“Nací en Madrid, en una familia que no era creyente, incluso era contraria a la fe. Mi padre se acordaba de Dios básicamente para blasfemar”, explica Carlos a ReL.
“Hice la Primera Comunión de niño por tradición. Después, no hice nada relacionado con Dios. Sí es cierto que me casé por la Iglesia porque me parecía apropiado, porque quería que fuese algo ‘de verdad’ y lo de la Iglesia me parecía ‘de verdad’, no como eso de ir al Ayuntamiento. Me casé muy joven, con 19 años, y ha sido lo mejor de mi vida. Hoy creo que todo lo que vino luego fue un fruto del poder del sacramento, que iba operando”, reflexiona.
La fe entró en casa de Carlos y su esposa Eli cuando su hija mayor expresó su deseo de hacer la Primera Comunión. “Vivíamos ya en Alcalá. El cura nos dijo: miren, aquí no tenemos catequistas, han de salir de entre ustedes, los padres… Yo dije: ‘paso’. Pero mi mujer sí se apuntó a hacer de catequista. Y como se relacionaba con la parroquia, la invitaron a un Cursillo de Cristiandad y allí ella se enamoró del Señor”.
Durante cinco años Eli vio como su fe crecía sin cesar y Dios iba llenando su vida y su corazón, mientras que su marido no se interesaba por “esas cosas”.
“Después de hacer el Cursillo, ella escuchaba música cristiana sin parar. Y a mí me parecía un rollazo. Ponía los casetes en el coche y un día le dije: ya vale, ¿no?, y enfadado le tiré el casete por la ventana. Pero el caso es que a veces la acompañaba a encuentros de Cursillos y de cosas cristianas, para ver dónde se metía ella, que no le lavasen el cerebro… Y, fíjate, la gente que veía en esos encuentros me parecía maja”, recuerda Juan Carlos.
Finalmente decidió apuntarse a recibir un Cursillo de Cristiandad. “Pedí cursarlo en otra ciudad, donde no me conocieran. Yo tenía una sensación de que mi vida no era plena, de que necesitaba algo. El trabajo iba bien pero no me llenaba… Pero mi mentalidad al ir al Cursillo era la siguiente: ‘yo voy, confirmo que no sucede nada, que el Cursillo ese no es tan impresionante como dicen todos, lo hago, seguiré igual y me dejaréis en paz’. Y ahí me convertí”.
El Cursillo era un retiro de 3 días. En las charlas del primer día se aburrió. Pero en la misa de ese día “noté algo, noté una necesidad, que el dolor y el sufrimiento hay que compartirlo y notaba que Jesús se ponía al alcance para tomarlo, para compartirlo. En esa misa sentí que necesitaba confesarme, algo que no había hecho nunca. Me daba vergüenza hacerlo, no sabía cómo se hacía, pero el último día del encuentro di el paso. Fue una confesión maravillosa: lloré, sentí liberación… Notaba que era el mismo Jesús quien me abrazaba. Fue con un sacerdote que era más joven que yo: aún me lo encuentro y le doy gracias”.
A quien tenga miedo o vergüenza de ir a confesarse le dice: “Si llevas una carga pesada, ¿no querrías que te ayudaran a llevarla? ¿Y si alguien incluso te la quita de encima, del todo? Eso es lo que hace la confesión: pides que te ayuden y se te quita la carga; no seas tonto llevando esa carga, cuando te la puedes quitar”.
A partir de ese encuentro Juan Carlos empezó a acompañar a su mujer a misa cada domingo, y ya nunca dejó la fe ni la práctica de los sacramentos. “Estaba perplejo, no entendía lo que me pasaba. Tenía un deseo enorme de conocer las cosas de Dios y de leer la Biblia. Me compré un Evangelio solo para mí, me lo leí dos o tres veces. Y luego la Biblia. Las parábolas me encantaban. Algunas me sonaban de alguna película de esas de Semana Santa. Otras me sorprendían, no las conocía y me emocionaban”.
Además, Juan Carlos sintió la necesidad de implicarse en la parroquia. “Como ya tocaba la guitarra, me pidieron que tocara en el coro en misa. También me pusieron a dar catequesis a niños pequeños un año. Y al año siguiente, clases de guitarra y confirmación para adolescentes. Me enseñaban ellos a mí. Les di catequesis tres años”.
Explica que más adelante, en otra parroquia, su mujer Eli, que conocía la Renovación Carismática, organizó un grupo de oración con unas abuelitas. “En principio sólo para el mes de agosto, y yo me sumé. Pero nos gustó tanto que decidimos perseverar. Luego se sumó mi hija... y llegamos a ser 50 personas. Toda la familia nos enganchamos a la Renovación Carismática y en ella estamos. Actualmente nos juntamos a rezar cada semana en nuestra casa con unos hermanos. Por aquí pasa mucha gente.” Su casa y su estudio musical está en Torrejón del Rey, a 14 kilómetros de Guadalajara.
