Ha muerto en esta madrugada de viernes Miguel de la Quadra Salcedo, el más famoso aventurero español de la época de la televisión. Tenía 84 años.
Fue un gran deportista: consiguió 14 récords nacionales y 15 títulos nacionales de lanzamiento de peso, disco y martillo e inventó un método de lanzamiento de jabaline con el que superó en 20 metros el récord mundial en 1956 (pero las autoridades no homologaron el récord alegando peligrosidad para el público). Participó como lanzador en los Juego Olímpicos de 1960.
Después fue uno de los grandes reporteros-aventureros de Televisión Española en los años 60, 70 y 80. En las guerras africanas de los años 60, estuvo condenado a muerte por filmar el fusilamiento de 300 prisioneros en el Congo. Cubrió el golpe de estado contra Allende, estuvo en la guerra de Vietnam, vivió con los indígenas de la Amazonia, y formó un equipo con profesionales de la talla de Manu Leguineche, Jesús González Green, César Pérez de Tudela o Félix Rodríguez de la Fuente.
En su última etapa como periodista televisivo, Miguel de la Quadra Salcedo lideró la Ruta Quetzal, que llevaba jóvenes de España e Iberoamérica a descubrir las maravillas a menudo ignotas de sus países. Se sentía orgulloso que crear la «Ruta BBVA», declarada de interés universal por la UNESCO.
En septiembre de 2007 habló de su visión de la fe y la espiritualidad en una entrevista con Gonzalo Altozano en la ya desaparecida revista Alba. La recuperamos por su interés.
-Católico, sí, desde niño, me viene de familia; practicante, cuando puedo.
-Pero hay monasterios budistas. Yo he rezado en ellos. Y lo mismo en mezquitas. El lugar es lo de menos, importa el recogimiento.
-En absoluto. No digo que sea seguidor de Buda o Alá. Hablo de espiritualidad, algo que queda fuera de nuestra sociedad de consumo y que, sin embargo, debería ser obligatorio.
-La gran pelea es entre espiritualidad y materialismo. A los chavales de la Ruta Quetzal les digo que para ser felices tienen que olvidarse del “tienes poco, gana más”, que hemos de pasar del Estado de bienestar al estado de austeridad, como mis amigos los esquimales o los hombres del desierto.
-Una vez llevé a los chicos a Leyre, a la sierra de Errando, donde san Virila, que tenía dudas de la eternidad, pasó -sin darse él cuenta- trescientos años escuchando el canto de un pajarito. A los chicos les pedí que pensaran en aquel milagro. ¡Fíjese si rezaron!
-A las Molucas me llevé las cartas que Francisco Javier escribió desde allí a la Compañía y a Ignacio de Loyola. Leer y releer aquellas historias… eso también es rezar.
-Francisco Javier, que cuando estaba en la Sorbona, era el que más corría y saltaba.
-Es verdad. Ahí está el viaje al interior de su alma que Ignacio de Loyola hizo en las cuevas de Manresa.
-Es que soy muy jesuítico: estudié en un internado de los jesuitas.
-Un amigo polaco que vive en Bolivia descubrió una ópera de las misiones compuesta por indígenas en la que Francisco Javier canta y contesta Ignacio de Loyola. Contribuí informando del hallazgo al Gobierno navarro.
-¡Pero qué dice! Pocas cosas me han alegrado tanto.
-La misa en latín me dice algo. En cambio, cuando es en español me detengo demasiado en lo que dice el cura, y me parece poco misterioso, muy de este mundo. Hay que rodear las cosas de misterio.
-Sí, con mi misal bilingüe.
-Claro, más ahora que todo es ruido, hasta en la hora de la cena, donde la televisión ha sustituido al padre.
-En Iberoamérica. Es ahí donde se conservan nuestras costumbres. Los inmigrantes que vienen de allí nos están enseñando cómo éramos.
-Que no hay derecho, que tendría que ser su nieto el que lo hiciera. Los abuelos tienen que morir en su casa y con el cariño de la familia. Pregunte a un iberoamericano o a un gitano si llevaría a sus mayores a un asilo.
-Una universidad, la mejor.
-Es que si no hay raíces, si no hay familia, no hay cultivo para hablar de Dios.