Monseñor Fernando Ocáriz (París, 27 de octubre de 1944) se licenció en Teología en la Pontificia Universidad Lateranense (1969) y obtuvo el doctorado en la Universidad de Navarra en 1971, año en que fue ordenado sacerdote. Ha sido profesor ordinario de Teología Fundamental en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, consultor desde 1986 de la Congregación para la Doctrina de la Fe; desde 2003 también de la Congregación para el Clero;  y desde 2011 del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización. Es miembro de la Pontificia Academia Teológica desde 1989. El 23 de abril de 1994 fue nombrado Vicario General de la Prelatura del Opus Dei por el Obispo Prelado Mons. Javier Echevarría, y recientemente, el 9 de diciembre de 2014, ha sido nombrado Vicario auxiliar, pasando Monseñor Mariano Fazio a ocupar el cargo de Vicario general.

La figura del Vicario Auxiliar está prevista por el derecho de la Iglesia para la Prelatura del Opus Dei establecida en los números 134 §1 y 135 del Codex “iuris particularis Operis Dei” promulgado por san Juan Pablo II con la Constitución Apostólica Ut sit el 28 de noviembre de 1982. Como tal, había sido pensada por el propio Fundador. En el decreto del nombramiento el Prelado, Monseñor  Javier Echevarría, expone que "la extensión de la labor apostólica de la Prelatura y el crecimiento del número de circunscripciones regionales, de centros y de labores cuya atención pastoral está confiada al Opus Dei han llevado consigo un aumento del trabajo de gobierno que corresponde al Prelado". Por eso —añade— "teniendo en cuenta también mi edad, veo conveniente proceder al nombramiento de un Vicario auxiliar".


- Después de escuchar a los órganos que le ayudan en el gobierno pastoral, Mons. Echevarría decidió nombrarme vicario auxiliar para que compartiera con él la potestad ejecutiva que el derecho reserva al prelado. Es, como usted dice una figura prevista por el Fundador, San Josemaría. Al mismo tiempo, los estatutos de la prelatura se refieren a la función del prelado con las palabras "maestro y padre", como para resaltar que la tarea que la Iglesia encomienda al prelado —al igual que a todo pastor que está al frente de una circunscripción eclesiástica— no se limita al ejercicio de la potestad de gobierno, sino que también comprende esta dimensión importante de paternidad hacia todos los fieles —sacerdotes y laicos— confiados a él. 

San Josemaría encarnó de modo muy intenso ese sentido de paternidad espiritual que es característico del sacerdote. Y esa vivencia es un legado que se transmite a sus sucesores. La paternidad del prelado hace que todos los fieles de la prelatura puedan palpar ese rasgo de “familia” que se vive en el Opus Dei, en la Iglesia, familia de los hijos de Dios.
 

- El Papa nos recuerda que la Iglesia es “familia de familias” (Amoris Laetitia, n. 87). En la familia aprendemos a ser felices y a desarrollar capacidades. Es el lugar donde nos quieren como somos, y al que podemos volver siempre.

San Josemaría fomentó a su alrededor un clima familiar: oración de unos por otros, deseos de llevar la caridad de Cristo a los demás, preocupación por servir y –cuando es preciso- por corregir. Lograr este ambiente es una conquista diaria, un compromiso de cada miembro de la familia.
 
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- Hacia donde nos lleve el Espíritu Santo. San Josemaría pedía que nos abriéramos en abanico: en el siglo XXI habrá que seguir llevando esta semilla de la Iglesia a muchos lugares. Lo primordial será ser y ayudar a cada persona a ser dócil a la gracia de Dios, y a llevar una vida coherente y alegre en el trabajo, en la familia, en la vida social.
“Además, intentaremos extender las iniciativas solidarias promovidas por tantos fieles y Cooperadores de la Prelatura en todo el mundo.

Con la gracia de Dios, y el apoyo de tantas personas —cristianos y no cristianos—, deseamos que se amplíe el radio de acción de esos proyectos que procuran aportar humanidad a esta “casa común”. Un reto, en Europa, es fomentar una cultura de la acogida ante los nuevos flujos migratorios.

En los años próximos, convendrá seguir desarrollando una pastoral incisiva de las familias y de la juventud, también porque las presiones a que están sometidas son muy fuertes.
 