Juan Carlos tomó conciencia de la importancia de la música para evangelizar en la Renovación Carismática. “Como soy técnico de sonido y también toco la guitarra, empecé a colaborar con la música de nuestro grupo de entonces, llamado Rey de Reyes. Nuestra diócesis de Guadalajara nos pedía hacer muchas actividades musicales. Luego íbamos a otras ciudades cuando necesitaban músicos, a retiros, etc...”
Montaje del escenario y el equipo de sonido de Católicos Sin Complejos
Incluso llegaron a formar una banda que se llama Católicos Sin Complejos que aún persevera, aunque de los miembros fundadores ya solo queda uno. “Íbamos a colegios a demostrar que los católicos somos gente normal que nos gusta la música, y el rock, y nos divertimos. Éramos amigos evangelizando y pasándolo bien. Nuestro batería era un cura que ahora es párroco en un pueblo de Guadalajara”.
Ahora Juan Carlos está entusiasmado con su proyecto Católicos Por la Música (catolicosporlamusica.es), que espera que ayude a todo tipo de músicos de ambos lados del Atlántico y sea un apoyo sobre todo para coros parroquiales y músicos de parroquia y de grupos de oración.
“Queremos que incluso los coros y músicos sencillos, que no son muy buenos músicos, se beneficien y que conozcan canciones nuevas, que sepan cuál toca según la liturgia, que tengan los acordes, que puedan consultar cómo se toca, cómo suena la melodía, como cambiar la tonalidad dándole a un botón… Empezamos con un cancionero digital para los iPad y ahora lo tenemos todo en la web y se puede compartir. Hay un vídeo explicativo para guitarra en cada canción, y es fácil de adaptar a teclado y otros instrumentos. Puedes escuchar las melodías en Youtube y que cada uno haga suya la canción”, explica Juan Carlos.
Otra función de Católicos Por La Música es que se conozca la oferta de grupos y solistas que hay en español, con datos para contactar con ellos.
“No se conoce a los músicos españoles, así que los hemos recopilado; ponemos sus datos de contacto, sus web, su facebook, su canal de Youtube, mostramos hasta 6 canciones o trozos de canciones, para que los conozcan, que vayan a sus webs, etc…”
La web también incluye canciones de grupos protestantes. “Creo que usar música de autores protestantes no sólo no es peligroso, sino que es bueno. Que alguien me diga una canción de un grupo protestante cuya letra sea doctrinalmente peligrosa. Yo no conozco ninguna. Creo que la música es una de las cosas que nos une a los distintos cristianos, y a las personas, y eso hay que aprovecharlo. Es bueno usar lo que nos une”.
Juan Carlos considera, sin embargo, que la música católica ha avanzado muy poco en los últimos 20 años en España, aunque cree que hay más grupos y solistas que antes.
“En España, el mayor obstáculo para evangelizar con la música está en la estructura eclesial: es difícil organizar eventos y -salvo excepciones- los sacerdotes no los apoyan. Por supuesto, la música cristiana hay que hacerla desde el testimonio: no puedes hacer algo musicalmente bueno y dar mal ejemplo. Pero el 95% de los músicos católicos que conozco es gente de fe, personas comprometidas, integradas en la Iglesia, que dan ejemplo, y comparten una fe que viven de verdad”.
A quien minusvalora la importancia evangelizadora de la música Juan Carlos le argumenta así: “La música llega a todos y la entienden todos. Sí, la música es emocional, ¿y qué? Eso es la música: emociona y llega al corazón”.
Juan Carlos cree que es malo que los músicos católicos actúen gratis, excepto en casos muy concretos donde sea cierto que no hay medios en absoluto para pagarles.
“Hermana Glenda, que es una cantautora católica muy popular, tiene un caché de unos 700 euros por concierto. Una parroquia que la llame se esforzará de verdad en llenar la parroquia y cobrar dos o tres euros de entrada. Se esforzarán por llegar a la gente. En cambio, si va un grupo que toca gratis, la parroquia no invitará público, no se movilizará… Lo que no se paga no se valora. Donde hay medios, se debe pagar, para darle valor. Solo por pagar, ya te escuchan mejor, está demostrado”.
En lo que sí ve una mejora de gigante es en la producción técnica: “La nueva tecnología permite sacar más discos, con más calidad y mucha sencillez. Eso permite, por ejemplo, ir a un concierto, llevar tu disco, tu CD, y si no lo vendes caro –digamos, 8 o 9 euros- si tu música gusta, la gente te los compra y recuperas la inversión”.
Bajo estas líneas, un reciente vídeo de Anabel Barquilla producido por Salvación Records, pop suave de alabanza inspirado en un salmo, que muestra cómo la música moderna puede alimentar la oración