La hermana Clemencia Camarena Ortega es una religiosa mexicana que acaba de cumplir 100 años, de los cuales 70 los ha vivido como monja de la congregación de las Hermanas Mercedarias del Santísimo Sacramento. Han sido años de felicidad y el secreto de esta plenitud ha sido reconocer que como dijo Santa Teresa Dios anda entre los pucheros.
Durante todas estas décadas Clemencia ha hecho de todo. Ha sido profesora, catequista, ha lavado platos, planchado, ha cuidado enfermos y ahora es ella la que se tiene que dejar cuidar. Y el secreto es claro: en toda la labor que ha realizado, fuera más o menos grandes a los ojos del mundo, ha puesto a Dios en el centro. “Estoy en la casa de Dios”, afirma orgullosa al semanario mexicano Desde la fe.
Recientemente su comunidad ha homenajeado a esta religiosa, que sintió la llamada a los 15 años aunque tardo algo más en cumplir este deseo de su corazón. La ahora religiosa centenaria vivía en el Rancho Las Presas, en Jalisco, y un día acudió a su parroquia para rezar frente a la Purísima Concepción de María para que le guiara y le dijera qué debía hacer con su vida.
“Ella me iluminó. Ella me dio mi vocación”, cuenta la Madre Clementina. Después de ese encuentro con la Virgen volvió a su casa donde vivía con sus padres y 10 hermanos, y preparó sus cosas para irse a la Ciudad de México y entregarse a la vida religiosa, con las madres que la habían invitado.
Esta religiosa recuerda que comprar tela blanca, “zurcí toda mi ropa que me iba a llevar, hice mi ropa interior, hice mis vestidos negros y estuve ahí lista; pero la persona que me iba a recoger no llegó. Mi papá y mi tío se pusieron muy tristes, mi tío se fue de paseo en caballo para no verme salir. Al final, pero me fui hasta ocho días después”, recuerda.
Ella señala a su madre como la responsable de que acabara siendo monja puesto que era una señora muy devota que le enseñaba el catecismo y le hablaba de la fe. “Nos dio muy buenos ejemplos, yo era la mayor y hacía lo que ella mandaba, le seguía los pasos. Mi papá también fue un señor muy bueno y respetuoso”, cuenta sobre su familia.
Nada más llegar a la casa de la congregación lo primero que hizo fue agradecer a la Purísima que la hubiera guiado hasta allí y le volvió a hacer una petición: “Ayúdame, aquí estoy para hacer tu voluntad”.
Desde el primer momento, Clemencia se mostró dispuesta a ir donde Dios la llamase. Profesó sus votos a los 30 años y los perpetuos en Cuba en 1958. Regresó a México en 1975 y desde entonces ha servido en 11 lugares diferentes. Pero siempre feliz con su vocación y con el servicio que le tocase desarrollar.
Primero en Jojutla, Morelos, en donde se encargaba de la catequesis de preprimaria; Coatlán del Río, Morelos, catequesis de preprimaria; Casa General en Fernán Leal 130, Coyoacán, Ciudad de México, ayudando en la cocina; después regresó a Cuernavaca, Morelos, ahí cuidaba a las niñas y daba clases de cocina; estuvo en Yautepec, dando clases de catecismo y en la cooperativa; Guadalajara, estuvo en la cocina y en la cooperativa; volvió a la guardería de Cuernavaca, Morelos, cuidando niños y dando clases de cocina; en Acapulco, Guerrero, cocinando y dando catequesis.
A partir de 1983 y hasta ahora está en la casa madre, donde ha trabajado en el área de lavado y cuidando a enfermas. La religiosa aconseja siempre a las recién llegadas que trabajen lo mejor que puedan porque están en la casa de Dios. “Cuando era joven, me encargaban a las que acababan de entrar, yo les enseñaba cómo tenían que hacer bien las cosas”.
Clemencia recuerda también que era muy feliz trabajando con los niños, “me salía muy bien, les encantaba mi trabajo”. “Ahí estaba Dios que me ayudaba. Era Dios el que les estaba enseñando, Dios se valía de mí para que los niños salieran bien, yo no estudié para ser maestra, pero le enseñaba la religión: el Padre Nuestro y el Ave María”, detalla la religiosa.
María de los Ángeles Mendoza Grande, la madre superiora de la congregación, asegura que Clementina siempre ha sido una persona alegre, habladora y trabajadora. “Pasaba muchas horas ante el Santísimo y luego se iba a la sala de comunidad a tejer, hacer rosarios, nunca la vi desocupada. Es una persona muy feliz, muy agradecida con Dios”, asegura.
Clementina asegura que a donde la pusieran, ella estaba feliz, porque siempre estaba en la casa de Dios. “Yo siempre he estado contenta porque ahí es donde Dios me pide estar”, concluye.