Hoy Daniel Marie es un sacerdote y fraile franciscano de 59 años. Es el superior del convento de San Antonio (www.saintantoine.info), en Bruselas. Pero en su juventud estuvo muy alejado de Dios. Fue comunista, drogadicto y criminal. Incluso pensó en suicidarse.
Un día, abrió la Biblia al azar y sintió que Dios le hablaba. Finalmente encontró un lugar entre los franciscanos.
Daniel Marie da testimonio de su vida y habla de la obra que realizan en las calles de Bruselas los frailes del convento San Antonio en la revista Huellas, del movimiento Comunión y Liberación.
Daniel Marie nació en 1957, en el seno de una familia católica burguesa, pero en su juventud no estaba presente Dios. Militó en la Liga Comunista Revolucionaria en busca de un ideal de justicia: “Mis raíces eran cristianas, amaba a los demás y buscaba la justicia, pero sin tener un norte”, dice Daniel para Huellas.
Jesucristo le parecía algo inútil y abstracto. Su día a día se basaba en el pecado: el sexo libre y la violencia. De fumar porros pasó a la heroína. El dinero lo conseguía robando. Incluso estuvo implicado en atracos a mano armada en bancos. Perseguido por la policía, huyó a Italia, sin nada.
El hermano Daniel Marie predicando durante una Eucaristía en San Antonio
En Génova dormía encima de un banco del parque e incluso pensó en suicidarse. “De repente, el Espíritu Santo suscitó en mí un pensamiento luminoso. Entendí que todos los mensajes de la sociedad de consumo se habían desvanecido para mí. Y pensé, ¿ahora qué puedo hacer conmigo? Ese fue el comienzo de mi liberación”, cuenta.
En Milán iba casa por casa vendiendo productos ilegales de imitación. “Mis compradores intercambiaban palabras conmigo”. Esto era un aliciente para Daniel, porque se sentía presente, sabía así que existía, que se preocupaban por él.
En Umbría se produjo un cambio en la vida de Daniel Marie. Allí se dio cuenta de que le faltaba todo. “Me encontré en los labios las mismas palabras de la parábola del Hijo Pródigo "no tengo nada"; pero esa parábola era yo; en ese momento ni siquiera la recordaba. Y el Padre me contestó: 'Daniel, quieres un trabajo? Vete allá'”.
"Allá" era la casa de un cultivador de tabaco, que le ofreció techo y empleo. Aquella casa Daniel la define como la Providencia. “Para mí, Dios era aquella casa”.
En esas fechas el Espíritu Santo suscitó en él un deseo, el de abrir la Biblia al azar. Y así lo hizo. Leyó: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Ahí encontró la respuesta que necesitaba. Y después de 10 años, decidió volver a Misa. Para él fue “la Misa más hermosa del mundo”.
Por eso se muestra agradecido con Dios y quiere dar testimonio de lo que ha experimentado. "Quiero dar testimonio de las mirabilia Dei, lo que Él ha obrado en mi vida de pecado”.
Tiempo después, quiso pasar un tiempo de convivencia en un monasterio. Un amigo comecuras (como él lo define), experto en ocultismo, le encontró el teléfono de unos monjes expertos en grafología.
Era un convento de franciscanos cerca de Asís. En esos monjes vio hombres normales, "hombres como yo”. Y entonces comprendió que era la compañía que buscaba.
"Sentí la llamada del Señor. Los frailes estuvieron de acuerdo en que lo mantuviese en secreto durante cinco años porque entendían que era la obra de Dios", recuerda.
Hoy en Bruselas, Daniel Marie forma parte de una pequeña comunidad de seis franciscanos conventuales menores del convento de San Antonio en un barrio multirracial, policultural y multirreligioso, en Molenbeek (Bruselas). Se instalaron aquí hace tres años por expreso deseo del general de la orden.
El convento de San Antonio no es sólo un centro de ayuda que cada martes, desde los atentados terroristas en Molenbeek, junto a sus voluntarios, distribuye comida en este barrio de mayoría musulmana. Allí rezan juntos la oración de San Francisco de Asís por la paz.
Los voluntarios del convento de San Antonio repartiendo alimentos en Molenbeek
"Desde que oramos juntos se percibe que ahora existe una mayor serenidad y un sentido de hermandad”, dice el hermano Jack, de origen australiano que guía la oración.
Se les conoce como la Casa de Dios de los Seis Magníficos, formada por frailes jóvenes, de distintos países y que han presenciado situaciones extremas. Han logrado que a la Misa dominical acudan unas cuatrocientas personas. Antes no había más que treinta.
Los Seis Magníficos conocen muy bien lo humano, sus heridas y sus contradicciones y han experimentado a Jesucristo en sus vidas. Un ejemplo es el hermano Benjamín, francés, que viene de la misma ciudad que Daniel Marie y le conocía desde que eran niños. Se le quedó grabado en el recuerdo y al cabo de los años, decidió ir a buscarle.
El hermano Jack, animando la oración de San Francisco de Asís por la paz
Benjamín vivía una situación penosa. Sus padres se habían separado y él se instaló con su padre, enfermo y alcohólico. A causa de esto Benjamín cayó en la droga y se sumió en una depresión.
Cuenta que el único que podía ayudarle en esos momentos era Daniel. Por eso, fue a verle al convento, y para él “fue como encontrar a Cristo en persona”.
El convento de San Antonio es un punto vivo que sabe dialogar con todo el mundo y ofrecerles una respuesta cristiana. Eso es lo que el general de la orden quería: “Crear una nueva presencia de vida franciscana, una presencia fresca en el corazón de Europa”.
Es el tipo de presencia que atrae a todos, ofreciendo una propuesta de camino para los jóvenes y acogiendo a todo el mundo, también a los musulmanes.
Daniel Marie por las calles de Molenbeek