Bud Spencer (Carlo Pedersoli, napolitano) y Terence Hill (Mario Girotti, veneciano), inseparables durante dieciséis películas... pero no todas del Oeste.
Reventaron las taquillas en todo el mundo, pero sin recibir apenas reconocimiento en su país. En una entrevista, al cumplir los 80 años, confesó, aunque "sin rencor", que sí se había sentido mal tratado por el sector: "Tal vez porque no soy gay ni transexual y tengo la misma mujer desde hace medio siglo", soltó.
¿Por qué Bud Spencer? Fue moda entre muchos actores europeos, impulsados por sus productores, americanizarse el nombre para internacionalizar el producto. En su caso, no tuvo dudas: Spencer Tracy era su actor favorito, y la Budweiser su cerveza preferida. Con ese nombre, sus 193 centímetros de estatura y sus 130 kilos de peso (llegó a alcanzar los 156) ya sólo tenía que propinar puñetazos a diestro y siniestro -pero sin perder nunca su cualidad de bruto entrañable- para convertirse en uno de los actores más queridos por públicos de todas las edades desde el éxito en 1970 de Le llamaban Trinidad, de Enzo Barboni, que lanzó a la fama a la pareja.
Una fama que la Iglesia aceptó enseguida, "al apreciar el hecho de que en nuestras películas no se ve jamás una gota de sangre y menos aún un muerto", presumía.
Nacido en Nápoles en 1929, llegó al cine con un pasado de éxitos deportivos como nadador (participó en las Olimpiadas de Helsinki 1952 y Melbourne 1956) y jugador de waterpolo (fue oro con Italia en los Juegos del Mediterráneo de Barcelona 1955).
De "bruto" tenía poco: era licenciado en Derecho, hablaba los seis grandes idiomas europeos y cuando dejó el cine emprendió numerosos y variados negocios, desde una compañía aérea de carga (Mistral, ahora parte del servicio postal italiano) a una línea de pantalones vaqueros, pasando por componer sus propias canciones.
Bud Spencer fue un hombre chapado a la antigua. Se casó en 1960 con María Amato, su esposa durante 56 años, con quien tuvo tres hijos. Confesaba públicamente su fe: "Soy católico, he comprendido que, sin Dios, el hombre no es nada. Y, además, no existe un ser humano que no crea en algo. A mi edad, miro la muerte con curiosidad. ¿Qué hay del otro lado? ¡Nadie ha regresado para contárnoslo!", decía no hace mucho.
Y bromeaba al respecto: "Cuando el Padre Eterno me llame, quiero ver qué pasa. Porque si no sucede nada, me voy a enfadar. ¿Me has hecho levantarme todas las mañanas durante 87 años para no ir al final a ninguna parte? Ante tantas cosas enormes que no comprendemos, sólo me puedo aferrar a Él. Cuando me llame, todo se aclarará. Porque hoy ya no se entiende nada".
Bud Spencer se despidió de la vida dando las gracias: "Como católico, no temo a la muerte. Solo siento curiosidad".
"La fe para mí es un dogma, un valor absoluto", dijo en otra ocasión a Avvenire. Y con algunas opiniones no temió comprometerse: "Como católico, estoy convencido de que el aborto y el divorcio han destruido a la familia".
Fue un hombre de derechas. Llegó a vincularse políticamente con Forza Italia, presentándose en 2005 como candidato en las regionales del Lazio, aunque no resultó elegido. Y apoyó en 2013 a su hija Christiana, quien se presentó con Il Popolo delle Libertà, también sin éxito, en las municipales de Roma.
Simpático en todas las entrevistas, positivo y vital, el éxito artístico (apenas reconocido por el establishment cinematográfico de su país) no se le subió a la cabeza, una lección que aprendió del deporte: "Para mí, en la vida basta siempre una sola palabra, la decencia. Nunca debes creerte alguien que puede destruir a los demás, debes tener la decencia de comprender que mañana por la mañana puedes encontrarte un par de personas a quienes no les importa lo más mínimo todo lo que hayas hecho. Y sucede. Es la vida".