Ana Margarita González nació en Bogotá, en La Palermo, un Viernes Santo, el 24 de marzo de 1978. En su adolescencia quiso ser modelo, pero Dios tenía otros planes para ella. Con 16 años cambió su vocación para retirarse a la vida contemplativa

En una entrevista que la hermana Ana Margarita, como le gusta que le llamen, concedió a la revista colombiana Cromos, relata su vida en el monasterio de la Visitación de Santa María (Bogotá, Colombia) fundado en 1892.


Lleva 21 años en clausura. Estuvo ejerciendo su vocación durante 6 años en Bogotá, en Madrid 9 años y medio; en Valencia seis meses. Luego se instaló en Valladolid durante 5 años, y de allí regresó de nuevo a Bogotá.

“Dentro del convento se forja el ejemplo de nuestra vida de fraternidad, para poder testimoniar al mundo de fuera que se puede vivir en comunión y alegría”, cuenta.

Hay veces estas rejas asustan pero son como las costillas en el cuerpo humano, que están protegiendo el corazón de la iglesia, que somos nosotras bombeando constantemente esa savia divina que viene de Dios, para pedir por los sacerdotes, los fieles laicos, los matrimonios, las familias, los jóvenes”.

Ana Margarita era como cualquier adolescente de su edad. Tenía a su novio, llegaba tarde a casa y lo único que le preocupaba era divertirse

Quería ser modelo. “Yo quería estudiar modelaje, es más, una vez nos dijeron que iba a haber un casting y mis amigas me decían que me presentara, me dieron la dirección y mi mamá me dijo que fuera”.

Pronto se dio cuenta de que su destino no estaba en la pasarela. “Cuando me dirigía a la prueba el taxista que me llevaba no encontraba la dirección. Al día siguiente mis amigas me dicen que me estuvieron esperando en tal esquina, de tal edificio y yo había estado ahí y no había visto la dirección. Ahora comprendo que el ángel de la guarda y el Señor no quería guiarme por ahí”.

Después de echarla del colegio donde estudió secundaria por sus malos resultados académicos se marchó al colegio Santa Mariana de Jesús en Bogotá.
Allí iban las que no aprobaban en ningún colegio. Por aquel entonces era “una jovencita de 15 años que apenas sabía hablarle a Dios”.
 

Cuando comenzó el tercer curso de bachillerato fue cuando sintió la llamada de Dios.
 
Su padre fue el primero en darse cuenta de que su hija no era feliz. “Me preguntó qué me estaba pasando y le dije que quería ser religiosa. Que quería ser de las que no salían, aunque yo no sabía que existían monjas de clausura”. 

Él mismo le ayudó a encontrar el lugar adecuado. “Como conoce curas y monjas, le pedí que me llevara a buscar cuál era mi sitio. Me llevó a las Hijas de San José de Mongue, ellas cuidaban niñas huérfanas, y yo les dije: no, no, los niños no". 

Ana Margarita pidió a su padre que le acompañase a esa iglesia que siempre está cerrada, se llama de Cristo Rey, pero el monasterio se llama de la Visitación de Santa María

Llegó al que sería su nuevo hogar llegó en 1994. Tuvo su cita con la madre superiora y la invitó a pasar con las hermanas una experiencia vocacional. “Nuestra congregación tiene la facilidad para que jóvenes que tienen la inquietud pero que no están seguras, puedan experimentar”. 
 
Le gustó. Abandonó su vida de deportista en distintas disciplinas (natación, voleibol, softball y baloncesto) para dedicarse por completo al Señor. Ni siquiera quiso acabar los estudios de bachillerato. Una de las cosas que echó de menos un tiempo fue salir a pasear con sus padres, o viajar con ellos, algo que le gustaba mucho.


Hermanas de la Orden de la Visitación de Santa María


Había manifestado su deseo de cuidar a las personas mayores, por lo que durante su mes de experiencia lo paso cuidando a una hermana que era mayor e iba en silla de ruedas.
 
Para mí aquello era cuidar como al mismo Jesús en persona, un ser inofensivo que ya no sabe pensar por su demencia senil. Yo estaba allí con ella, le cuidaba, le rezaba, le hablaba. Después de un mes de oración, de silencio, de fraternidad, de Santa Misa diaria, de santo rosario, al salir al mundo mi vida cambió, me estrellé y dije: no, no, mi centro, mi mar, mi océano está allá, en el convento”.

El día de su internamiento era un domingo a las 9 de la mañana, 15 de enero de 1995. A pesar de que su familia apoyaba la decisión, les entristecía "perder" a su hija. 