- Ciertamente hay muchos sitios desde donde los obispos locales nos están pidiendo que vayamos: estamos pensando ahora en Vietnam y Angola. Hay que contar sin embargo con que las personas de la Obra no van allí sin más, sino para ejercitar su propio trabajo profesional. Es difícil programar a gran distancia temporal. Empezar, estamos ahora empezando por ejemplo en Corea. El mayor problema allí no es el trabajo, o la gente, sino más bien la lengua. Otros sitios difíciles son por ejemplo Estonia, o Finlandia, aunque gracias a Dios, la Obra se va desarrollando: ahora se acaba de ordenar el primer sacerdote finlandés.
 

- Los laicos del siglo XXI –como los de toda época- están llamados a actuar como aquellos primeros seguidores de Cristo: en el mundo, en su hogar, en su puesto de trabajo, en los espacios de descanso y de diversión. En cualquier ambiente, están invitados a ser apóstoles, a hablar de Cristo y a dirigirse a su Padre, Dios, que los está esperando. Ese es el camino ordinario hacia la santidad en el que tanto insistió san Josemaría. La labor del Opus Dei es fundamentalmente la que hacen los laicos con su propio trabajo, los casados con sus familias; y los sacerdotes, con su ministerio pastoral.
 

El Papa Francisco conversa con el obispo prelado del Opus Dei, Monseñor Javier Echevarría, y con Fernando Ocáriz. [Foto de JM San Millán]
 

- En varias ocasiones, el fundador agradeció a Dios haberle puesto a su lado a Álvaro del Portillo. Pienso que la fecundidad de la vida del beato Álvaro nace de haber buscado en todo momento la voluntad de Dios: evitó lucirse personalmente y, precisamente por eso, ha sobresalido.

Muchos le recuerdan como ejemplo de fidelidad a la Iglesia (primero como ingeniero, luego como sacerdote, finalmente como obispo), a los Papas con los que estuvo en contacto, y de fidelidad al fundador del Opus Dei. Y esa fidelidad –que es virtud creativa, porque exige una continua renovación interior y exterior– fue un apoyo evidente para el fundador.
 

- La santidad, gracias a Dios, no ha sido nunca una utopía: desde el siglo primero hasta hoy, abundan los ejemplos de cristianos que han buscado heroicamente imitar a Jesús. Lo que quizá se olvidó durante algún tiempo fue que, precisamente, todo bautizado está llamado a la santidad y que, para alcanzarla, no es necesario hacer alguna consagración especial si no se tiene esa particular vocación.

La reciente noticia sobre Montse, una chica de Barcelona que cumplió solo 17 años pero que estaba decidida a tratar a Dios en todo momento, es como una nueva confirmación. Y es un estímulo para mucha gente joven que, como ella, pasan buena parte de sus días en la escuela o la universidad, en el deporte, entre sus amigos.

De lo que se trata es de tomar conciencia de que todo cristiano tiene sobre sí la misión de la Iglesia. La evangelización la hacen todos los cristianos, y de todo el Evangelio, pero cada uno en su sitio. El sacerdote como sacerdote, y los laicos como laicos: el profesor como profesor, el obrero como obrero, cada uno por sí mismo en su ambiente propio. El Concilio Vaticano II lo ha proclamado claramente. La santidad la debemos buscar todos; el ser canonizado o no, para las personas es lo de menos. Solo importa para la Iglesia. Es la Iglesia la que se beneficia de los santos.


 Venerable Montserrat Grases


- Dirigirse a la propia madre cuando uno se encuentra en dificultades es algo casi instintivo. Así han reaccionado los cristianos, ya desde Pentecostés cuando los apóstoles se reunieron en torno a la Virgen. San Josemaría acudió a numerosos santuarios marianos para pedir a la Virgen algún favor, suplicarle protección y rezar por la Iglesia. Volvía como si le hubieran liberado de un peso, porque experimentaba la misericordia de Dios.

Este año jubilar puede servir para que cada persona palpe la providencia de Dios en la vida ordinaria y ser, al mismo tiempo, canal para que la misericordia llegue a muchos otros. El reto es aceptar lo “ordinario” de la misericordia divina, que es extraordinaria.
 

- Agradezco sus apreciaciones, aunque considero que siempre hay camino que recorrer y mucho que aprender de los demás. Creo que el reto fundamental es la coherencia. La comunicación no puede ser algo artificial. Hay que comunicar desde el propio ser y luego con las palabras. Por eso, podría decirse que la caridad es el mejor lenguaje de la comunicación de la fe. Así lo expresó el Papa Francisco en el mensaje para la 50 jornada de las comunicaciones sociales: “si nuestro corazón y nuestros gestos están animados por la caridad, por el amor divino, nuestra comunicación será portadora de la fuerza de Dios” (25.I.2016).