó: “¿Qué dijo Jesús: llevar la Cruz o esquivarla? “Llevar la Cruz y seguirlo", respondió la hermana. Y la Madre: Entonces ¿por qué tratas de superarlo?”. Con alegría aquella hermana aprendió la lección: el modo de predicar a Cristo es a través de la alegría.
Esto significa amor humilde y gentileza en la sonrisa y alegría que sale de los ojos. “Quizás no estaremos en grado de dar mucho, pero podemos siempre dar la alegría que florece de un corazón que ama a Dios”.
“Querido Jesús, quiero seguirte siempre en busca de almas”.
La Madre siguió al Buen Pastor en busca de almas, dispuesta a pagar el precio que Jesús mismo pagó. En 1947, durante una de sus visiones, Madre Teresa se ve rodeada por una enorme multitud de personas pobres de todo tipo, también niños, que tenían marcados en los rostros dolor y sufrimiento. Éstos la llamaban: “Ven, ven sálvanos. Llévanos a Jesús”.
La Virgen preguntó a Jesús cómo responder a este pedido desesperado de los pobres y se le revelaron los medios para lograr hacerlo. La Madre estaba dispuesta a ofrecer todo por un solo niño inocente, para que permaneciese puro para Jesús; por un solo moribundo, para que pudiese morir en paz con Dios; por una sola familia infeliz, para que pudiesen recibir la alegría de amarse y ocuparse los unos de los otros.
Estaba aferrada por el dolor de Jesús y por el dolor que viven en la obscuridad porque ignoran a Dios y a Su amor misericordioso para ellos. Escribió: “¡Cuántas personas mueren sin Dios, solo porque no hay nadie que les hable de Su misericordia!”.
No hay duda de que dejar la seguridad del convento de Loreto para seguir a Jesús en los barrios pobres fue la voluntad de Dios. Estar junto a los pobres para redimirlos, llevando a Dios a sus vidas. Impulsada por el amor, la Madre siguió al Casto Esposo en el ardiente amor por el Padre y por toda la humanidad. Estaba “llena de ardiente deseo de calmar la sed infinita de Cristo en la Cruz, sed de amor y sed de almas”.
Impulsada por el amor siguió al Esposo obediente, que ha escuchado cada manifestación de la voluntad del Padre en las personas, en los eventos y en modo particular en el llanto de los pobres. Siguió a Jesús, que fue consagrado y enviado por el Padre para guiar a cada uno hacia la plena unión con Él.
Mirando con los ojos de Jesús vio más allá de las apariencias, derecho hacia el alma, siempre magnificando la dignidad de un hijo de Dios.
Casta, religión, nacionalidad, grado social - también comportamientos ofensivos- no lograron distraerla de la verdad: cada alma está creada a imagen y semejanza de Dios y cada alma es creada para amar y ser amada.
La Madre amaba contemplar a Nuestra Señora -después de la Anunciación- cuando con toda rapidez fue a su prima Isabel para ayudarla en el momento de necesidad. La Virgen María, Madre de Dios, llevó la presencia de Jesús a la casa de Isabel; la Madre llevó la presencia de Jesús a todos los lugares donde ha llevado a las hermanas para servir a los pobres, aquellos de los cuales nadie se ocupaba.
Ningún problema era demasiado complicado, si las circunstancias daban a Jesús un “nuevo tabernáculo”: así Madre Teresa definía el nacimiento de una nueva comunidad.
Siempre insistió sobre el hecho de que el trabajo debe hacerse en el espíritu del sacrificio Eucarístico, o sea en espíritu de total rendimiento y ofrecimiento de sí mismo.
En 1971, Madre Teresa y sus hermanas comenzaron una misión en Nueva York, en el Bronx. Alguno preguntó: “¿Por qué viene a EEUU? ¿No hay pobres en India?”. Ella respondió: “¿No nos dijo Jesús, vayan por todo el mundo, y proclamen la Buena Noticia a toda la creación?”.
