Miles de misioneros han pasado estas Navidades repartidos por todos los rincones del mundo para hacer presente a la Iglesia. En la misión se dejan literalmente la vida para servir a las comunidades a las que les han encomendado.
Uno de ellos es Francesco Bertolina, un sacerdote que lleva 28 años al frente de una pequeña parroquia en el corazón de Siberia, concretamente en la ciudad de Novosibirsk, y que ha pasado estos días a -35 grados y de una manera que no esperaba. A pocos días de la Navidad se puso enfermo, sin que hubiese ningún sacerdote que pudiera sustituirle. O se reponía o los católicos de este lugar no podrían acudir a la Iglesia. Al final su amor por su pueblo pudo más que la fiebre.
Enfermo antes de Navidad
En un reportaje publicado en la cadena COPE, cuenta que unos días antes de Navidad estaba celebrando la Eucaristía en un pueblo que estaba a 30 kilómetros de su casa cuando de repente empezó a sentirse indispuesto y agobiado.
"En cierto momento empecé a sentirme mal y tuve que interrumpir la celebración unos minutos. No había pasado buena noche y tuve que sentarme durante la homilía. Tenía 39 de fiebre, aunque esto lo supe después, ya de vuelta en Polovinnoye. Me agobié un poco porque no tenía a nadie para sustituirme en las celebraciones navideñas. Llamé a Josif, un amigo del movimiento de Novosibirsk, que me tranquilizó y me recetó unas pastillas que me hicieron sentir mejor", explica
Así fue su Navidad
Ya el 24 de diciembre tenía todo preparado en la parroquia del pueblo de Polovinnoye. Y por la noche, marchó a Karasnazyorsk para oficiar la misa del Gallo pero a las 20.00 de la tarde, para que así personas de otras localidades pudieran llegar.
Iba ser una celebración especial porque una familia de músicos iba a ayudarle a cantar los villancicos. Sin embargo, nunca llegaron. Relata que "a 35 bajo cero es complicado moverse incluso en coche. Una familia de músicos que me iban a ayudar a animar la misa, procedentes de Karasuk, a 90 km al suroeste de la provincia, tuvieron que quedarse en casa porque la batería del coche se les congeló”.
Ya el 25 de diciembre dedicó la mañana a visitar los enfermos y ancianos que no pueden acudir al templo. En una casa, a 60 kilómetros de donde viva, se encontró a una mujer de 82 años con su hija y su yerno. Es casi sorda, pero al sacerdote no le importa: "ve mejor que yo, que llevo gafas". Él le lee y este año se ha animado a cantarle algún villancico. "Para hacerme entender, le señalo con el dedo las palabras que pronuncio del texto litúrgico o le grito a la oreja. Esta vez, siguiendo el mismo procedimiento, le canté dos villancicos. Cada vez que nos vemos ella vuelve a contarme la historia de su vida. No sé si se da cuenta de que siempre me cuenta lo mismo. Tal vez, pero en cualquier caso le gusta compartir conmigo sus recuerdos más queridos", recuerda.
El yerno no es creyente, "pero siempre ha tolerado mis visitas, aunque nunca hemos hablado a solas", confiesa. Este año ha sido distinto y la razón que da el sacerdote es que "quizá le llamara la atención el hecho de que, a pesar del frío, fuera hasta allí para verles justo ese día de fiesta".
El 25 por la tarde tocaba Eucaristía en Polovinnoye, donde este misionero había ensayado varios cánticos con los feligreses, y asistieron madres con sus hijos. También había un joven de 30 años que fue bautizado hace tan sólo uno. que se ha bautizado hace solo uno. Francesco Bertolina cuenta que este hombre "tiene problemas de salud porque, de pequeño, su padre, alcohólico, le daba de beber cerveza y vodka".
Los frutos de la misión
También fue ese año una anciana que sabe bien lo que es creer en Dios en la clandestinidad. "Una mujer que, durante el régimen soviético, participaba en momentos de oración clandestinos", detalla. A la Misa, había venido con sus amigas. "Al terminar la misa se acercaron y charlamos un poco. Les pregunté si les gustaría que volviéramos a vernos un día en su casa para hablar sobre el cristianismo".
Al terminar la celebración, tuvo otro encuentro. Esta vez, se acercó a él una mujer a la que él había bautizado en la Pascua de ese mismo año. Le pidió consejo. "Vive en el norte, casi a cien kilómetros de Novosibirsk. A sus 18 años, tiene un hijo de un año y se está separando del padre del pequeño. Le dije que hacía falta tener paciencia. Luego la llamé para desearle un feliz año nuevo. Parece que algo va surgiendo", rememora.
Otra historia que tiene en el corazón de esta Navidad es la de Lida. "Lida es una abuelita que en marzo cumplirá 88 años. Empezó a venir a la parroquia la primavera pasada porque la invitó su hija y el pasado mes de julio se confesó por primera vez en su vida". Esta mujer ha sido pastora durante 25 años. Sabe cuidar y esquilar a las ovejas. Sin embargo, tiene fe. Mucha. Se está preparando, con dificultad, para el Bautismo.
"De pequeña aprendió, en alemán, algunas respuestas del catecismo, y todavía las recuerda. El problema es que no estoy seguro de que sepa lo que significan. Habla ruso, pero es analfabeta. No ha sido fácil prepararla para el Bautismo. Todavía no se sabe de memoria el Padrenuestro. En Navidad se puso enferma, pero el domingo siguiente, fiesta de la familia, vino a misa y quiso besar al niño Jesús. Le regalé un calendario con las fiestas litúrgicas, de modo que su hija pueda ayudarle a orientarse durante el año. Luego dobló en cuatro para guardarlo en el bolsillo y no sé si lo sacará de ahí algún día".