Yevgeniy Zinkovskiy tiene 46 años y desde el pasado mes de septiembre es obispo auxiliar de la diócesis kazaja de Karaganda, en Asia Central. Este joven prelado ha sido elegido por el Papa para una sede episcopal que abarca un territorio mayor que toda España y Portugal. Su rebaño, apenas 20.000 católicos repartidos en esta vasta zona donde la mayoría de estos creyentes son descendientes de los deportados por la Unión Soviética.
Precisamente, este joven obispo proviene de una de estas familias. Sus abuelos eran de origen polaco en una zona que pasó a formar parte de Ucrania y por tanto de la Unión Soviética. Fueron deportados hasta esta zona de Kazajistán, a la postre donde acabaría naciendo monseñor Zinkovskiy.
“Los que crecimos en la antigua Unión Soviética sabemos lo que es el ateísmo y la miseria de la falta de fe. Siempre pensamos que la gente en Occidente creía en Dios. Pero, con el tiempo, todos han visto que esto no es del todo cierto. Por eso toda persona, dondequiera que esté hoy, se enfrenta en su vida al desafío de la fe y a la invitación del Señor a acoger su Amor”, afirma sobre su juventud en la URSS y la secularización actual de Occidente.
Su historia es de lo más llamativa. Debido a la furibunda persecución que había contra la fe nunca le hablaron de Dios hasta los 15 años, cuando casi por casualidad se enteró de que su padre y su abuela eran fervientes católicos. Para proteger a su familia nunca lo exteriorizaron. Aún así, luego supo que en su familia habían acogido de manera clandestina a sacerdotes y monjas durante aquellos duros años.
Sin embargo, acabó conociendo a Dios y cuando el telón de acero se venía abajo, un sacerdote polaco visitó su pueblo. Lo hizo enarbolando una fe sin complejos y vistiendo ropa clerical. Este hecho le dejó completamente en shock, y fue el punto de inflexión que cambiaría su vida para siempre.
CARF (Centro Académico Romano Fundación), organización que ayuda en la formación de seminaristas y sacerdotes, ha entrevistado al nuevo obispo auxiliar de Karaganda, que justamente siendo sacerdote recibió una beca de esta fundación para estudiar en Roma y prepararse para formar a los futuros pastores en el seminario de Karaganda, el único existente en toda Asia Central. Pese a la fragilidad de estas Iglesias minoritarias Dios sigue llamando a jóvenes al sacerdocio y a la vida religiosa.
Monseñor Zinkovskiy es consciente de las dificultades de la Iglesia en Kazajistán, pero afirma que el Señor da alegría en su misión: “además de servir en la curia, el seminario y la Conferencia Episcopal de Asia Central tengo la oportunidad de visitar nuestras comunidades parroquiales, a nuestros fieles, hermanas monjas y sacerdotes, que están sirviendo celosamente a la Iglesia”.
Por otro lado, el joven obispo hace una breve radiografía del catolicismo en este enorme país asiático explicando que “la Iglesia Católica en Kazajistán es una iglesia minoritaria. Pero es a nosotros que el Señor dice: ‘No temáis, pequeño rebaño’. Los fieles católicos de aquí son en su mayoría descendientes de los pueblos deportados a nuestro país durante las represiones estalinistas. Por lo tanto, todavía hay en nosotros un cierto temor, también por la fe. Pero ahora hay libertad religiosa en nuestra nación. Podemos aprender en la práctica cómo vivir con personas que no son creyentes o que creen de manera diferente”.
Monseñor Zinkovskiy, junto al obispo Adelio Dell'Oro, con monjas de varias congregaciones.
El obispo auxiliar de Karaganda explica que él mismo es descendiente de estos deportados y confiesa a CARF que “siendo niño no sabía” esta historia familiar. “Nadie nos habló de ello. De pequeños vivimos y fuimos educados en el espíritu soviético, sin fe, sin Dios. Fue sólo más tarde que ‘accidentalmente’ descubrí que mi abuela y mi padre eran católicos devotos. Guardaron silencio por temor a que sufriéramos por nuestra fe como ellos sufrieron. Pero rezaban sinceramente por nosotros. Recuerdo estar sentado en el regazo de mi padre cuando era niño y sentir su mano pasar por un extraño rosario. Ahora sé que a menudo rezaba el rosario”, relata monseñor Zinkovskiy.
