Antes de los 5 años, Eduardo era alegre, juguetón y confiado. Pero cambió cuando un familiar cercano abusó de él. Sentimiento de culpa, sensación de padre ausente y el desarrollo de atracción por personas de su mismo sexo le marcaron en la adolescencia, y luego en la edad adulta.
En el apostolado Courage, con la fe católica que recibió de su madre, encuentra fuerzas para vivir según la enseñanza de Cristo.
Víctima de abusos sexuales con cinco años
“De niño, todo en mi vida era una fiesta”, cuenta Eduardo a Courage Latino. “Era el segundo hijo de mis padres, un niño alegre, juguetón y muy confiado”, al que su madre educó en una profunda fe católica.
Sin embargo, “a los cinco años todo cambió, y empezaron lo que llamo los días de dolor y oscuridad en mi vida”.
“Mi madre, una mujer generosa, acogió a un familiar cercano en nuestra casa. Un día, me pidió que lo acompañara al sótano a jugar, y fue ese día, hora y lugar donde empezó todo. Fui vulnerado y violado”.
Aquel episodio marcó profundamente el alma del niño, y confiesa que aprendió a ser cómplice en el silencio. “Me sentí sucio, culpable, y mi alegría se desvaneció”.
El padre Philip Bochanski, director de Courage International, detalla los fines y objetivos de la organización.
Bullying, problemas psicológicos, las consecuencias del abuso... así comenzó su homosexualidad
En aquel momento, su padre estaba lejos de su hogar por proyectos laborales. “Regresó con alcoholismo, y no pude sentir conexión con él. Me sentía sucio, indigno, y con miedo hacia él. Me sentía culpable por algo que no empecé, y ahí comenzó la atracción por el mismo sexo”.
La falta de afecto y atención se volvieron prioritarios para Eduardo, que no sabía cómo satisfacer. Mientras, el bullying y el acoso comenzó a ser rutinario en la escuela.
“Desde que tenía diez años, hacía promesas y suplicaba para que esa atracción hacia los hombres se quitara”, cuenta a Courage. Su fe y deseos eran sinceros, siempre había sentido una profunda inclinación espiritual y desde niño quería ser religioso, misionero o consagrado. Entonces supo que “no podría serlo, y esa siempre fue mi ilusión”.
La búsqueda de ser aceptado
Alrededor de los trece años, encontró un hueco junto al grupo más popular de su escuela. “Lo que más me importa es sentirme aceptado por las personas, especialmente por las que admiro”, como en ese momento era su nuevo grupo de amigos. “También me hacían bullying, pero con todo, me aceptaban”.
Conforme Eduardo crecía sin mostrar su problema, se fueron sucediendo otros: shock nervioso, trastornos de conducta… “Fui tratado por un psiquiatra, pero no le pude decir lo que sentía. Recurrí a todo lo que estaba a mi alcance, oraciones, retiros…. Todo en silencio”.
Pidió ayuda y entró por casualidad a una iglesia: vivió diez años de castidad
“¡Que alguien me ayude! ¡Dios mío, ayúdame a salir de aquí!” Durante años, Eduardo había dirigido esa súplica cada día, y un día, comenzó a escuchar la respuesta.
“En mi nueva ciudad, confundí una iglesia con un cine y al entrar, esperaban a la última persona para dar un retiro para jóvenes. Ese fui yo, y entré a ese retiro `por casualidad´”, confiesa.
En ese tiempo, Eduardo vio una película, La Misión, y le gustó tanto que decidió probar como misionero. "Solo estuve seis meses, pero cuando compartí que era homosexual, me invitaron a salir. Sinceramente, quería ser consagrado a Dios, pero mis heridas ahí estaban, y pedí ayuda, pero no la recibí”.
Eduardo continuó su lucha, pero sin ayuda. “Viví la castidad casi diez años. Quería ser consagrado, pero cuando mis amigos se empezaron a casar, me quedé solo”.
14 años entregado a una adicción que perjudicaba cada aspecto de su vida
Entonces, se dio por vencido. “Busqué a alguien gay. Con 28 años, entré por primera vez a un club. Ese mundo me atrapó desde el primer día, pero en el fondo, sentía que no era mi lugar y siempre había algo que echaba de menos: la relación con Dios”.
Tanto que iba con frecuencia a Misa, pero se quedaba en la puerta, pensando que no podía entrar.
“Fueron 14 años de vida homosexual activa. Para tener el valor de entrar a un antro gay tenía que estar borracho”, confiesa. “Desarrollé una adicción galopante al sexo, que me hacía mal en todos los aspectos de mi vida”.
Gracias a Medjugorje y la confesión, se prometió iniciar una nueva vida
Entonces recibió una nueva respuesta a su petición de auxilio. “Una de mis empleadas me invitó a ir a una iglesia. Era una esperanza volver a acercarme, y pedí la confesión con algo de miedo".
Aquel momento fue determinante. "Me confesé, y poco a poco me fui alejando del mundo gay, ayudado por los consejos de los sacerdotes, en los que encontré afecto y respeto”.
Eduardo, que empezaba a tener serios problemas de vista, recordó de pronto a unas amigas que venían de Medjugorje. “Si me voy a quedar ciego, quiero ver con mis propios ojos lo que dicen”, pensó.
Con miedo y solo, emprendió el viaje al corazón de Europa, donde todavía hoy hay milagrosas apariciones marianas. “No vi nada extraordinario, pero si me pasó algo especial. Cuando estaba en el cerro de las apariciones, experimenté una paz difícil de explicar y me encontré al único sacerdote que hablaba español. Era duro con los pecados, y misericordioso con el pecador”.
Eduardo se confesó de nuevo y se prometió abandonar definitivamente su vida de pecado.
Acogida, fuerza de voluntad y una comunidad
Ahora solo tenía que encontrar respuesta a una pregunta. “¿Dónde voy ahora y con quien puedo compartir mi fe?”.
Días después, recibió publicidad de Courage, una organización internacional de católicos con atracción por personas del mismo sexo que se comprometen a vivir su fe y la castidad.
“Me entrevisté con el fundador, me acogió en su capítulo y ahí comenzó el mayor cambio de mi vida. Es la mano de Dios a ese grito silencioso, que gritaba desesperadamente: `Sáquenme de aquí´”.
Diez años después, Eduardo continúa su lucha, “con subidas y bajadas, pero con la seguridad de que Dios me puso ahí para ayudarme, y conseguir el precioso don de la castidad. Caer puede ser una opción, pero levantarse es una obligación. La vida sacramental me sostiene”.
Desde entonces, Eduardo vive agradecido a Dios y a María, y es un devoto peregrino de Medjugorje. “Sé que si caigo, me debo levantar deprisa, porque es terrible estar lejos de Dios. Uno de los últimos antros que conocí se llamaba `Las puertas del infierno´. Courage me ha ayudado a no acercarme más a esas puertas y a no alejarme de Dios”, concluye.
El periodista de EWTN, Miguel Ángel Bermúdez, habla con uno de los miembros de Courage sobre como el apostolado cambió su vida.