Cuando se consagró como monja de clausura sus padres le escribieron unas palabras: “Querida hija, hace ya un año te entregamos y sentimos que el alma se desgarraba para hundirse hecha jirones en la tristeza profunda de la ausencia; poco a poco, aunque esta es aún palpable, el cuidado amoroso del Señor y la Santísima Virgen María, ha reparado lo desgarrado y ha fortalecido lo débil”.


“Lo más difícil es morir a la propia voluntad”, explica. “Eso cuesta porque ya tienes que ir configurando la manera de ver las cosas, a la manera de Dios. Aquí tienes tu horario establecido, tus normas que cumplir, aunque eso en ningún momento ha cohibido mi personalidad”.
 
Se levantan a las 5 menos cuarto y a las 10 ya tiene que estar todo apagado. Siempre reza mientras se viste, mientras se pone "su armadura": así se refiere a su vestimenta, y para cada prenda tiene una oración, una distinta para la túnica, el hábito, la toca, la venda, el velo, el crucifijo, el cinturón y el rosario. 
 
Todos los días siguen la misma rutina: canto de Laudes, la hora de oración, la Santa Misa y el desayuno. Luego cada una se dirige a su empleo. Cada religiosa tiene una tarea asignada. A Ana Margarita le toca la ropería. "Los hábitos, tengo que hacerlos y mantenerlos". 
 

En el monasterio de la Visitación las monjas navegan por internet y ven la televisión. De hecho explica que hay días concretos en los que tienen permitido ver películas, por ejemplo cuando se trata de la vida de un santo. “Nosotras vemos Cristovisión los domingos, las noticias de este canal o lo que ha pasado en la Conferencia Episcopal, pero no todos los días”.
Las páginas que consulta son católicas y ella misma se pone un límite, “sé hasta donde tengo que llegar, a veces aparece una página de Facebook o un chat y como yo soy monja de clausura no puedo comunicarme con eso”. Define a los medios de comunicación como una herramienta fundamental de evangelización. “Para nosotras no es indiferente lo que pasa en el mundo de exterior”. 

También se define como una apasionada de la música. Toca el órgano y se defiende con la guitarra y la flauta. 
 

Ana Margarita desde una de las rejas del convento de clausura


“Hay momentos en los que le siento como mi Dios, y yo la criatura pequeñita. Y hay momentos más intensos, como de más intimidad, más de corazón, que él es mi esposo, como dice el salmo: “como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó”.

Nunca ha pensado en salirse. Vive feliz a pesar de que el modo de vivir que ha escogido requiere constancia. “La vida religiosa es muy bonita, gozos plenos, pero también tiene sus espinas, como toda vida humana tiene sus problemas, y sí he pasado momentos difíciles pero nunca he dicho: ¡Señor, se acabó!”.

Alejarse del mundo exterior significó volver a nacer porque para entrar aquí hay que morir. "Aquí ya no te preocupas tanto por la belleza física, sino por la belleza del alma".

"El fin primordial de la oración es unirme a Dios, descubrir su voluntad en mi vida, y recibir esa fuerza espiritual interior para mi diario vivir, porque esa fuerza de nosotras repercute, somos la raíz y el árbol sois vosotros. Lo que nosotras recibimos aquí adentro, afuera se transmite espiritualmente".


Ana Margarita anima a otras mujeres a dar el paso a la vida contemplativa. La Orden de la Visitación de Santa María no tiene límites de edad en sus novicias, es más, su fundador San Francisco de Sales, dijo que podían recibir mujeres viudas.
 
Sabe que actualmente la vida de clausura es bastante difícil para las más jóvenes, “les gusta más peregrinar, que aquí, que allá… les da miedo dar el paso final a un monasterio de clausura. Aún así, lo más llamativo es que Dios sigue llamando, pero somos los hombres los que no queremos escuchar ni oír”, afirma.

La Iglesia Católica pasa por una etapa de escasez de vocaciones. “Cuando entré en el convento éramos 38... y ahora somos 22. Los monasterios en general están muy empobrecidos. Hay conventos en España de 12 o 14 hermanas de clausura, entonces piden ayuda a América, pero en América también se están viendo afectados, no hay respuesta de la juventud". 

A los escépticos les dice: “La fe es algo que nos hace ver a Dios en todas las cosas, y todas las cosas en Dios, entonces dejemos de razonar tanto, y dejémonos llevar más del corazón si los sentimientos son buenos”.

“Nosotras desde aquí dentro sentimos un gran ruido fuera, la ausencia de Dios, las prisas que lleva la gente los absorbe, lo noto muchísimo, había más silencio cuando empecé, ahora el tráfico aquí está tenaz”.