De hecho, desvela que su propio padre una vez quiso ser sacerdote, pero en la Unión Soviética le fue imposible. Sin embargo, Dios le dio dos regalos más adelante: una hija monja y un hijo sacerdote y ahora también obispo. “Ahora ya puede regocijarse por esto desde el cielo”, asegura.
Tal y como dijo anteriormente no pudo ser educado en la fe debido a la persecución que había en aquellos momentos. El ahora obispo afirma que la URSS era un estado ateo por lo que “nunca escuchó "una palabra acerca de Dios" hasta los 15 años.
Sin embargo, en la clandestinidad sí se intentó mantener viva esta llama de la fe. “Las personas religiosas sí se esforzaron mucho por celebrar las festividades de la Iglesia. Muchas familias acabaron mezclándose en distintas tradiciones religiosas. Nuestra familia era católica y ortodoxa, así que celebramos dos navidades y dos pascuas cada año. Los católicos de nuestra familia eran más religioso y la vivieron con valentía: hospedaron a sacerdotes y monjas en secreto. Nuestra abuela incluso tenía una habitación especial. Todavía recuerdo siendo niño sentir el asombro y la reverencia de mi padre cuando entraba. Lo veía repasando en secreto iconos y cruces. Podía sentir su devoción por algo hermoso, aunque no le escuchase decir nada acerca de Dios”, explica.
Sin embargo, una vez que conoció a Dios a la vez que el telón de acero caía se enamoró de la fe católica. Todavía recuerda el momento exacto que transformó su existencia: “mi vida cambió cuando un sacerdote católico de Polonia vino a nuestro pueblo. No tenía el miedo que retenía al pueblo de la Unión Soviética. Caminaba abiertamente con ropa sacerdotal e invitaba a la gente a ir a la capilla y rezar públicamente a Dios. Esta invitación también se extendió a nosotros”.
Un tiempo después un jovencito Yevgeniy Zinkovskiy acompañó a este sacerdote en los viajes a los distintos pueblos donde había católicos. De ahí extrajo una lección fundamental pues vio que había muchas personas que creían en Dios pero que no tenían ni una iglesia ni podían conocerlo a través de los sacramentos.
“Después de un tiempo, escuché la voz de Dios llamándome a ser sacerdote. Pero, ¿cómo encontrar un lugar para convertirse en sacerdote católico? No había seminario católico en Kazajistán o en Rusia en ese momento. Pero tuve suerte. El abad me dijo que podía ir a Polonia, convertirme en sacerdote allí y regresar a Kazajistán”, añade.
A su vuelta de Polonia ya como sacerdote se define como un hombre feliz que quería compartir la Buena Nueva. Estuvo en una parroquia, iba a otros pueblos donde no había estructuras de la Iglesia y ayudaba al obispo. Y entonces en el país se decidió abrir un seminario en Karaganda, en principio para los jóvenes de todo Kazajistán pero que se acabaría ampliando a todo Asia Central.
“Este seminario necesitaba formadores locales. Así que el obispo me envió a estudiar a la Universidad de la Santa Cruz en Roma para que cuando volviera pudiera enseñar a nuestros jóvenes”, explica el ahora obispo, que da las gracias a CARF por haberle concedido aquella beca y darle la oportunidad de servir así a sus hermanos católicos.
“Después de terminar mis estudios pude regresar a Karaganda y enseñar Filosofía en el seminario. Pero no solo eso: la filosofía ayuda a una persona en su búsqueda para comprender a otra persona. Especialmente ahora cuando tantos sucesos, tragedias y dolores aparentemente incomprensibles están sucediendo a nuestro alrededor. La fe en Dios nos da respuestas, pero hay tantos que no creen a nuestro alrededor… ¿Cómo los entendemos? ¿Cómo podemos ayudarlos?”, señala sobre la importancia de esta formación.