El sacerdote ortodoxo ruso Fiódor Kóniujov (konyukhov.ru) ha hecho historia: ha dado la vuelta al mundo en globo en 11 días y 11 horas, superando el récord anterior, establecido por el norteamericano Steve Fosset en 2002, que lo hizo en 13 días. La web que seguía la aventura, http://flyfedor.ru, ha recogido el emotivo momento en fotografías, el pasado sábado 23 de julio.
Kóniujov, de 65 años, casado, padre de tres hijos, abuelo de 7 nietos, ha sido explorador, marinero, pescador, pastor de renos y desde 2010 clérigo ortodoxo. Siempre ha sido hombre devoto y es pariente de al menos cinco mártires rusos. Al llegar sano y salvo este sábado a Bonnie Rock, 346 kms al noreste de Perth (Australia), abrazó y besó a su hijo Oscar, a sus nietos y al icono de la Virgen que llevaba consigo.
En el globo llevaba también una cruz con las reliquias de 60 santos, un relicario que dejará bajo el altar de un nuevo templo que está a punto de construirse en el monasterio ruso de Óptina Pústyñ. La cesta del aerostato llevaba también unas partículas que la tradición ortodoxa asegura que son de la Corona de Espinas y de la Cruz del Señor
Estos 11 días y medio en su pequeña canastilla ha sufrido frío y cansancio (la temperatura exterior era de -40 a -60 ºC y de +3 a +5 en la cabina) y se ha volcado en la navegación y la oración. Se guiaba solo por el sol y las estrellas, volando casi siempre por encima de las nubes.
Fiódor Kóniujov, al finalizar su viaje, emocionado y agradecido con el icono de la Virgen y el Niño que le ha acompañado en estos 11 días de esfuerzo extremo
Kóniujov, además de ser el único ser humano que ha circunnavegado el mundo en globo en menos de 12 días es también una de las 3 personas del mundo que ha completado el "Gran Slam de los Exploradores": que consiste en subir a la montaña más alta de cada uno de los 7 continentes, llegar al Polo Norte y también al Polo Sur. Más proezas: ha cruzado el Atlántico en un bote de remos en 46 días. En trineo de perros ha atravesado toda Groenlandia en un tiempo récord. Circunnavegó él solo alrededor de la Antártida. Ha navegado 4 veces la circunferencia terrestre pasando bajo el Cabo de Hornos.
Y tiene un alma artística: ha pintado unos 3.000 cuadros y ha escrito 10 libros, en los que habla de naturaleza y espiritualidad.
Así posaba Fiódor Kóniujov el día de su salida desde Australia
En 2010 Fiódor Kóniujov se ordenó sacerdote ortodoxo del Patriarcado de Moscú. Avisó de que dejaría de viajar durante un tiempo, pero enseguida, ese mismo año, volvía a las andadas. Su obispo, el de Zaporozhie, Iosif Máslennikov, desde el principio tuvo claro que como sacerdote podría llevar el Evangelio “donde las personas aún no habían sido alcanzadas por la Luz de Cristo y así cumplir el servicio misionero de la Iglesia en toda su plenitud”.
Kóniujov explicaba en una entrevista en televisión: “Hay que ser misionero con tu propio ejemplo, y entonces las personas te seguirán. Hay personas capaces de movilizar con la palabra, pero yo no tengo estudios y preparación para eso. No me atrevo a enseñar a nadie. No tengo derecho moral. Aún me queda mucho y mucho más para crecer hacia Dios”.
Y sin embargo, sus libros y diarios de viaje, salpicados de oraciones, recuerdos y consejos a sus hijos, muestran que Kóniujov es demasiado modesto: las palabras no se le den mal.
Traducimos para ReL a continuación algunos fragmentos de su libro-diario “La fuerza de la fe: 160 días y noches a solas con el Pacífico” escrito en su travesía solitaria en la lancha de remos Turgoyak en 2014.
