José Carlos Da Cruz tiene tan sólo 35 años pero ya ocupa diferentes e importantes cargos pastorales en su diócesis brasileña de Petrópolis. Sobre todo, teniendo en cuenta que no era católico y que la primera vez que pisó una iglesia fue a los 16 años. Desde ese momento se enamoró de Jesucristo, se convirtió en sacerdote e incluso ha convertido a toda su familia a la fe católica.
En estos momentos, este joven es vicerrector y administrador del seminario diocesano, formador en el seminario menor, vicario de la parroquia de San José y San Charbel durante los fines de semana y responsable de la pastoral juvenil de su vicaría.
Tal y como relata al CARF (Centro Académico Romano Fundación), quien le becó para formarse en España siendo seminarista, este amor ardiente del converso se fue transformando y una vez que sintió la llamada al sacerdocio lo fue alimentando con una productiva formación que recibió en el Colegio Internacional de Bidasoa de Pamplona, donde estudió entre 2014 y 2018. Ordenado sacerdote aquel 2018, el padre Da Cruz se ha convertido en una pieza fundamental en su diócesis brasileña, donde trabaja de manera incansable para acercar almas a Dios.
Nació en una familia pobre y desestructurada de Brasil. Hijo de padres separados, don José Carlos confiesa que desde los 12 años trabajó “para ayudar a mi madre y a mis tres hermanos para sacar mi familia adelante”.
A diferencia de muchos amigos y sacerdotes de su entorno él pasó su infancia y juventud “lejos de la fe católica, pues mi familia no profesaba ninguna religión”. Sin embargo, tras su propia conversión lograría que “todos, mi madre, mi padre, mi hermano mayor y mi hermana se convirtieran y entrasen a formar parte de la Iglesia Católica. Me queda un hermano que es protestante, pero sigo rezando por su conversión”.
Don José Carlos explica que entró en un templo católico por primera vez a los 16 años después de que un amigo le invitase a participar en un encuentro de jóvenes de la parroquia. “Lo gracioso fue –cuenta este sacerdote- que él me convenció de ir al encuentro diciéndome que allí tendríamos chicas y fútbol, fui pero me enamoré de Jesucristo”.
Tampoco fue sencillo su proceso vocacional hasta llegar al seminario pues se trató de “Jesús llamándome y yo huyendo”. Fueron cinco años de lucha, hasta que finalmente decidió emprender la aventura hasta el sacerdocio.
Él mismo cita tres puntos fundamentales en este proceso vocacional:
El primero –explica don José Carlos- fue “el testimonio de mi entonces párroco, pues no entraba en mi cabeza como un hombre podía ser feliz sin formar una familia, viviendo solo. Encontré en él un hombre totalmente feliz y entregado en vida al Señor”.
Este joven brasileño asegura que el segundo punto se produjo cuando tenía 19 años durante un encuentro con el grupo de jóvenes de la parroquia. En él tuvo “una experiencia maravillosa con Dios” en la que le reveló que “solamente Él me bastaba, que su presencia me llenaría plenamente y que era todo lo que necesitaba para ser feliz”.
El tercer aspecto que marcaría esta llamada fue el testimonio de una adolescente de 15 años que murió debido a un cáncer. “La acompañé en todo este proceso doloroso, es una santa, y a mí me hizo reflexionar sobre lo breve que es la vida y que era preciso vivir y morir por algo que sea realmente grandioso, y lo más grandioso que hay en la vida es ser santo”, asegura.
Una vez que ingresó en el seminario su obispo le envió a formarse a Pamplona, donde vivió cuatro años en el Colegio Internacional Bidaosa gracias a una beca del CARF. El padre Da Cruz recuerda que allí se encontró con seminaristas, sacerdotes y profesores que le han ayudado sobremanera para su actual labor sacerdotal.
