Entre las víctimas mortales del terremoto del pasado 16 de abril en Ecuador figuran cinco chicas jóvenes que se encontraban en una casa de las Siervas del Hogar de la Madre en Playa Prieta, y una de las religiosas de la comunidad, la hermana Clare Crockett, de 33 años, cuyo nombre en religión al hacer sus votos perpetuos, el 8 de septiembre de 2010, era el de hermana Clara María de la Trinidad y del Corazón de María. Nacida en Derry (Irlanda del Norte), había entrado en la congregación en 2001, al poco de cumplir los 18 años de edad.
Hubo en su vida un cambio radical que comenzó con un viaje imprevisto a España. Ella misma lo contó en la página web del Hogar de la Madre, en un testimonio que reproducimos a continuación ():
Nací en una familia católica. Soy de una pequeña parcela del mundo que se llama Derry, en el norte de Irlanda. Cuando yo era pequeña, era un sitio donde los términos “católico” y “protestante” eran solamente políticos. Nacer en una familia católica no significaba necesariamente que fueras a Misa o recibieras formación en la fe católica. Los católicos, que querían una Irlanda unida, mataban a los protestantes; y los protestantes, que no querían una Irlanda unida, mataban a los católicos. Para mí, eso es lo que significaba ser católica. Dios no tenía ningún papel en mi vida. En una sociedad donde prevalecía el odio, no había sitio para Dios.
Desde pequeña quería ser actriz. Hacia los quince años, entré en una compañía de teatro y tenía un manager. Presentaba algunos programas de televisión, escribía teatros, hacía muchas actuaciones, ganaba premios y a los dieciocho años hice un pequeño papel en una película.
Me gustaba la fiesta. Desde los dieciséis o diecisiete años, mis fines de semana consistían en emborracharme con mis amigos. Gastaba todo mi dinero en alcohol y tabaco. Un día, una de mis amigas me llamó: "Clare -me dijo-, ¿quieres ir a España gratis?" "¡Un viaje gratis a España!" -pensé-, diez días de fiesta en España con el sol. ¡Por supuesto que quería ir! Me dijo que todos los que iban se reunirían en una casa la semana siguiente. Llegó el día y fui a la casa donde iban a estar mis amigos, y entré en una habitación con gente de 40 y 50 años, todos con rosarios en las manos. "¿Van a España?" -les pregunté-, casi con miedo de oír la respuesta que iban a dar con todo entusiasmo tres segundos depués: "Sí, vamos a la peregrinación".
Sí, queridos amigos, íbamos de peregrinación durante diez días. Intenté escaparame, pero mi nombre ya estaba en el billete, y no hubo más remedio, tuve que ir. Ahora veo que fue la manera que usó la Virgen para traeme a casa, a su Hogar, al de su Hijo.
La peregrinación fue durante la Semana Santa en un monasterio del siglo XVI. No era, ciertamente, lo que yo había imaginado cuando pensé en ir a España. Este encuentro de Semana Santa era con un grupo que se llamaba Hogar de la Madre, y yo no quería estar allí. Sin embargo, fue durante esta peregrinación cuando el Señor me dio la gracia de ver cómo Él había muerto por mí en la cruz. Después de recibir esta gracia, sabía que tenía que cambiar: “Si Él ha hecho esto por mí, ¿qué voy a hacer yo por Él?”.
Es tan fácil, durante un retiro o cuando “sientes” el amor de Dios, decirle: "Haré todo lo que me pidas"... Pero, cuando "bajas del monte", no es tan fácil. Las hermanas me invitaron a ir con ellas y otras chicas de peregrinación a Italia unos meses después. Fui, y a pesar de mi actitud superficial durante la peregrinación, el Señor me habló muy claro. Quería que yo viviese en pobreza, castidad y obediencia como las hermanas. Automáticamente le dije que me era imposible. "¡No puedo ser monja!”, dije, "no puedo dejar de beber, de fumar, de salir de fiesta, mi carrera, mi familia…". Si Jesús nos pide que hagamos algo siempre nos da la fuerza y la gracia para hacerlo. Sin su ayuda nunca podría haber hecho lo que tuve que hacer para responder a su llamada y seguirle.
Después de saber que me llamaba, el Señor me dio otra gracia cuando estaba grabando la película en Inglaterra. Yo veía que, aunque parecía que tenía todo, en realidad, no tenía nada. Me sentaba en la cama de la habitación del hotel y sentía un gran vacío. Estaba consiguiendo todo lo que siempre había deseado, y no era feliz. Sabía que solamente haciendo lo que Dios quería para mí sería realmente féliz. El Señor me mostró cuánto hería su Sagrado Corazón mi estilo de vida alocado. Sabía que tenía que dejar todo y seguirle. Sabía con gran claridad que me pedía confiar en Él, poner mi vida en sus manos y tener fe.
Ahora estoy felizmente consagrada en las Siervas del Hogar de la Madre. Nunca me deja de impresionar cómo el Señor trabaja en las almas, cómo puede transformar totalmente la vida de uno y conquistar su corazón. Agradezco al Señor la paciencia que ha tenido y que sigue teniendo conmigo. No le pregunto por qué me ha elegido, simplemente acepto el que lo haya hecho. Dependo completamente de Él y de la Virgen María, y les pido que me den la gracia de ser lo que quieren que sea.