Nicolai, el hijo pequeño de Kóniujov, en la cabina del explorador
»Yo solo en el medio del Universo. Recito la oración, que se une con la oración de mi templo en el pueblo ucraniano de Atmanay. Sé que allí estará el buen padre Dmitriy. Sin prisas, reza en silencio por los que estén en el mar y de viaje. Sus palabras se unen con el cielo. Es una oración sin prisas, en ella se percibe el sabor de la eternidad. Todo alrededor adquiere solidez. La oración sana de la zozobra y desesperación, por eso le pido al mismo Señor que toque con Su fuerza mi corazón. Cuando dejo de rezar, abro los ojos y comienzo a creer que estoy en el camino. Y si esta noche el viento no llega a tormentoso, no hay nada de qué preocuparse. Lo único que siempre temo es estar frente al Señor Dios contándole mis pecados.
»A menudo me preguntan si observo el ayuno en mis viajes solitarios. Sí, procuro evitar los alimentos prohibidos y ser moderado en la ingesta de lo permitido. En los días de ayuno me centro física y espiritualmente. El ayuno nos ayuda a conservar el gusto por la comida, a comprender mejor a los hambrientos y, tal vez, ayunando unos se purificarán y se acercarán a Dios y otros no llegarán a ser obesos. Yo noto que tras la Cuaresma soy más tolerante con las personas.
»Voluntariamente me entregué a la soledad en el océano y ahogué mi talento de pintor. Me convertí en un tipo huraño de corazón duro. Los pecados no me dejan avanzar por el camino del arte. Los temas de mis cuadros se esparcieron por los caminos de mis viajes. Las manos perdieron la capacidad de aguantar el pincel y colorear el lienzo. El talento que Dios me había dado, lo desperdicié en los viajes. Y enterré, como algo despreciable, mis instrumentos de pintor.
Una de las pinturas de Kóniujov, que bebe de sus experiencias extremas en los Polos
»Por todas partes estoy rodeado de agua, un agua sin límites. En esa inmensidad veo mi futuro: un castigo insoportable en el juicio final y la ira del Señor. Con lágrimas los santos ruegan por mí, a los que a diario yo mismo ruego pedir por mí ante Dios para que me dé la paz de la vida en el reino de los cielos que puedo perder y verme tachado del libro de la vida.
»Recuerdo mis barcos y yates, en los que surqué todos los océanos. Ahora se pudren en embarcaderos de todo el mundo. Igual que mi lancha actual, cuando termine el viaje, no le será útil a nadie. Señor Jesucristo, Hijo de Dios Vivo, tiende con amor tu mano de misericordia hacia mí. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, amén.
»Óscar, mi hijo mayor, no te aconsejo irte al océano. Carece de sentido. Sin embargo, yo me dirijo allí una y otra vez por una obligación interior: buscar a mí mismo y a buscar a Dios. Yo sólo puedo ser así y no de otra manera. Mi templo es el océano. Está lleno de silencio. No le busco parroquianos”.
»Pienso que es mi primera navegación como sacerdote ortodoxo. Como sacerdote, subí al Everest y llegué al Polo Norte. Llegó el momento que salía al océano como tal. Lo más peligroso es cuando una persona tiene su alma agitada. Tan pronto mi lancha había abandonado el embarcadero, en seguida sentí la paz del Señor y las oraciones comenzaron a calentar mi corazón endurecido. Paso penuria física pero no puedo quejarme de mi suerte.
»Óscar, hijo mío: las piedras no pueden moverse y construir su templo por sí mismas. Tú tienes que cogerlas y unirlas entre ellas y así saldrá un templo para Señor Dios, porque has heredado de mí ese sentimiento de constructor. Te crié con honor. En mi templo rezan mis amigos, no creo que ardan en anhelo de elevar hacia Dios sus oraciones. La mayoría bosteza y piensa en la cena. Todos los aburridos piensan en la comida. Y no espero que sus almas velen siempre en la oración. Pero lo más importante es que sólo gracias a los amigos que vienen a mi liturgia me siento un sacerdote valioso de verdad y en mi alma siento la cercanía del Señor.
