El encuentro en Cuba entre el Papa Francisco y el Patriarca Kirill de la Iglesia Ortodoxa Rusa es histórico y emocionante, y da pie a repasar los esfuerzos por unir las Iglesias de Oriente y Occidente, y conocer a uno de sus grandes promotores: Isidoro de Kiev, que fue metropolita ortodoxo de Rusia en el s.XV, llegó a ser cardenal y fue testigo de la Caída de Constantinopla (donde los turcos le hicieron prisionero y casi le matan).


No es exacto, como dicen algunos medios, que el encuentro de Kirill con Francisco sea el primer encuentro entre un Papa de Roma y un metropolita (arzobispo) de Moscú. El 15 de agosto de 1438 llegó a Ferrara (Italia) procedente de Rusia, Isidoro, metropolita de Kiev y Moscú, enviado por el zar Basilio II. Después de un viaje de 11 meses, pudo así participar en el concilio de Florencia-Ferrara, presidido por el Papa Eugenio IV y el Patriarca de Constantinopla. En este concilio estaban plenamente representadas las Iglesias ortodoxas y orientales, e incluso estaba presente en persona el emperador bizantino Juan VIII Paleólogo.

Isidoro no era ruso, sino griego, nacido en Salónica, y llevaba apenas un año en el cargo de Metropolita de Kiev y Moscú. Era un humanista, intelectual y entusiasta de la misión de unir a las Iglesias de Oriente y Occidente, divididas desde el cisma del s.XI (que a Rusia llegó más tarde, como explicamos aquí) El emperador bizantino Juan VIII había empleado ya antes a Isidoro como embajador en el Concilio de Basilea en 1434.


Isidoro de Kiev, un griego, pastor ortodoxo
de Rusia, entusiasta de la unidad de los cristianos...
y fue cardenal, diplomático, humanista


En esta época, tanto la corte imperial bizantina como el Patriarcado ortodoxo de Constantinopla tenían claro que el Imperio Bizantino estaba rodeado y arrinconado por los turcos otomanos, que controlaban tanto los Balcanes como Anatolia. Serbia y Bulgaria eran vasallos turcos y los otomanos habían conquistado Salónica, la ciudad natal de Isidoro.

El Imperio en estas fechas se reducía a la ciudad de Constantinopla, algunas islas del Egeo, algo de territorio en el sur de Grecia y alguna ciudad costera más. Había clérigos ortodoxos fanáticos que preferían a los turcos antes que a Roma, pero el emperador, el Patriarca y muchos más, como Isidoro, querían lograr la reunificación de las Iglesias y forzar el envío de ayudas de Europa hacia Bizancio.


El Imperio Bizantino en esta época se reducía
a unas pocas islas y ciudades costeras, pero
Constantinopla era aún una ciudad impresionante



El Concilio cumplía todas las condiciones de un Concilio Ecuménico. El patriarca de Constantinopla estuvo en persona, y el de Antioquía, el de Alejandría y el de Jerusalén, bloqueados por los turcos, enviaron a sus representantes con poder de decisión. El Patriarca de Constantinopla cayó enfermo pero hizo leer un texto decretando el valor universal del Concilio e indicando que quien se negase a someterse a sus decisiones sería excomulgado.

Desde un punto de vista teológico quedó claro que las discrepancias entre latinos y ortodoxos eran absolutamente menores, básicamente de lenguaje y de detalles rituales. Todos los choques teológicos se resolvieron con buena voluntad por ambas partes.

Así, los delegados latinos y los orientales aprobaron la bula Laetentur caeli, del 6 de julio de 1439, promulgando la unión de las iglesias griega y latina. (Los textos en español de esta bula con los griegos y las siguientes con otras iglesias orientales se pueden leer aquí). 


Bula "Laetentur Caeli" de 1439, de unidad doctrinal de los griegos y latinos; en la esquina inferior izquierda están las firmas de los delegados latinos y ortodoxos; Isidoro escribió: "Firmo con amor y aprobación"

Griegos y latinos, como iguales, discutieron libremente. “Los latinos admitieron la corrección del modo de los griegos de expresar la procedencia del Espíritu Santo y, consecuentemente, ya no exigían que aceptaran la fórmula latina del dogma, sino su esencia. Los griegos aceptaron la legalidad de la inclusión del Filioque en el Credo pero a condición -concedida de buen grado- de que aquel añadido no se consideraría obligatorio para ellos. La cuestión del pan con o sin levadura, sin grandes dificultades fue borrada de la agenda gracias a la buena voluntad de ambas partes. Cada parte aceptó el uso de ambas tradiciones como posible. Sobre la cuestión del purgatorio también fue alcanzado el consenso al aceptar que bastaba la unidad fáctica en lo principal y que no era necesario insistir en la forma de expresión” (Wilhelm de Fris. Ortodoxia y Catolicismo. Bruselas, 1992, p. 103104).

