En Old Fangak, al norte de Sudán del Sur, se estableció una misión comboniana en el año 1998 traída por el padre Antonio La Braca. A partir de ahí, los combonianos empezaron a evangelizar por las tierras de las distintas etnias (como los leer o los nuer).
Christian Carlassare ha tenido la oportunidad de estar allí durante 12 años, y comprobar como es la etnia nuer, testimonio que recoge la revista Mundo Negro. En este lugar, ha aprendido que la unión de culturas es indispensable para evangelizar, y que, pese a la guerra y el abandono de comunidades protestantes y católicas, aún se conserva la fe.
Testimonio de Christian Carlassare
Después de haber visitado la misión de Old Fangak (estado de Jonglei, en el norte de Sudán del Sur) el pasado año, comprendí que el evangelio en misión se hace existencial en todas las periferias: se hace carne en la vida del pueblo. Y se hace precisamente en las personas que viven en las periferias existenciales, es decir en los márgenes, quizá porque el Evangelio habla a menudo y, de buena gana, de ellas.
Los abuna que encontraron los combonianos
La Iglesia siempre consideró que esta área era impenetrable para el evangelio o, en cualquier caso, área de interés protestante, pero observó que ya existían comunidades cristianas formadas que necesitaban cuidado pastoral.
Estas comunidades cristianas se habían formado gracias a la iniciativa de laicos cristianizados en los años 70 y 80 en Jartum, o, posteriormente, en los campos de refugiados de Gambella (Etiopía) durante la primera fase del conflicto, la Guerra Civil Sudanesa por la que, en 2011, Sudán del Sur se independizó del resto del país.
Una vez que retornaron a sus regiones de pertenencia, habían compartido lo más precioso que habían encontrado y dieron vida a numerosas y entusiastas comunidades cristianas. Algunas de estas personas (que nosotros habíamos denominado catequistas) eran los verdaderos guías de la comunidad, respetados como verdaderos y auténticos ministros, y a menudo se les llamaba abuna, es decir, padre.
El desafío de la evangelización era evidente y, por ello, la opción de los combonianos fue en realidad una opción misionera. Las mismas comunidades tenían tendencia a la fragmentación y la desunión, por lo que tenían necesidad de integrarse y crecer en la catolicidad.
Los nuer prefieren la asamblea
Llegamos a Old Fangak con otros misioneros en abril de 2006. Allí encontré una comunidad civil y cristiana, marcada por el conflicto y el aislamiento, pero determinada a vivir sin lamentaciones añadidas y abierta a la solidaridad
Otro valor importante que he encontrado es el gran sentido de responsabilidad de la gente que quiere verse implicada en la realidad comunitaria y, por lo mismo, también en la Iglesia. Los nuer muestran cierta antipatía por las relaciones de arriba-abajo, por las decisiones ya tomadas o por las formas autoritarias. Les gusta reunirse, discutir y tomar decisiones por consenso.
De este modo, la Iglesia es percibida como su Iglesia: querida y fundada por ellos mismos, lugar donde pueden expresarse y tomar decisiones sobre lo que hay que hacer.
Se trata de acompañar a la comunidad con paciencia, crear las condiciones para una maduración mediante la formación catequética, la oración, las relaciones humanas y la experiencia de Iglesia como comunión.
Las principales dificultades se han comprobado cuando algunos líderes locales han antepuesto sus propios intereses a los de la comunidad, impidiendo así el crecimiento y la maduración de nuevos objetivos y nuevos liderazgos. En muchos casos no he podido actuar, a menos de que alguien quisiera estar dispuesto. Así he visto cómo el Señor ha sabido, por lo general, servirse de instrumentos pobres para llevar a cabo una obra maravillosa.
Familia y clan, base de su sociedad
En la interculturación, la fe es transmitida de modos siempre nuevos. Sobre esta línea, considero que uno de los ámbitos en los que la cultura nuer está llamada a madurar y redescubrirse es precisamente la vida matrimonial y familiar.
El clan juega un papel tan importante como para situar los sentimientos reales de la pareja en segundo plano. El matrimonio tradicional todavía sigue siendo una institución orientada a garantizar el orden en la sociedad y la procreación de los hijos para que el nombre del cabeza de familia sea recordado durante generaciones.
Pero este tipo de institución ya está en crisis porque los jóvenes no la aceptan. Buscan relaciones simples, la satisfacción de su necesidad de cercanía y de afecto, dando a menudo origen a vínculos que no duran y están destinados a fracasar. La poligamia, por otra parte, permanece como institución muy común, incluso entre los jóvenes, como si tratasen de vivir con responsabilidad lo que los ancianos nuer generalmente calificarían de exceso.
He ahí por qué la pastoral familiar es muy importante: no solo para acompañar a las jóvenes parejas cristianas, sino también para inculcar en los jóvenes el valor de un matrimonio basado en la fidelidad, el respeto y el amor conyugal.
Una Iglesia del Pueblo
Esta Iglesia del pueblo es esencialmente una Iglesia ecuménica, por el simple hecho de que la fe en Jesucristo solo puede ser vínculo de unidad. Las divisiones aparecen precisamente cuando la Iglesia se clericaliza, donde las personas se preocupan de defender sus propias posiciones y su propio papel en la comunidad.
La relación con los pastores protestantes siempre ha sido buena pero algo compleja. He de agradecer a muchas comunidades protestantes que, durante mis visitas a los católicos, se hacían presentes de muchas maneras, y no solo en la oración comunitaria.
En algunas ocasiones me han abierto los ojos diciendo: “Si has venido de un país lejano para predicar el evangelio, no perteneces sólo a los católicos nuer, sino también eres nuestro padre: no lo olvides”. Tenían razón.