“Durante los primeros veinte años de mi vida, no me preguntaba sobre la existencia de Dios. Las iglesias me interesaban desde un punto de vista arquitectónico, nada más. Podría decirse que Dios era para mí casi una mala palabra en la boca”, cuenta Marie en su testimonio en primera persona.
En su casa no se hablaba de religión y ni ella ni su hermano fueron bautizados.
A los 20 años llevaba una vida sexual intensa, sin compromisos. Y quedó embarazada.
No sintió angustia, dice, cuando decidió abortar a su bebé. “A los 20 años aborté, por comodidad, por los estudios, por la inmadurez de mi familia, por el deseo de ‘disfrutar’ mi juventud”.
Marie recuerda haberse convencido a sí misma que si era madre con 20 años, para sus padres habría sido como caer al suelo desde las nubes. Tampoco en la clínica los ‘profesionales’ le aconsejaron alguna otra alternativa que no fuera el aborto.
“Lo único que me dijeron fue: «Ya tendrás tiempo después para hacer uno de nuevo»”."Muy bien, muy bien, hagámoslo, fue mi respuesta", relata Marie. Así optó por el aborto que mató a su primer hijo.
Los cinco años siguientes Marie los vivió incluso con alegría, recuerda, sin sentir culpa ni dolor por su decisión.
A los 25 años se casó. Ella y su esposo intentaron entonces tener un hijo. Quedó embarazada, pero ella notaba que se sentía emocionalmente “incómoda”. Después, tras dos meses y medio de embarazo, padeció un aborto espontáneo.
"Mi cuerpo trataba de decirme algo, pero yo no era capaz de comprender. Unos meses después volví a quedarme embarazada, pero ocurrió lo mismo, un nuevo aborto involuntario”.
Marie comenzó a sufrir períodos de insomnio. Cuando podía conciliar el sueño tenía pesadillas con fuertes sensaciones de culpa y miedos inexplicables.
“Finalmente logré entender la fuente de mi malestar. No podía soportar el aborto que yo me hice. ¡Esta es una carga muy pesada de llevar para una mujer joven que quiere convertirse en una madre!”
Comprendió que debía enfrentar lo que vivía y comenzó a participar del programa de acompañamiento para madres en luto de Agapa, una asociación que ofrece este servicio.
“Durante un año, necesité un hombro para ayudarme a curar esa herida. Al final del curso, fui mejorando. Pero me faltaba algo esencial que no lograba encontrar”.
El año 2012 fallecía el abuelo del esposo de Marie. Tuvieron que ir a la iglesia al funeral. En ese templo, en medio de esa celebración que en un comienzo creyó que sería sólo algo social, sus ojos se posaron sobre un Cristo en la cruz.
Aquel Cristo, aquella cruz, le llamaron de alguna manera misteriosa.
“Me sentí atraída, sentí su cálida acogida. Yo me dije en ese instante: «Aquí, puede estar aquello que estaba buscando». Dos días después empecé mi catecumenado”.
Los dos años siguientes Marie comenzó a leer y estudiar regularmente la Sagrada Escritura, a disfrutar estando en misa, hablando con su catequista y otros catecúmenos de distintas edades -cuestión que le sorprendía-, que como ella habían pedido ser preparados para el bautismo.
Su esposo, que era católico, se mostraba feliz. Él había rezado por ella.
“Fui bautizada en la Pascua de 2014, a la edad de 28 años. ¡Por fin había encontrado lo que necesitaba para sanar mi aborto: el perdón de Dios!"
"Miré este perdón y lo recibí. Le presenté mi carga, me sentí liberada por primera vez en muchos años. Perdonarse a uno misma sigue siendo lo más difícil. Mientras tanto, mi marido comenzó un viaje hacia la Confirmación. Juntos nos confirmamos en Pentecostés que siguió a mi bautismo. A pesar de que mi fe no es como una línea recta, nunca podría volver atrás. ¡Es demasiado bueno saberse amada por toda la eternidad!”
(El testimonio en L’1visible ha sido traducido y adaptado al español en Portaluz )