“Los recuerdos, tanto de Bidasoa como de la Universidad de Navarra, son increíbles e hicieron de mí el sacerdote que deseo ser cada día, un sacerdote que busca la santidad personal y la santidad del pueblo que me ha sido confiado para que lleguemos al cielo juntos”, cuenta don José Carlos.
Profundizando más en la experiencia que ganó en sus años en España explica que la lección más importante que aprendió fue –en sus propias palabras- “la gran llamada que hizo San Josemaría Escrivá a los cristianos de buscar la santidad en lo cotidiano de la vida y buscar llenar las cosas ordinarias de cada día con lo extraordinario de la gracia de Dios”. En su opinión, esto es hoy fundamental para un sacerdote para así “nunca perder de vista quién es y cuál es su misión aquí”.
Otro elemento fundamental que vivió en Pamplona y que le ayuda en su labor diaria es la “experiencia de la universalidad de la Iglesia que viví en Bidasoa, y que me ha hecho un sacerdote abierto a las diferencias que encontramos en cada persona, en cada realidad y lugar en el que está la Iglesia”.
Pero además la formación intelectual que recibió en la Universidad de Navarra ha sido fundamental para enfrentarse “a los grandes problemas morales, de crisis de fe y del sentido de la vida que el mundo vive”. Por ello, este sacerdote considera que con la “teología sólida” que ha recibido tiene cada día “los medios para enfrentarse a los grandes desafíos de la sociedad, pues he recibido las herramientas necesarias para ‘dar testimonio de nuestra fe’ en el mundo, como nos pide San Pedro en su carta”.
A tenor de su propia experiencia es clave para un sacerdote tener esta sólida formación. “Aunque el hombre sea el mismo de siempre, el desarrollo científico y tecnológico que el mundo ha logrado torna la misión del sacerdote mucho más exigente hoy que hace 50 años. Debido a la cantidad de información que dan los medios es necesaria una buena formación para que podamos, como sacerdotes y hombres de Dios, dar razón de nuestra fe, tener la sabiduría para poder contestar a las preguntas del hombre de hoy según la Palabra de Dios, la Sagrada Tradición y el Magisterio de la Iglesia. Y para ello una buena formación es esencial para hablar de Dios y de la moral cristiana en el mundo actual”, añade el joven sacerdote.
Además de sus múltiples responsabilidades pastorales en el seminario y su labor durante los fines de semana como vicario en una parroquia situada a dos horas en coche de su casa, su obispo también le ha pedido que concluya sus estudios de Administración de Empresas que inició antes de ingresar al seminario.
Sin embargo, el propio don José Carlos cree que “trabajar en la formación de los futuros sacerdotes es el principal reto” al que se enfrenta. Pero también lo es la “falta de sentido de los sobrenatural que hay en la vida de las personas, que están creciendo sin Dios y nosotros los sacerdotes tenemos que ayudarles a descubrirlo en sus vidas”.
Este brasileño nacido en el estado de Paraíba también señala que la realidad de un sacerdote joven se asemeja a la que se enfrentó el apóstol Juan que “también era un sacerdote joven de su tiempo que peleó contra el demonio, el mundo y la carne manchada por el pecado original”.
Aunque han cambiado las situaciones, el padre Da Cruz asegura que pese a la secularización “el hombre es el mismo de siempre”. A su juicio, los sacerdotes son “portadores de Dios para el hombre moderno y estoy seguro de que un sacerdote que de verdad busca la santidad llega al corazón del hombre de hoy, pues la santidad atrae hacia Cristo y hace que el sacerdote sea un puente entre el hombre y Dios”.
Pero esto no se queda en la teoría sino que confiesa que esto lo experimenta día a día en su ministerio. “No es que yo sea santo, que estoy muy lejos de serlo, pero sigo buscando la gracia y misericordia de Dios, y veo cuántas personas y familias se aproximan a Dios por el sacerdocio que el Señor me ha confiado, no solamente a mí, sino a todos los sacerdotes que hacen una labor extraordinaria en sus ministerios”, agrega.
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