A José Luis Olaizola no se le concibe sin Marisa, su mujer desde hace 68 años. Por eso no extraña que el escritor cuente cómo su vida cambió el día que la conoció. “Fui un estudiante desastroso hasta que mi mujer se cruzó en mi camino. Soy el pequeño de nueve hermanos y mi madre murió cuando yo tenía apenas dos años. El deporte me gustaba y jugué en la Liga Española de Rugby –fui campeón de España de 800 metros–, pero en los estudios era un desastre, hasta que me encontré con Marisa, cuando tenía 22 años. Me declaré y le pedí salir, pero ella me dijo: ‘Si quieres que seamos novios, tienes que ponerte a estudiar’. Y ahí comencé, por ella, y me cambió la vida”.
Por amor a Marisa se licenció en Derecho, pero, según explica, tenía “una afición desmesurada por la lectura: leía todo lo que caía en mis manos; por eso he tenido siempre una facilidad natural para escribir, pero evidentemente por entonces no pensaba en profesionalizarme”.
Por amor se casó y montó un bufete de abogados: “Tenía la vida resuelta, me iba estupendamente”. Sin embargo, a pesar de ser parte de la dirección ejecutiva de grandes empresas como MoviRecords o el Parque de Atracciones, Olaizola era inflexible en una cosa: “A las seis de la tarde me iba a mi casa, porque la familia es la familia, y miraba mal a los que se quedaban trabajando”.
Junto a su amor hacia Marisa se encontraba su pasión por la literatura, pero, no fue hasta que ganó el premio Ateneo de Sevilla con su novela Planicio (Planeta, 1976), cuando comenzó a plantearse la posibilidad de cambiar radicalmente de rumbo. “Cuando gané ese premio comencé a ser consciente de que mis libros tenían aceptación y la editorial Planeta me los editaba”. Aun así, dedicarse de lleno a la literatura se trataba de una apuesta arriesgada porque Olaizola tenía nueve hijos. Pero, una vez más, Marisa cambió el rumbo de su vida: “Ella me apoyó para que cambiara mi condición de abogado de élite por la de escritor. Para mí, la literatura es tan importante como la familia, pero no más”. De hecho, recuerda con humor cómo, en algunos de sus artículos, hace referencia a la “estupidez” de cambiar de abogado a escritor.
“Marisa es la primera que lee mis libros; me hace correcciones y yo las acepto. Ella es mi asesora literaria y mi máximo apoyo”, resume con claridad Olaizola. Y, aunque no se atreve a dar una receta para el éxito en el matrimonio, anima a no discutir por cosas sin importancia y a tener muy presente “el sentido de indisolubilidad del matrimonio”. “Cuando tienes fe y te has casado para toda la vida, si aparece un bache, intentas superarlo”, subraya.
Se entiende, pues, que Olaizola asegure que la inspiración y la pasión por la literatura se debe a Marisa y su familia. “Colaboro cada mes con la revista TELVA, en la que me piden que hable de mi familia. Siempre hay alguna anécdota: cuento que tengo una familia numerosa y muy particular, algunos hijos en el paro; que una de mis nietas es trapecista de circo o que mi hija Lourdes nos recogió de la estación de tren con un táper de cocido”.
Pero no todo ha sido sencillo en la vida de Olaizola; de hecho, él mismo explica que, cuando se tiene una familia grande, las alegrías y las penas también son más numerosas de lo habitual. “Mi hija Lourdes sufrió una leucemia con cinco años. Cuando se la detectaron, en vez de hundirme, me di cuenta de la importancia que tenía mi fe, porque me sentí muy apoyado por la Virgen María y por Jesús. Al final salió adelante, se casó y es madre de dos niños. Pero mi fe ha sido de lo más importante en mi vida; sin ella, no sé qué hubiera sido de mí”, apunta.
Y al hilo de las dificultades, recuerda también cuando una de sus hijas, de tan solo un año, murió por deshidratación. Con un profundo dolor, él y su mujer pudieron hablar con el beato Álvaro del Portillo, sucesor de san Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, prelatura a la que pertenecen. “Mi mujer le explicó a don Álvaro el dolor que sentía por la muerte de nuestra hija. Él nos hizo ver que ahora teníamos en el Cielo a la mejor ‘recadera’. Esa reflexión nos dio una paz y una tranquilidad tremendas”.
Y resume: “En las familias numerosas el dolor es inherente; siempre hay problemas. La familia es una grandísima alegría, pero hay que luchar mucho”. Y es que, su mayor apoyo, la base de su vida, su fe, ha sido, según afirma, “su mayor error profesional”. “Dios nunca ha estado ausente del relato en mis libros, me salía natural decir cosas como ‘si Dios quiere’ y demás, y también es de lo que más orgulloso estoy: he llegado a mi edad sin haber tenido que renegar de mis principios… La única vez que he salido en el ¡Hola! ha sido besando a mi mujer cuando gané el Premio Planeta”, explica.