»Dejé de remar y me levanté agarrado de los arcos de seguridad y experimenté tal calidad y profundidad del silencio que no era una simple ausencia del ruido o sonido, era el silencio de mi alma y no del océano. En esta navegación no estaré libre de la soledad. Por otra parte, Dios me envió mi soledad que lo es sólo por falta de otros humanos, una soledad a solas con Dios, en seguridad de que Él siempre está a mi lado, Él, junto a que yo soy capaz de entrar en la eternidad.
»Mi templo es mi lancha Turgoyak perdida en medio del océano y yo soy su prisionero. E silencio y sin prosa levanto y bajo los remos en el agua. El agua es ahora mi reino. Yo sé que el sentido de las millas pasadas no se mide en millas sino en el deseo de superar la distancia que haga falta para esa travesía. Me asusta la distancia y me siento abandonado por Dios – eso es lo que siento sentado con los remos, entre el silencio y amor hacia Dios. ¡No me dejes, Señor! Aunque no haya hecho nada bueno ante tus ojos, ¡por tu bondad permíteme salir con vida! Estando en la orilla, uno puede esconderse detrás de los demás y pensar: “Esos otros tienen más pecados que yo” – y sentir un alivio. Pero en el océano la oscuridad de las pasiones y vicios aplasta con tanta fuerza que te falta aire. La vida nos enseña que nunca hay que bajar los brazos y perder la esperanza, y en esta travesía yo no debo dejar de remar.
»Toda mi experiencia vital me demuestra que el paraíso y el infierno están el uno al lado del otro. El Paraíso hay que buscarlo dentro de uno, y en la tierra lo más cercano al Paraíso es la huerta plantada por tus manos”.
»El sentido religioso nació en mi alma muy temprano, pero sentir al Señor Dios yo pude sólo en mis viajes solitarios. En mis viajes no fui un descubridor como Colón o Vasco de Gama, otros navegantes que descubrieron continentes, islas, mares y océanos. Mi descubrimiento fue estrictamente personal y lo más importante para mí, para un solo hombre.
»He descubierto en mí que existe el creador del Universo, el Señor Dios. Para verle tuve que pasar muchas noches sin dormir sobre los hielos flotantes, colgar de las cuerdas sobre un precipicio de varios miles de metros en las Himalayas, congelarme hasta perder el conocimiento en la cruel Antártida, pasar y salir de las tormentas implacables den el océano. Desde la infancia lo he querido y he buscado caminos hacia Él pero no sabía qué senderos y de qué manera me llevarían hacia el Creador”.
»No he hecho nada para Jesucristo. Si hubiera hecho para Dios al menos el diez por ciento de lo que hice en las expediciones, ¡ahora sería capaz de hacer milagros! Y por eso siempre me estoy juzgando. Aquí, en el océano, volviendo la mirada hacia Dios, le llamo en una voz queda y humilde. Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo (Rom. 10:13). En mis humildes oraciones no Le pido regalos materiales. Le pido unirme con Él, en Señor, con unos lazos de amor. No voy a mis expediciones buscando gloria ni paz sino que ruego ver Su rostro y que me perdone mis pecados. Y con esas palabras por las noches me dirijo al cielo.
»Capilla en el pueblo de Atmanay: te estuve construyendo como a un barco, edifiqué tus cúpulas y colgué tus campanas como los aparejos de un barco; y ahora estás navegando en el torrente del tiempo que se hizo tu viendo en popa. Pero soy consciente de cuántos peligros amenazan a las iglesias y capillas construidas por mí. A su alrededor brama un mar tormentoso de la vanidad humana. Por eso me preocupo de todos los templos que había construido: los levanto, los reparo y los lleno de oraciones. Tienen que servir a varias generaciones”.
“Ni siquiera cuando la lancha traspasó la meta final, no se enderezaron mis hombros ni tuve ganas de hablar. El peso de esta travesía era el peso de la piedra angular de un templo”.
Bajo estas líneas, reportaje de 4 minutos (en inglés) de la cadena australiana 7News sobre la hazaña voladora del padre Fiódor