Como explica “Historia de la Iglesia Católica en Rusia” (de Stanislav Kozlov-Strutinski y Pavel Parfentiev, edición de 2014 en ruso, un libro de 730 páginas), debido a las circunstancias políticas y materiales (falta de medios para seguir residiendo, necesidad de regresar cuanto antes, para protegerse de los turcos) la discusión sobre la cuestión principal de la primacía del papa fue abreviada. Sin embargo, en esta cuestión también se llegó a un consenso: los griegos admitieron el derecho supremo del Papa al gobierno de toda la Iglesia, conservando los derechos tradicionales y privilegios de los patriarcas del oriente.


Los griegos que firmaron el acta de la unión, no lo tomaban como una aceptación del “catolicismo” y abdicación de la “ortodoxia”: desde su punto de vista el acta constataba que la fe griega “de los Santos Padres” y la confesión latina eran la misma doctrina, aunque expresada en unos términos distintos.

El nuevo Patriarca de Constantinopla, Gregorio III Mamma, favorable a la unión, lo explicaba así en una carta al príncipe de Kíev Alexandr Vladimirovich: “A todos los que nosotros excomulgamos, ellos también los excomulgan, y a los que nosotros nos aferramos, ellos también se aferran”. (Popov A. Estudio histórico literario de los escritos rusos antiguos contra los latinos (ss. XI-XV), Moscú, 1875).

El acta de la unión fue firmada por casi todos los participantes griegos del Concilio con el beneplácito del anterior Patriarca constantinopolitano que había iniciado las sesiones (que para aquel momento había muerto pero dejando un testamento que aprobaba la unión). Solo el metropolita de Éfeso y el de Stavropol (que se había ido) quedaron sin firmar.


Isidoro, metropolita de Kiev y Moscú, firmó entusiasta. Mientras los demás escribían simplemente palabra “firmo”, él escribió “firmo con amor y aprobación” (Kartashev A.V. Ensayos sobre la historia de la Iglesia Rusa, Tomo 1, Moscú, 1991).

Isidoro, uno de los grandes artífices del acuerdo, se puso entonces en marcha hacia Moscú para anunciar la recién decretada unidad y consolidarla en los principados rusos.

Un primer gesto de la reunificación se ve en la crónica presencial “Viaje a Florencia”, de autor ruso. Cuando describe el viaje hacia Florencia, a los templos ortodoxos les llama “iglesia” y a los latinos “bozhnitsa” (casa de Dios); de igual forma, llama “obispos” a los exarcas ortodoxos y “biskups” a los latinos. Después de firmarse el acta, el autor pasa a llamar a todos –italianos, alemanes, polacos- con la terminología rusa, señalándolos ya como algo propio. (Biblioteca de la literatura de la Rusia antigua, T.6, San Petersburgo, 1999). 

En este viaje de vuelta Isidoro se enteró de que el Papa le había nombrado cardenal (apenas hay casos en esa época de cardenales de rito no latino) y le había designado como su legado para Lituania, Galitzia (en Polonia), Livonia (los países bálticos) y toda la Rus. Era un territorio casi inabarcable.

Hoy, el nacionalismo ortodoxo ruso trata de desautorizar a Isidoro (que era su legítimo metropolita y acudió a Italia con beneplácito y gastos pagados del zar) y quitar valor al Concilio de Ferrara-Florencia (donde rusos, griegos y ortodoxos en general estaban legítimamente representados).

Nosotros vamos a responder a los argumentos contrarios a la unión remitiéndonos a la “Historia de la Iglesia Católica en Rusia” de Stanislav Kozlov-Strutinski y Pavel Parfentiev.


Isidoro, regresando a Rusia después del Concilio, envió un mensaje a cada ciudad de su extensa zona metropolitana. No tocaba las cuestiones teológicas. Se autodenomina “Arzobispo de Kiev” (usando así una expresión latina) y proclama: “Alegraos ahora todos, ya que la Iglesia oriental y la iglesia occidental que estuvieron cierto tiempo divididas y contrarias una a otra, ahora se han unido con una unión verdadera en su unidad original y en paz, en una unidad antigua sin ninguna fisura. Aceptad esa santa y muy santa unidad y unión con gran alegría y honor espiritual. Ruego a todos vosotros en Nombre de Nuestro Señor Jesucristo que nos dio su bondad que no tengamos ninguna división con los latinos; ya que somos todos siervos del Señor Dios y Salvador nuestro Jesucristo y en nombre de Su bautismo”.

