Todo comenzó con el tremendo accidente que sufrió su hermano Stefan, que casi pierde la vida al caer aparatosamente al suelo cuando se encontraba sobrevolando su ciudad, Gotemburgo, en un ala delta.
Este episodio desembocó en la “conversión” y entrada de su hermano a una comunidad luterana de estilo monástico, algo muy poco frecuente en el protestantismo… Posteriormente, Stefan y todos sus compañeros de la comunidad harían su profesión de fe en la Iglesia Católica y se harían franciscanos de la Tercera Orden Regular. (Esta interesante historia la contamos con más detalle en ReL aquí).
La hermana Gabriella, con visitantes jóvenes; ella también fue visitante joven y su vida quedó transformada
En ese momento, se dio para Gabriela el “campanazo” y comenzó a cuestionarse sobre el sentido de su vida.
La joven –y sus amistades- no entendían cómo su hermano se había hecho católico. En la escuela le habían presentado el catolicismo como algo triste y oscuro. No tenía respuesta ante los cómo y los porqué.
Gabriella, llena de interrogantes, decidió ir a una misa para ver qué hacían y decían. Allí descubrio que lo que le habían dicho sobre el catolicismo no era tal. “Eso no quiere decir que me atrajera el catolicismo, aunque leí las obras de algunos místicos católicos. Me ayudaban a estar cerca de Dios”.
Más tarde comenzó a asistir a unas clases que daba el párroco de Gotemburgo, el padre Rafael Saráchaga, y comenzó a sentir gran admiración hacia él por su esfuerzo por ser coherente con lo que decía. “Hasta que un día me di cuenta de que… era católica”, recuerda.
Sucedió muy deprisa, pero ni precipitada ni alocadamente. “Yo no decidí hacerme católica; sencillamente me di cuenta de que mi modo de pensar y de vivir era el de una católica. Algunos, tras dar el paso, se enfrentan con crisis, dudas y oscuridades. Yo no. Es como cuando conoces a un chico, te gusta, y un día, plaf, descubres que estás enamorada”, nos comenta sor Gabriela.
Las benedictinas de Borghamn reciben visitas...
Pero para Dios no era suficiente que fuera católica. Y así lo percibió Gabriela. “¿Qué quieres de mí?”, comenzó a preguntarse. La respuesta vendría en forma de pregunta, una pregunta de un ser humano: “¿Por qué no vas a Vadstena? Hay un convento de monjas que ha empezado hace poco tiempo y…”, le dijo el párroco.
Al partir rumbo a conocerlas ya tenía decidida su respuesta al cura: “Las monjas son simpatiquísimas; el convento es precioso y me han tratado de maravilla… Pero este tipo de vida no es para mí”.
Sin embargo, al llegar se dio cuenta de que “allí estaba el Hombre de mi vida y debía vivir sólo para Él”.
Dos religiosas benedictinas en el convento del Sagrado Corazón de Borghamn, cerca de Vadstena
“¿Qué cara van a poner mis padres, que no son creyentes y que aún siguen pasmados por lo de Stefan, cuando se lo diga?”, se preguntaba Gabriela, al tiempo que los comprendía porque su hermano había pasado de ser un pirado de las carreras de coches a vivir en un convento…
Sor Gabriella comenta que su convento benedictino -en el que se enamoró y en el que continúa- había tenido una historia similar al grupo franciscano de su hermano Stefan. Lo fundó Gunvor Paulina Norman, una mujer protestante que deseaba estimular la participación de las mujeres en la Iglesia luterana sueca. Vivían en comunidad, y en torno a los años cincuenta entraron en contacto con los benedictinos de Tréveris y descubrieron que buscaban la unión con Dios por caminos parecidos.
Durante los años sesenta la fundadora pensó que las comunidades debían ser interconfesionales, y un grupo de mujeres cercanas al catolicismo se trasladó a la zona de Vadstena, donde comenzaron a estudiar a San Benito. Conocieron a un carmelita, Anders Arborelius (también él se había criado en una familia luterana, y llegaría después a ser el obispo católico de Estocolmo), que las ayudó en su incorporación a la Iglesia católica, y en 1988 se transformaron en una comunidad benedictina, el convento del Sagrado Corazón en Borghamn, muy cerca de Vadstena (heligahjartaskloster.se).
(Este testimonio, redactado por ReL, lo tomamos del recomendable libro de José Miguel Cejas, Cálido viento del norte).