Su vida familiar ha sido su principal fuente de inspiración, por eso afirma que la idea para Cucho (Ediciones SM, 2005), uno de sus mayores éxitos editoriales, le llegó paseando con sus hijas. “Caminábamos por la plaza Mayor, en Madrid, y vi a un niño de unos doce años vendiendo chucherías. Mis hijas se quedaron fascinadas y ahí se me ocurrió la historia”.
Con Cucho ganó el premio Barco de Vapor, pero nunca imaginó lo lejos que podría llegar ese joven vendedor. “Hace catorce años, Rasami Krisanamis, profesora de español en la Universidad de Bangkok, a la que yo no conocía de nada, me escribió para pedirme los derechos de autor para traducir Cucho al tailandés. Me explicó que no me podía pagar porque se dedicaba a actividades sin ánimo de lucro junto con un sacerdote jesuita con quien proporcionaba acceso a la educación a niñas víctimas de prostitución infantil. Sinceramente, se los cedí más por pereza que por generosidad. Al poco tiempo, recibí el libro traducido al tailandés junto con una foto de la escuela que habían construido con los derechos de autor”, explica.
Rasami, la profesora de español, invitó a Olaizola a Tailandia a dar una conferencia porque, siendo ella budista, consideraba que sus libros planteaban “valores universales”. “Aunque me negaba, terminé yendo –recuerda–. Allí conocí al padre Alfonso de Juan, misionero jesuita que llevaba cuarenta años trabajando contra el drama de la prostitución infantil. En el momento en el que lo conocí, más de 50.000 niñas menores de 15 años ejercían la prostitución en Bangkok. Y eso hizo que me volviera a España tremendamente impresionado, aunque pensaba que ya había hecho bastante cediendo los derechos de mi libro. Pero esto, en realidad, era el inicio de una aventura”, recuerda el escritor.
“Invité a Rasami a dar una conferencia en Bilbao, hicimos una colecta y reunimos 3.000 euros con los que escolarizamos a muchísimas niñas. También escribí un artículo contando el drama de estas pequeñas que son vendidas por sus familias a la industria del sexo; al final del artículo, simplemente puse: ‘Si quiere colaborar…’ Y tuvo un éxito tremendo, por eso no me quedó más remedio que fundar Somos Uno, una ong totalmente familiar y de coste cero: yo soy el presidente; mi mujer, la vicepresidenta; y nuestros hijos, los consejeros. Desde entonces, hemos enviado más de 2 millones de euros”, cuenta orgulloso.
Actualmente hay más de 2.000 niñas escolarizadas gracias a Somos Uno y más de 200 ya cursan estudios superiores en la Universidad de Bangkok, en ambientes seguros, que las protegen de caer en la trata con fines de explotación sexual. “En el último viaje que hice a Tailandia, visitamos a una de las niñas que acababa de terminar el bachillerato y que había vivido una situación realmente difícil. Le pregunté qué quería ser de mayor y me contestó que profesora ‘para dar a otros lo que había recibido’”. Animado por don Alfonso de Juan, Olaizola escribió el libro La niña del arrozal (Planeta, 2011) en el que se cuenta la historia de una de las niñas.
Olaizola asegura que La puerta de la esperanza (Planeta, 1996) ha sido el libro “más difícil de escribir”, porque versa sobre los últimos meses de vida de su gran amigo, el psiquiatra Juan Antonio Vallejo-Nágera. “Él asistía como comentarista a un programa de Jesús Hermida, y en uno de ellos dijo que, a pesar de que estaba muy mal, para él la muerte ‘era la apertura a una vida más esperanzada’. Desde entonces, comenzó a recibir cartas de personas que estaban también en una situación similar y no sabía cómo contestarlas a todas. Por eso, me propuso escribir un libro”, cuenta.
Desde ese momento, y durante los dos últimos meses de vida de Vallejo-Nágera, Olaizola lo visitó para que le contara todo lo que él quisiera. “Iba a su casa y él se iba muriendo lentamente. Cuando falleció, su hija Sandra me agradeció el apoyo que había sido para su padre, y me dijo que no hacía falta que escribiera el libro, pero pensé que Juan Antonio estaría contento si lo publicaba. Y así lo hice. Fue complicado elegir la información de entre toda la documentación que tenía para poder hacerlo ameno, pero para mí fue una gran satisfacción y, sobre todo, un honor. Además, se han vendido más de 600.000 ejemplares de este libro y ha ayudado a mucha gente”.
Con el libro de La guerra del general Escobar (Planeta, 1983) ganó uno de los premios más importantes de la literatura española, el Premio Planeta. “Ahora, 33 años después de que se publicara en España, lo están editando en Estados Unidos”. Pero su producción no se ha limitado a la literatura, sino que también se ha extendido al cine y la música. Junto con el famoso productor de televisión Antonio Mercero trabajó en un guion, adaptando ese libro, aunque no llegó al cine. “No es que el cine no me gustara, sino que no he sido tan requerido como en los libros”, afirma.
Y, aunque a sus casi 90 años, pocas cosas le quedan por hacer, Olaizola asegura que aún quiere sacarse una pequeña espinita: “Me gustaría publicar la ‘Misa del Tercer Milenio’, una composición musical que grabé junto con un amigo y que aún no ha visto la luz”.