Luego ruega a sus fieles no tener divisiones con los latinos, aceptar mutuamente el sacramento del bautizo, y el poder recibir los sacramentos y celebrar en los templos de cada confesión, así como considerar igual de real y santa la Eucaristía, sea con el pan con levadura o sin él “porque así decidió en su solemne reunión el concilio Universal en la ciudad de Florencia” (Floria B. N. Investigaciones de la historia de la Iglesia. Medioevo ruso antiguo y eslavo. Moscú, 2007).


Un argumento de los ortodoxos rusos más anticatólicos (hoy y en el siglo XVI) es que el pueblo de la Rus (los señoríos eslavos orientales que luego serían Rusia, Bielorrusia y Ucrania) no querían esa unión. Pero eso es confundir la Rus con Moscú y sus alrededores.

Las fuentes históricas, especialmente las más tempranas, no tocadas por la influencia moscovita, muestran que la unión fue recibida con alegría al menos en el gran Principado de Tver (vecino y rival del de Moscú, y por ello siempre con un brazo tendido hacia Polonia). También fue bien recibida, con alegría, en la Rus de Lituania.

Sabemos además que atravesando Hungría, Polonia y Lituania, Isidoro recorrió distintas diócesis de su enorme territorio metropolitano. De ciudad en ciudad iba celebrando la Eucaristía mencionando en ella al Papa Eugenio IV y ningún prelado de rito oriental ni ningún príncipe local se indignó por eso ni le negó autoridad metropolitana a Isidoro.


Primera llegada de Isidoro a Moscú como Metropolita,
llegado de Constantinopla, 
en una crónica del siglo XV

Cuando llega en 1441 a Kiev, el príncipe Alexandr Vladimirovich –registran las crónicas- entregó a “su Padre Isidoro, metropolita de Kiev y de toda la Rus” un escrito especial confirmando sus derechos fiscales y jurídicos como metropolita.


Así, en Polonia, en Lituania, en Kiev, en Tver… por doquier las comunidades ortodoxas aceptaban a su metropolita y la unión con los cristianos latinos… hasta que Isidoro llegó a Moscú.

Llegó en la Pascua de 1441 y proclamó la unión de las dos iglesias en la Catedral de la Dormición del Kremlin de Moscú (la misma que pueden visitar hoy los turistas). En su primera Divina Liturgia allí llevaba un crucifijo de rito latino al frente de la procesión y nombró al papa Eugenio IV durante los rezos de la liturgia. También leyó en voz alta el decreto de unificación. Era lo mismo que había hecho en muchas otras ciudades, pero en la solemnidad de Pascua. Le entregó al zar moscovita, Basilio II, un mensaje del Papa, pidiendo que ayudase al metropolita a trabajar por la unión de los cristianos en Rusia.



Basilio II, el zar (o más exactamente, Gran Príncipe de Moscovia) fue quien impidió la unidad de los cristianos de Rusia con los latinos, haciendo encerrar a Isidoro, metropolita legítimo de Kíev y Moscú

Tres días después, el zar Basilio II se aseguró de que 6 obispos se reunieran en un apresurado sínodo local y depusieran a Isidoro, el metropolita oficial, designado con apoyo de Constantinopla para toda la Rus. Fue un caso directo de injerencia del poder político en la organización eclesial. Se puede decir también que el príncipe moscovita imponía así su voluntad contraria a la unión sobre muchos otros pueblos de la Rus que no la combatían.

Encarcelaron a Isidoro en el Monasterio Chúdov, exigiéndole que renunciase a la unión con Roma, cosa que se negó a hacer. Estuvo preso hasta septiembre de 1443, dos años, cuando pudo escapar al vecino principado de Tver, y más tarde a Lituania y Roma. Alguien debió favorecer su huída porque se llevó su extensa biblioteca de humanista erudito, que cruzó Europa y se guarda hoy en el Vaticano.


Si revisamos textos rusos ortodoxos de 20 o 30 años posteriores a estos hechos, vemos que acusan a Isidoro de graves errores doctrinales y teológicos y heterodoxia.