Mirando el mapamundi, la Madre señalaba los lugares donde todavía no estaban presentes. Su deseo era llegar a los confines de la Tierra y más allá. Como dijo una vez. “Si hay pobres en la Luna, entonces tendremos que ir a la Luna”. Esto porque el verdadero amor no se mide: se dona y basta.
En la vida de la Madre cada cosa tenía que ver con el amor por Jesús y el deseo de hacerlo presente, conocido y amado por todos. No se necesitan proyectos, calificaciones, fondos: basta un corazón lleno de amor por Jesús y el deseo de donar por completo la propia vida en el servicio a los pobres.
En sus instrucciones a las novicias la Madre siempre decía: “Si no quieres ser santa, toma tus cosas y vete a casa. No necesito números, necesito hermanas santas”.
La Madre fue siempre compasiva con nosotras en los momentos de fracaso, debilidad y error. Nos ha enseñado y nos ha corregido con firmeza y gentileza. Creía en nuestras buenas intenciones y confiaba en el hecho de que Dios nos usaría para Su trabajo. Nos dio la conciencia del hecho de que cada uno de nosotros necesita hacer de lo suyo lo mejor, porque el deseo y la hosquedad hieren el Corazón de Jesús, que encontramos es las hermanas y en los pobres.
Cuando un obispo pide que se establezca una comunidad de hermanas en su diócesis, el acuerdo es que el mismo obispo se comprometa a permitir a la comunidad tener una capilla en el propio convento; de modo que se celebre misa todos los días y que esté expuesto el Señor a la adoración eucarística. También debe garantizar la posibilidad de confesarse cada semana . "Buscad primero que en el Reino de Dios y su justicia . Todo lo demás vendrá " .
Inflamada por el amor, consciente de la propia pequeñez pero convencida de que gracias a la fe invencible para Dios es todo posible, la Madre fue a lugares donde Jesús no era conocido o amado. Peligro, rechazo y fronteras cerradas son desafíos a los que se enfrentó y que -con la ayuda de Nuestra Señora- logró superar.
Madre Teresa trataba con los líderes de las naciones que no conocían su necesidad de Dios. Cuando los encontraba, apelaba a su amor por sus pueblos, diciendo: “oro y plata no tengo, pero aquello que tengo quiero donárselo. Aquí tiene, tome cuatro de mis hermanas para llevar amor y tierno cuidado a su pueblo”.
En 1981 se abrió una comunidad en el Berlín Oriental. El ardiente deseo de la Madre era honrar a la Virgen dándole 15 santuarios en la Unión Soviética, tantos como los Misterios del Rosario.
En Cuba estamos presentes con 11 comunidades. En 1977 el gobierno comunista de Etiopía expulsó a los misioneros y extranjeros del país, pero le dijeron a la Madre. “No se irá muy lejos porque ama a nuestro pueblo”.
Los líderes de las naciones con tradiciones no cristianas, que no conocían su necesidad de Jesús, aceptaron la oferta de la madre acerca de ofrecer sus servicios a los pobres, sin distinción de castas o religiones.
El presidente de Yemen invitó a la Madre y sus hermanas y aceptó darle un visado al sacerdote que las habría acompañado. Cuando la Madre vio las condiciones de los leprosos de aquel lugar, vio en ellos a Jesús: Jesús, ¿cómo? ¿Cómo podemos dejarte en este estado?”.
Las hermanas están a cargo de sus muchas necesidades, llevando esperanza a sus vidas y la alegría de ser amado.
A un rico benefactor local, la Madre Teresa le dijo: “Estas personas son todas de fe musulmanas. Necesitan rezar. Por favor constrúyales una mezquita para ellos donde puedan rezar”.
Madre Teresa siempre reconoció el hambre más profundo en cada uno de nosotros: el hambre de Dios. Y hoy miles de personas de todas las naciones, de todas las religiones y de todas las razas vinieron para agradecer a alabar a Dios por su Madre: santa Teresa de Calcuta. Dios os bendiga.