Hoy anima a defender la vida de todos, ayuda a otras mujeres a superar las heridas del aborto, defiende la castidad y la familia y proclama: "Nunca es tarde para volver a empezar. Es posible, con la ayuda de Dios, transformar tu vida después de una desgracia”.
Patricia Sandoval nació en California en una familia de origen mexicano y católico, aunque alejada de Dios. En casa se vivía sólo una espiritualidad de Nueva Era (New Age). Cuando Patricia tenía 12 años, sus padres se separaron. A Patricia le tocó ejercer como “madre de familia” atendiendo a su padre y su hermano pequeño. A cambio, su padre le daba mucha libertad para salir de casa y ningún horario para regresar.
En ese ambiente permisivo, en apenas año y medio quedó embarazada tres veces y abortó tres veces. Los anticonceptivos que conseguía en la clínica de abortos Planned Parenthood fallaban... pero allí ella podía compensarlo abortando.
"¿Cómo es posible que en año y medio me quedo embarazada tres veces? No entendía por qué me fallaban los anticonceptivos, por qué no funcionaban si esto supuestamente era el sexo seguro. Y esta vez ya no quería sentirme culpable. Esa conciencia que me decía “traidora”, esa conciencia que me daba vergüenza de que había abortado… Ya no lo quería hacer sola".
En el tercer aborto algo cambió: llevó consigo a su novio, y él lloró durante el aborto. "Él quedó muy afectado y yo no, yo era una piedra, yo no me sentía mal, no me sentía triste. Me daba pena y me sentía culpable, pero no podía derramar ni una lagrima. Y cuando veo que él sí podía llorar ese aborto, ahí me doy cuenta: ¿Qué pasa con mi corazón?, ¿cuando se hizo tan frío, ¿por qué mi novio puede llorar un aborto y yo no?"
Se instaló en ella una mentalidad de huir de todo: dejó al novio y cambió de ciudad. En su nueva residencia supo que una clínica de abortos de Planned Parenthood buscaba una enfermera bilingüe y pasó a trabajar en ella.
Su primera sorpresa es que la formaban para mentir a las mujeres para multiplicar así el número de abortos. Cada día, como una pesadilla real, después de cada aborto, debía asegurarse que todos los miembros del descuartizado cuerpo del bebé habían salido del útero materno. Allí comprendió que era mentira que en los primeros meses de embarazo el bebé solo fuera “unas vueltas de células”.
"Me dijeron: «Bueno, aquí en esta clínica, está prohibido usar las palabras bebé, él, ella, mamá o papá. Lo más importante de esta clínica es no permitir nunca que la mujer mire la pantalla durante su ecografía antes del aborto». Y cuando la encargada me dice: «Patricia, tú te encargas de que ninguna chica falte a su cita de aborto. Si vieras que tienen mucho miedo, tú tienes que hacer todo lo que esté en tu poder para que ella no falte. Tú les vas a decir que tú tuviste tres abortos, y que van a estar bien, y que no es más que una vuelta de células y eso es todo… Y el aborto no va a durar más de cinco minutos»".
El primer aborto al que asistió fue el de una chica de 16 años con un bebé de 3 meses de gestación. «Bueno, hasta los cinco meses no es un bebé en realidad», se dijo Patricia. "No sé por qué tenía este pensamiento. Y cuando me tocó buscar las partes de los bebés... Me tocó buscar los brazos, las piernas, la cabeza… Ahí fue cuando dije: «Esto no es una bolsa de células, esto es un ser humano»”.
Llegó un caso con el que ya no pudo seguir en la empresa abortista. “Un día llega una joven de quince años, embarazada con gemelitos de seis meses. Yo ya había visto un bebé de cuatro meses de gestación, bastante grande... y ahora era uno de seis meses, imagínate. Me espanté muchísimo y me salí de la clínica y nunca volví ahí”.
En ese momento el síndrome postaborto, hasta entonces aletargado, estalló en ella en una espiral de autodestrucción. "Quedé totalmente traumada, sabiendo que yo había abortado tres veces, que maté tres veces, que yo asesiné a tres hijos míos, propios, que ayudé a otras mujeres a matar a sus hijos, engañándolas. Sentía mucha culpabilidad, mucho dolor y me metí muy fuerte en la droga. Perdí todo, mi casa, mi carrera, mis estudios, mi familia, mis amigos… Y quedé tres años tirada totalmente, drogada en mi dolor, en las calles”.
"Un día sentí que había tocado fondo, porque no tenía a nadie. Literalmente, yo estaba sola en una banqueta llorando, y lo único que tenía era a Dios. Yo recordaba el catecismo, yo recordaba a Jesús. Recordaba que Dios era mi papá... era lo poco que recordaba de Dios".
"Empecé a hablar con Él y lo sentí en mi corazón muy fuerte. Miré al cielo y dije: «Perdóname por lo que he hecho y gracias por todas las bendiciones que me has dado». Y en ese momento, empecé a llorar. Y así, en medio de mi llanto, sentí un abrazo. Y cuando abro mis ojos veo una jovencita de ojos azules, llenos de misericordia, que me dice: «Jesús te ama. Mientras que tú estabas aquí llorando sentada, yo te miraba por aquella ventana. Yo trabajo en aquel restaurante. Dios me habló y me dijo que te dijera que te amaba, que Él está contigo hasta el final de los tiempos». Entonces, esa chica me levanta de la calle y me lleva a casa".
Su casa era distinta a como la dejó 3 años antes. Su madre había recuperado con fuerza la fe católica y llevaba 3 años rezando por su hija. "Mamá iba al Santísimo, a misa, y gracias a ella yo pude sanar, y con la fe y con la ayuda de Dios, salí de las drogas y salí de todo”, recuerda.
“Mi madre me llevó a la confesión, mi madre me llevó a la Eucaristía. Mi madre me dijo que soy hija de Dios y que la maldad del demonio me robó mi identidad pero que mi identidad verdadera es que yo soy una princesa, hija del Rey de Reyes. Gracias al descubrimiento de esa dignidad como hija de Dios, de los sacramentos y de la fe, pude salir de todo esto y pude sanar gracias a Él”.
El proceso de sanación tuvo varias fases. Una fue a través de la confesión: “Cuando yo hice una confesión general de todos los pecados de mi vida sentí la misericordia de Él, que me perdonó todo, el amor de Él".
Otra fase fue la de recibir el perdón de los bebés que ella hizo abortar. "Pude sanar y salir adelante y ser provida cuando sentí el perdón de mis hijos. Cuando pude sentir que ellos me perdonaban y que estaban orando por mí y que están bajo el cuidado de la Virgen María… Es cuando yo pude, en realidad, perdonarme a mí misma por los abortos, y tuve el valor de defender la vida”.
Patricia termina su testimonio con un mensaje de esperanza: “Yo quiero decirle a todas esas chicas que nunca es tarde para volver a empezar. El Señor ha tenido misericordia de mí, ha tenido misericordia de ti… Y no importa lo bajo que hayas caído: Dios siempre te levanta y Dios siempre te renueva, y siempre te devuelve esa dignidad que has perdido. A las mujeres que han abortado les digo: tus hijos viven, eres madre todavía, y esos hijos están orando por ti, y algún día los vas a volver a ver. Nunca es tarde para volver a empezar. Es posible, con la ayuda de Dios, transformar tu vida después de una desgracia”.