Pero cuando repasamos fuentes más cercanas en el tiempo a los hechos (por ejemplo, la llamada Primera Crónica de Novgorod), vemos que a Isidoro se le acusó en un primer momento de cosas absolutamente menores: orar por el Papa, usar una cruz latina… no se le acusa de violar los cánones ortodoxos universales, en Grecia o en Tierra Santa, sino “los usos de la tierra rusa”. Esas fueron las excusas minúsculas con las que el zar y sus obispos dóciles encarcelaron a su metropolita, obviamente por razones políticas, y no por diferencias doctrinales serias.

Hay una corriente de fondo que destacan Kozlov-Strutinski y Parfentiev en su libro: en Rusia se daba una importancia desorbitada a temas rituales absolutamente menores que para los ortodoxos cultos en Grecia o en otros países no eran problemáticos. Incluso en el siglo XVII, la ruptura entre ortodoxos y viejo-creyentes (o veterortodoxos) se basó en temas rituales menores.

Estos dos historiadores recuerdan que poco después de romper con Isidoro “los ortodoxos rusos se volverán con reproches contra los griegos y contra todos los cristiano no moscovitas en general, acusándoles de que su fe está estropeada por tales o cuales diferencias rituales y culpándoles de persignarse con los dedos equivocados y de cantar aleluya las veces incorrectas”.

A partir de 1458 (diecisiete años después de encarcelar a Isidoro) los textos ortodoxos empiezan a recoger otra versión de la historia. El metropolita Jonás de Moscú (dócil al zar, contrario a la unidad) se enfrentaba al metropolita Gregorio de Lituania (discípulo de Isidoro) y él se encargó de que los textos empezaran a acusar a Isidoro de errores teológicos. Pero en el principado de Tver, según los documentos, se mantuvieron “florentinos” (favorables a la unidad) básicamente hasta esa fecha de 1458.

Otro de los autores de textos contra Isidoro fue Simeón de Suzdal, que de hecho era enemigo suyo personal. Este autor quiere absolver a los príncipes políticos de la acusación de injerencia en asuntos eclesiásticos y justificar que la metrópolis de Moscú vaya por libre (ignorando a Constantinopla), cargando las tintas contra quien debía ser su legítimo pastor, Isidoro. Y cosas que Simeón no dice, le son atribuidas o “ampliadas” por quienes lo citan en años posteriores.

Isidoro, quizá el arzobispo católico con un territorio canónico más extenso, ya no podía gobernarlo. Volvió a Roma en 1443: no había conseguido cuajar la unidad. El Papa Nicolás V lo envió en 1452 a Constantinopla, con 200 soldados latinos para ayudar a defender a la ciudad de los turcos, que empezaban su asedio. También tenía la misión de intentar cimentar la unión con el clero ortodoxo, y de hecho, con los turcos a las puertas, logró reunir a 300 clérigos bizantinos para trabajar este tema.


Ilustración turca moderna reflejando la Caída de Constantinopla en manos otomanas en 1453

Mientras tanto, el colosal ejército turco conquistó Constantinopla el 29 de mayo de 1453, poniendo fin a mil años de Imperio Romano de Oriente. De las cinco grandes sedes Patriarcales del cristianismo (Jerusalén, Alejandría, Antioquía, Constantinopla y Roma) todas, menos Roma, estaban ahora bajo el poder musulmán.

Los turcos entraron en la ciudad causando una gran masacre. Isidoro tenía 68 años, y es evidente que no era un hombre cobarde, pero tampoco tenía ganas de morir antes de tiempo. Puso su traje de cardenal a un cadáver: los turcos lo encontraron, cortaron la cabeza al cuerpo y lo pasearon por las calles. A Isidoro lo confundieron con un don nadie y lo esclavizaron como a otros miles de cautivos anónimos.

Se las arregló para escapar o comprar su libertad y poder volver a Roma. Escribió una detallada carta al Papa explicando los horrores de la caída de Bizancio. El Papa le nombró obispo de Sabina. Luego Pío II le honraría con títulos rimbombantes imposibles de ejercer en territorios turcos: Patriarca Latino de Constantinopla y arzobispo de Chipre.

Murió en Roma en 1463, a los 78 años, después de sobrevivir a dos encierros, viajar miles y miles de kilómetros, dominar varios idiomas para intentar mediar entre naciones y mentalidades muy distintas y buscar la unión de los cristianos incansablemente.

En el vídeo, un himno ruso a la Virgen María grabado en 1998: «Oh, Madre de Dios, Virgen, te saludamos, graciosa María. El Señor está contigo. Eres bendita entre las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, porque has dado a luz al Salvador de nuestras almas».